Los flashes se sucedieron uno tras otro en el lapso de un minuto. Javiera contó hasta veintiuno, eran las nueve de la noche y las luces rebotaban en los vidrios de un telecentro abandonado. Volvía de la granja con dos panes, cien de mortadela y cien de queso barra. Tres hombres de sobretodo la atropellaron e hicieron rodar los panes en la vereda. Una chica de lentes negros estaba siendo fotografiada en plena noche. Sonreía a las cámaras. Trató de identificarla, pero en sus rasgos no reconoció a nadie de la tele o de Instagram. Entraron juntas al edificio mientras los periodistas quedaban amontonados en la puerta de vidrio.

Tocó el botón del ascensor. Las puertas se abrieron y la chica fotografiada preguntó a Javiera a qué piso iba. Javiera contestó seis. La chica de lentes apretó seis y luego azotea. Javiera pensó que nunca la había visto antes, que debía ser amiga o familiar de algún vecino y que sin dudas debía ser famosa para que tantas personas se amotinaran con cámaras en el edificio. Decidió pedirle una foto. Sonaba raro, pero lo hizo. La chica de lentes negros volvió a sonreír y con un movimiento de cabeza dio a entender que aceptaba. Javiera estaba nerviosa, no se dio cuenta y las fotos del celular salieron con flash automático. Seguro que rebotó en el espejo y no se ve nada, se lamentó, pero no quiso pedir otra. Llegaron al seis y se despidieron con un “hasta luego” seco. Javiera quedó tildada con el asunto de la mujer fotografiada y la azotea. Todo le resultaba digno de un audio de WhatsApp a su amiga Carla. Lo haría ni bien se acomodase en su sillón con los sándwiches listos y la tele en mute. Ya en su departamento sintió unas cosquillas en la espalda, una suerte de ardor y picazón fuerte. Dejó la bolsa de la granja sobre la mesa y se recostó en la cama un rato. Habría tiempo para comer y mandar el audio a Carla, y coser las medias rotas, y llamar a Diego para pedirle perdón por la pelea de la mañana, y preguntarle a su madre qué tal estaban las plantas del jardín y si la abuela estaba mejor del resfrío.

Los flashes se sucedieron uno tras otro en el lapso de un minuto. Javiera contó hasta veintiuno. Dos panes rodaban en la vereda. Primero se colaron vecinos a registrar con sus teléfonos la escena, al cabo de un rato llegaron la policía y los periodistas. Javiera aun sostenía en su mano el celular. En el fondo de pantalla sonreía en el ascensor la chica de las gafas oscuras. El espejo reflejaba la espalda de su saco verde y un flash potente que hacía de su cabeza una estrella en expansión.

Etiquetas: relato breve suspenso

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