En la noche se elevó una plegaria obscura y tenebrosa, se escuchó una
petición: «sangre, dolor y muerte para quién levantó el puñal sin
motivo».
Las nubes vistieron sus mejores mantos grises, el trueno regurgitó con ira y
el granizo asoló los árboles en señal de violencia sobre los cuerpos ajenos.
A esa hora un par de gritos se ahogaron al relumbrar del relámpago, la
charca se tiñó de escarlata y por supuesto que la nariz se deleitó con el
perfume de la maldad de aquellos pútridos corazones.
Reaccionaron los ojos, la amargura palpó el hombro, el consuelo abrigó la
carne y danzó alegremente sobre la muerte consumada.
Osadía terrible la de aquel bribón que intenta aprovecharse de la debilidad
de una planta. Pequeña, inofensiva, verde y tranquila, paseaba entre tréboles,
cardos, amapolas y margaritas, de pronto, infausto puñal apunta el cuello. Nace
la amenaza, el golpe, la herida, por qué razón: ninguna.
Solo la bestialidad humana podrá responder, eso si le dieran voz, pero no la
tiene, su acto es el grito, golpe y matanza.
Nació la frase:
«Intentar matar a la amargura con un puñal, eso pudiera funcionar, si
la amargura se rindiera con facilidad, cuando alborotas mi sangre tendrás que
tragar la muerte que tengo para dar».
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