Dedicado a mis mejores amigos en la vida;
la Infancia y la Imaginación que se obtiene de la misma
Capítulo 1
La abuela Kirke siembra inspiración
Al principio, solo eran dos niños, de uno y dos años. Eran pequeños, y para ellos la amplia casa de los abuelos Kirke era un corozal castillo. Pero los niños crecen, la casa, para ellos, se hace más chica, y los pequeños hermanos y hermanas siempre llegan. A todo esto, quiero decir que para cuando los dos niños más grandes tenían nueve y ocho años (que al principio tenían uno y dos), la casa resultaba chica, los niños eran muchos y el espacio para correr y saltar era cosa de oro.
La desventurada abuela Kirke se veía constantemente abrumada por sus nietos, ya que estos amenazaban inocentemente con quemar las cocina, acabar con el sentido del oído (es decir, no dejaban de gritar ni bajaban el volumen), derrumbar la casa o acaso con volverla loca con el peligro en que estaban decididos a estar. Cualquier persona que viviese con la mitad de sus nietos, todos en ocasiones, que como toda buena mujer se vuelva loca por los percances que los niños les suelen hacer pasar, entenderá que esta pobre señora no sabía si encerrar a sus nietos en un diván o consentirlos hasta haberles dado todo. De cualquier forma, ella los quería y eran de su vida la alegría.
Fue en una tarde de principios de abril, cuando los niños más que nunca brincaban por los sillones, corrían por toda la casa, gritaban como locos persiguiéndose unos a otros para sentenciar al culpable, hacían casitas en la sala con cobijas, palos, sillones, almohadas, cojines y cortinas… era un alborozo tal, que nadie que escuchara esta historia podría creerla. Pero es tan cierta como que el gallo canta a las tres de la mañana. En fin, cuando más que nunca los niños parecían estar decididos a derrumbar hasta el último cimiento, pasó lo que cambiaría el rumbo de sus vidas para siempre.
Cruzando la calle de atrás y tras la escuela de música que estaba frente a ella, había una vasta extensión que hacía las veces de una pequeña pradera. Era una pequeña pradera comparación de muchas otras, pero tampoco cabe decir que medía un metro cuadrado. Contaba todo el terreno con algo así como doscientos o trescientos metros cuadrados. No era del todo un cuadrado, pero seguro que se asemeja más a un cuadrado que a un círculo.
A lo largo de lo que podríamos llamar “las tres cuartas parte Este, Sur y Oeste de la pequeña pradera”, se hallaba una zanja que como todo riachuelo, variaba en lo ancho y profundo en toda su extensión. Y en cuanto a lo largo que era, solo tenéis que multiplicar doscientos por tres y os daréis una idea válida de cuántos metros medía. La abuela Kirke les había contado que antes aquella zanja llevaba agua a las hortalizas de los granjeros, pero ahora estaba seca cual desierto (excepto cuando llovía, entonces era todo lodo).
Alrededor y dentro de los ¾ de cuadro que formaba dicha zanja, había varios componentes materiales que los primos Kirke usarían. Pero como sin muchos y mucho me temo que si me propusiera mencionarlos y describirlos ahora, escribiría todo un libro sobre ella y no es lo que pretendo. Así que procederé a volver con los primos Kirke, que si lo recordáis, ponían la casa patas pa’ ‘riba.
La abuela Kirke había agotado todas sus ideas para entretener a sus nietos y evitar que, como estaban decididos a hacer, derrumbaran la casa. O eso creía ella, pero justo cuando estaba por tirar la toalla, recordó la ya mencionada pradera. Así pues, como último recurso (y agrego por mi parte que fue lo mejor que pudo haber hecho) tomó su trabajo de ganchillo así como a los niños y se encaminó a la pequeña pradera. Y así, como caravana de niños alegres, los primos Kirke se dirigieron a lo que era su destino.
Si por casualidad pensáis que la abuela Kirke era viuda y que vivía sola con la mitad de sus nietos, piensas por demás. Su marido era un respetable señor, encargado de hablar por la gente de su zona en la ciudad de Kirkstall, Inglaterra. El feliz matrimonio tenía cinco hijos; Joseph, Arthur, Matilda,Magdalena y Albert. Basta decir con que en aquel momento la gran familia Kirke se encontraba reunida y que si piensas que estos padres eran irresponsables por el alborozo que causaban sus hijos, piensas por demás.
Los padres eran responsables, el caso es que tal vez se les diese demasiada libertad a los críos a tan temprana edad, cuando la conciencia apenas despierta bien y se empieza a tener criterio propio, así como sincero arrepentimiento. Dejemos el tema entonces en que aunque se les diese tal vez demasiada libertad a los primos Kirke de Kirkstall, Yorkshire, siempre tenían un límite. De modo que a final de cuentas, los chicos nunca derrumbaron la casa del todo.
Al salir de casa, los acostumbrados dilemas que se hacen cunado uno sale de excursión, se produjeron, y una vez resueltos estos dilemas, los 6 primos Kirke se encontraron en la pequeña pradera. Fue como haber salido de la prisión y verse de pronto en completa libertad, o acaso también, como todo niño ante la libertad, impulsados por una fuerza natural a crear algo nuevo y maravilloso.
De no haber estado ocupados con sus propias emociones, habrían deseado que el pequeño Ethan de tres meses los acompañara, así como las dos criaturas que estaban por añadirse a la colección. Por el momento solo podían sentirse libres y extasiados.
La nueva y brillante pelota de cuero fue el entretenimiento de un rato, pero luego se hastiaron y procedieron a jugar otra cosa. Los que tenían bicicletas se la habían llevado, y se dispusieron a hacer entretenidas carreritas, mientras que los faltos de bicicletas se limitaban a hacer de público y árbitros. Pero cuando finalmente se agotaron las ideas, optaron por sentarse en la tupida tierra de pasto seco para tomar agua y descansar en un silencio placentero. Luego de hablar mucho, uno siempre quiere callar.
–¿Qué hacemos ahora?—preguntó entonces Beth, aquella individua que al principio tenía dos años y ahora nueve, por tanto, la mayor de todos los primos Kirke.
–No lo sé—le contestó Arthur, con un tono que denotaba completo aburrimiento. Aquel era el que tenía uno y ahora ocho, consecuentemente era el segundo de la compañía y el primer varón.
–Inventen un juego—les propuso la abuela Kirke, que sentada muy cómodamente hacía rato, tejía sin cesar.
–¡Sí, algo nuevo! ¡Un juego como ningún otro!—exclamó Beth, completamente de acuerdo con la propuesta. Era una persona a quien le gustaba siempre buscar una manera nueva de hacer las cosas, y que esta manera fuese divertida.
–¡Hagamos un mundo fuera del nuestro! Un lugar donde nosotros somos los reyes y reinas y donde hay cosas mágicas—respondió Arthur.
–¡Y gloriosas!—sugirió Ruth, una niñita morena de tres años, que después de cinco años entre ella y Beth, era la sexta y la segunda dama.
–¡Y pacíficas!—agregó Ian, siete meses mayor que Ruth y la verdadera descripción de “un palito”.
–Pero con algo de emoción, todo juego y nada de trabajo no ayuda mucho—argumentó Beth.
–Tienes razón, algo que esté equilibrado entre el trabajo y el juego—admitió Arthur.
–¡Ya sé! Que la mitad del tiempo sea guerra y la otra mitad sea paz—ideó Andrew, un niño de seis años, hermano de Beth.
–Sí, eso mismo… en el otoño, por no ser nada que trae vida, es la guerra. Y en la primavera, cuando todo vuelve a cobrar vida, es la paz—decidió Arthur.
–¿Pero quién va a ser el malo, o los malos? Yo no—preguntó Neil, de cuatro años, que muy seguido era obligado a ser las veces de villano. Era también el segundo hermano de Beth.
–Trolls—intervino la abuela Kirke, quien no se había perdido ni una palabra.
–¿Trolls?—preguntaron a una los niños.
–Sí, niños; trolls. Seres que no son ustedes, y así todos siguen siendo los buenos y aun así hay un malo—les explicó la abuela.
–Es buena idea—concluyó Beth.
Todo se vieron unos a otros. Con mirada mística, divertida, intrigante, alegre, penetrante… tal era la expresión que se hubiera podido leer en sus rostros su los hubieses visto.
Después de haber discutido en pocos minutos la esencia del juego, se dispusieron finalmente a jugar. Pero la abuela los detuvo y les dijo que aquel día ya era muy tarde y que mejor sería jugar aquel juego al día siguiente, si no querían viajar de noche y ser raptados por los “outlaws”.
Aunque al principio se quejaron y lamentaron, accedieron luego a la pronta marcha con la víspera de un regreso prometido. No tardaron en juntar sus cosas y volver, aunque devastados por el cansancio físico, al hogar que los esperaba.
Ellos no lo sabían aún, pero al día siguiente estaban por crear una maravilla, algo que me gusta calificar como ya lo hizo alguien; un mundo fuera del nuestro.
Su juego, como todo juego de la niñez que consecuentemente conlleva la fantasía, consistía en una brutal lucha del bien contra el mal, de la moral contra la insensatez, de la traición contra la fidelidad, de todo, en pocas palabras, de lo que consiste un mundo fuera del nuestro. Y como todo mundo mágico, como todo mundo fuera del nuestro, esta nueva dimensión cobró absoluta realidad.
La razón por la que los primos Kirke fueron a parar a aquella Tierra se la debían a sí mismos. Porque de no haber amenazado con acabar con la humanidad, la abuela Kirke no hubiera recurrido a la pequeña pradera. Lo mismo se debían a ellos mismos la imaginación con que crearon su mundo, pero si a alguien le debían la gran inspiración que los impulsó a tales glorias y victorias, fue a la abuela Kirke.
Glosario
Trolls= seres mitológicos probablemente provenientes de Noruega o tierras anglosajonas
Outlaws= hombre sin Dios ni ley
Kirkstall= cuidad en el condado de Yorkshire, Inglaterra
Yorkshire= condado de Inglaterra
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