Cuando se despertó no supo distinguir sus sueños de la realidad y se ahogaba con su propio aire. Tenía muchísima sed pero no había agua a su alrededor y sus pies se habían enraizado al suelo de su habitación.

Estaba sola. Siempre estaba sola. Y no había cerca ningún espejo donde se pudiera reconocer. Y así, fue dejando de saber quién era, pues sus pensamientos, memorias y sueños la nublaban totalmente, entremezclándose y juntándose unos con otros.

– ¿Quién soy? ¿Por qué estoy aquí? – Se preguntaba.

Y le venían a la cabeza todo tipo de imágenes del pasado y voces de todo el mundo, y seguía inmóvil y sin saber qué hacer ni cómo evitar esa situación. Invadida por todo, se vio en ante un presente inacabado que nunca llegaba. Ya no sabía si estaba soñando o era real aquello que le ocurría.

Mezclados sus sueños con sus memorias, no sabía retroceder. No podía. Estaba ahora anclada al suelo, viendo pasar los segundos en aquel viejo reloj de pared que de pronto dejó de funcionar.

Perdió así, pues, toda noción del tiempo. Tenía, ahora, sólo su espacio solitario y perecedero donde recordaría día tras día sin poder avanzar.

Se había acabado su suerte y su sino era permanentemente permanente y oscuro y quedaba envuelto en memorias hasta siempre y nunca. Nada más.

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