Me desperté y media y me levanté veinte minutos después. Las vueltas en la cama como ejercicio obligatorio para fortalecer la voluntad de enfrentar el mundo. ¿Qué mundo?

Pongo la pava y me voy al baño. Cuando termino, usualmente, la pava ya esta en el punto justo. Esto lo aprendí por la fuerza del hábito y del mercado, que enseña a pensar en el tiempo como «tiempo para hacer algo de valor». ¿Qué valor?

Preparo el mate como me enseñó mi abuelo, homenaje cotidiano a un gran cariño. Agua fría, chupo, tiro. Agua caliente, chupo, tiro. Así la yerba se lava más lentamente y la compañía te dura más.

La música de fondo acompaña alguna lectura, alguna historia de instagram, algún posteo en algún lado, y, sobre todo, algún recuerdo.

El mate se está empezando a lavar. Tomo algo del agua tibia con la pastilla que aún me obligo a tomar y pienso «hoy es la última». Me lo repito todos los días para avivar la chispa de una esperanza que nunca llegará a ser certeza.

No sé si tengo hambre o estoy aburrido, quizás ninguna, por lo que empiezo a pensar en qué puedo comer y en qué lindo salimos en esa foto ¿no?

¿Almuerzo o desayuno?

La musiquita sigue, el mate se lavó.

¿Hay algo de orden en todo este caos? El día de hoy es igual al de ayer, el cielo se torna de un color gris desahuciado.

Etiquetas: relato

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