La rescaté de entre las cosas que dejó el compañero que se fue con libertad condicional. Isla Mocha, decía, y era la fotografía de un paisaje, no mayor de 20 por 15 cms. La pegué en la pared, y desde las 17 a las 23 horas, todos los días durante 3 años, caminé por la suave arena blanca, la brisa marina acarició mi cara, disfruté el sonido armonioso de las olas, las nubes siempre eran blancas y por la tarde el horizonte se enrojecía, más nunca vi otras huellas en la playa, que no fueran las mías.

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