De cuando en cuando, o casi todos los días, me quedo embobado viendo las plantas de la terraza. No cambian, o al menos yo no me doy cuenta. Se me escapan muchas cosas. Muchas. Y no me gusta. A veces me enfada. Otra veces me da igual. Muchas veces me da igual, pero pocas veces me dan igual muchas cosas. Sólo algunas. Pocas. Aquellas que no percibo. Ya te digo, pocas.
Han vuelto a cambiar la hora de recogida de la basura y mi triste bolsa ha vuelto a saludarme cuando he salido del ascensor. ¿Seré el único al que despistan con este juego de horas y desechos?
Ahora suena Numb de Portishead y hay que guardar silencio. Casi 38 segundos de introducción que atontan la cabeza y aprietan los labios. Unos segundos que dominan a las bestias. Bestias que suelen dormir pero que llevan un tiempo algo inquietas. Y no, no es el calor. La inquietud ya les levantaba los párpados mientras yo subía volcanes y saltaba muros de cultivos ajenos.
Yo quiero entender el miedo, la ansiedad, conocer el límite semanal de cuencos de cereales y el motivo por el que Sonia y Selena resuenan en mi cabeza al menos una vez al día. Quiero entender muchas cosas. Muchas. Quizá sean demasiadas. Vale, son demasiadas. Pero necesito entenderlas. Y se me escapan. Ya te digo, se me escapan. Porque pocas me dan igual. La verdad, muy pocas.
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