El secreto de Grimfriards

El secreto de Grimfriards

PRÓLOGO:

El viejo Jamie vagaba por las heladas calles del pueblo sin saber muy bien a dónde ir. Vivía en la indigencia, por lo que no tenía un hogar en el que poder calentar sus huesos. Sin embargo, habitualmente solía pedir limosna junto a un tranquilo portal cerca del centro, donde también dormía entre mantas y cartones. Pero aquella noche unos jóvenes bastante más ebrios de lo aconsejable le habían insultado y tirado huevos podridos por pura diversión. Y él, que aún conservaba un pequeño ápice de dignidad, se había encarado con ellos para defenderse. Tras un breve forcejeo, el viejo vagabundo supo que había sido un error, ya que no quería tener problemas con la policía, los cuales seguro no se pondrían de su parte, así que se marchó de allí rápidamente antes de que las cosas se pusieran aún más feas.

En su camino errante, el viejo vagabundo se cruzó con un montón de críos disfrazados que pedían caramelos por las casas. Además, desde la mayoría de ventanas y escaparates, un sinfín de calabazas luminosas lo contemplaban esbozando sus grotescas sonrisas, por lo que Jamie supo que aquella noche era la del 31 de octubre.

Al final, sus pies le condujeron hacia el viejo cementerio de Grimfriards. Y aunque ya debía ser más de media noche, también allí había varias personas. Algunas depositaban flores sobre las tumbas de piedra de sus seres queridos. Otras, murmuraban familiares palabras en la intimidad. No en vano, era la noche de difuntos. Y en aquel pequeño pueblo de Escocia, como en el resto del país, aún existía cierta tradición acerca de los vínculos con el más allá.

De pronto, y sin el más mínimo aviso, comenzó a llover a mares. Y enseguida todos los allí presentes corrieron a refugiarse hacia sus coches o hacia sus casas. Pero el viejo Jamie no tenía a dónde ir, y lo último que necesitaba era calarse hasta los huesos. Así que corrió como pudo, serpenteando entre las oscuras tumbas de piedra en busca de algún sitio donde guarecerse. Entonces lo vio: un pequeño y antiguo mausoleo se alzaba a escasos metros de él. Sin pensárselo dos veces, se dirigió hacia allí con los zapatos llenos de barro y su desgastado y único abrigo casi empapado. Cuando llegó, comprobó que la puerta estaba cerrada, pero llovía tanto que apenas dudó en forzarla, abriéndola y arrojándose al interior del monumento funerario, casi sin respiración.

Allí, pudo recuperar el aliento. En su juventud había sido un chico sano y fuerte, pero de eso hacía una eternidad, y ahora ya no estaba para semejantes trotes. Lanzó una maldición por la condenada lluvia, que tan habitual era en aquel país y tanto daño hacía a las personas sin hogar como él. Medio tiritando, se dio cuenta de que sus dientes hacían especial ruido en aquel lugar. Y es que dentro del oscuro y viejo mausoleo se respiraba un silencio pesado y sepulcral, sólo amenazado por el ruido del agua que caía con fuerza afuera, además del castañeo de sus propios dientes.

Intentó entrar en calor, frotándose con sus propios brazos. Entonces el sonido de unas pisadas cercanas de alguien que, como él, corría en busca de refugio llegó hasta sus oídos y, sin pensarlo, comenzó a dar pasos hacia atrás con el fin de ocultarse mejor para que nadie, y menos la policía, lo encontrase allí dentro.

No había dado ni cuatro pasos cuando el suelo bajo sus pies cedió por completo y él se sintió caer, en medio de una nube de polvo y barro. Enseguida, su espalda topó con un suelo más firme a apenas metro y medio bajo el que se había desmoronado. Asustado y dolorido, el viejo Jamie se levantó como pudo y comprobó con horror que había ido a caer sobre los restos humanos de quien en su día fuese enterrado allí, y del que ya apenas quedaban huesos y polvo. Entonces se apresuró aún más en trepar para salir del agujero en el que se encontraba. Primero un brazo, luego otro, un poco de esfuerzo y ya no tardó en tener medio cuerpo fuera. Entonces oyó con claridad una fuerte respiración que no era la suya, seguido de un intenso y agudo dolor en su espalda, como si unas afiladas garras se le clavaran en la carne. Luego algo lo arrastró con violencia hacia el agujero.

El viejo vagabundo quiso gritar, pedir auxilio. Pero ya era demasiado tarde.

Tardaron tres días en descubrir el cuerpo del pobre Jamie, ya que no tenía a nadie que lo echase en falta. Fue el jardinero del cementerio quien había descubierto la puerta de uno de los más viejos mausoleos forzada y entreabierta. Y cuando vio lo que había dentro no dudó en llamar a la policía. Ellos acordonaron la zona, buscaron posibles testigos y estudiaron la escena antes de levantar el cadáver: Se trataba sin duda de un asesinato con violencia. El cuerpo del anciano presentaba profundos cortes en cuello y muñecas, por lo que la causa de la muerte parecía a simple vista muerte por desangramiento. Además, en la espalda descubrieron unos profundos arañazos verticales que iban desde el hombro hasta casi la cintura. Pero lo que más sorprendió a los policías que levantaron el cadáver era que el nicho donde debían descansar los restos del propietario de aquel viejo mausoleo, un tal Jonathan Mackenzie, estaba, a excepción del cuerpo del viejo Jamie, completamente vacío.

SOFÍA:

Los tres amigos acababan de llegar al pequeño pueblo, y este les recibía con un viento frío y huracanado desde luego nada acogedor. Sin embargo, ya venían prevenidos contra las inclemencias del tiempo escocés, por lo que todos ellos vestían gruesos abrigos, así como guantes, bufandas y gorros de lana. Sofía no había dejado pasar nada por alto como responsable de la planificación de aquel viaje junto a su novio,
Alonso, y su mejor amigo, David.

A sus 22 años, aunque era la más joven del grupo, también era la más organizada y sensata. Y aunque a veces también era un poco despistada, sus amigos confiaban plenamente en ella y en su juicio. Por eso, tras debatirse entre varios destinos y aprobarse finalmente Escocia por ser el único país que hasta el momento ninguno de ellos había visitado, los dos chicos dejaron que ella tomase completamente el mando a la hora de encontrar los vuelos, la estancia e incluso una lista de cosas que hacer y ver una vez allí. A Sofía aquello no le disgustaba, ya que, aunque conllevara un esfuerzo y una responsabilidad extra, se sentía a su vez sumamente útil y necesaria en su pandilla.

-Que alguien ponga el GPS del móvil -dijo Sofía, mientras caminaban por una desconocida calle del pueblo donde los había dejado el autobús -. Tengo las manos heladas.

-Estoy en ello -le respondió con una sonrisa su amigo David, escribiendo la dirección del hostal en su móvil. Era unos años mayor que ella y que su chico, pero cuando se ilusionaba con algo casi parecía un niño pequeño. Y Sofía, que ya lo conocía muy bien, lo notaba muy emocionado -. ¡Por aquí! -anunció, mientras arrastraba con energía su maleta de viaje por una boca calle cercana. Sofía tomó la mano de Alonso, y tras compartir una sonrisa se apresuraron a seguir a su animado amigo.

Se encontraban en un pequeño pueblo de no más de 20.000 habitantes un poco dejado de la mano de Dios, ya que para llegar hasta él había casi tres horas en coche desde el aeropuerto de Edimburgo. Lo habían elegido así para evitar un destino excesivamente turístico y poder ir más a su bola, además, así evitarían terminar hablando español si se rodeaban de turistas y viajeros de su mismo país. En aquel desconocido pueblo se obligarían a practicar inglés, aunque a David esto no le había hecho mucha gracia, pues no era especialmente hábil con los idiomas.

Finalmente encontraron el hostal que habían reservado; un viejo edificio de tres plantas de aspecto rústico y bonito. Al llegar a recepción, vieron a un hombre calvo, bajito y robusto, con una nariz porrona y rojiza repleta de pequeñas varices y espinillas, que les observaba tras un pequeño mostrador de madera envejecida.

-Buenas noches -les saludó con el peculiar acento escocés. Y aunque el hombre les daba la bienvenida con amabilidad, a Sofía le dio un poco de miedo, pues le pareció que la sonrisa de su boca no alcanzaba a sus ojos, que eran serios y penetrantes.

-Buenas noches -oyó que le contestaron David y Alonso en un inglés algo más británico. Ella se obligó a apartar la vista de la fea nariz del hombre calvo.

-¿Teníais reserva en nuestro hostal? -les preguntó. Sofía quería ver si su amigo David, tan extrovertido pero tan nulo con los idiomas, le respondía. Pero definitivamente fue Alonso el que llevó la voz cantante.

-Así es. Reservamos por Internet hace un par de semanas. A nombre de Sofía. Sofía -le pidió -enseña el DNI.

-Sofía… -musitó el recepcionista, con una sonrisita -. Bonito nombre -. A ella no le hizo nada de gracia notar cómo la miraba, así que desviando la vista hacia el mostrador le pasó su documento de identidad para que el hombre pudiera comprobar la reserva en su ordenador -. Ah, de acuerdo. Aquí estáis. Pero… ¿No habíais reservado para cuatro personas?

-Sí -respondió Alonso, enseguida -. Otra amiga llegaba hoy desde Italia. ¿No ha llegado aún?

-¿Una joven italiana? -les preguntó el hombre. Ellos asintieron -. No. No la he visto por aquí. Tomad, vuestra habitación es la 110, arriba en la primera planta.

-Gracias. -le contestó Sofía. Antes de despedirse y darles un par de llaves el recepcionista les informó de que sí tenían hambre había una cafetería a apenas unos metros de allí que tenía la costumbre de no cerrar hasta media noche. Ellos le dieron las gracias y se dirigieron hacia el ascensor, que los condujo hacia la primera planta. Al salir se encontraron un estrecho pasillo sin ventanas, enteramente enmoquetado, e iluminado por lámparas de pared un tanto anticuadas, cuya luz era amarillenta y tenue. Al final, el pasillo se dividía en dos a derecha e izquierda.

Se dirigieron a la puerta que mostraba el número de su habitación, y Alonso usó una de las llaves para entrar.

La estancia era tal y como Sofía había visto por internet. No demasiado amplia, pero bonita, limpia y con encanto. David soltó su maleta en el pequeño recibidor y se fue corriendo hacia la cama de matrimonio, a la que casi se tiró de cabeza.

-¡Bueno! ¡Qué cama! -exclamó, estirándose a lo largo y ancho.

-No te emociones tanto, anda -le reprendió Sofía, cariñosamente -. La cama es para Alonso y para mí.

-Tsss… Ventajas de tener pareja, ¿no? Qué injusto -bromeó David mientras se levantaba e iba a explorar el resto de la estancia. Sofía lo siguió.

-Esa es la tuya -le señaló Sofía, indicando el sofá que había en la otra estancia: un pequeño salón comedor con cocina americana -. Tranquilo. Se abre y se convierte en un sofá cama de matrimonio.

-Nuestra Sofía siempre pensando en todo -dijo Alonso, mientras le acariciaba la cabeza de forma paternal -. Gracias. Este sitio es genial -Sofía sonrió, satisfecha, y le dio un rápido beso en la mejilla a su chico.

-Sí, gracias -exclamó David, mientras observaba el sofá desde la cocina -. Siempre he querido dormir oliendo a fritanga -. Pero Sofía lo conocía demasiado bien como para saber que estaba bromeando y que en realidad estaba encantado -. Por cierto, ¿qué os parece si vamos a la cafetería esa de aquí al lado y pillamos algo de papear para esta noche?

-Ah, ¿pero has entendido lo del café? -se burló Sofía, provocando unas risas en Alonso.

-Muy graciosa -le respondió David -. Pues sí. Cuando el instinto de supervivencia manda, soy capaz de entender hasta al escocés más cerrado. ¡Y yo me muero de hambre desde que bajamos del avión!

-Yo no sé si ir -dijo Alonso, con la calma que lo caracterizaba -. Me apetece darme una ducha y ponerme el pijama. Id vosotros si queréis.

-No seas flojo -le recriminó Sofía -. Anda, ponte la chaqueta y vámonos.

-Y ya está, ¿no? -contestó Alonso, con una sonrisa -. Porque tú lo digas.

-Eso es, amor. Veo que lo vas entendiendo. -Bromeó ella, dándole un suave beso en los labios.

-¡Puag! ¡Venga ya! -exclamó David -. ¿Vais a estar así todo el maldito viaje?

-¡Tú! ¡No te quejes! -le espetó Sofía -Que tendrás aquí a tu amiguita, ¿recuerdas?

-Gracias a dios -aseguró su amigo -. Si tuviera que tocaros el violín todo el tiempo acabaría suicidándome -Sofía negó con la cabeza en señal de desaprobación. Su amigo David había aceptado sin dudar la propuesta que ella le hiciera de hacer un viaje juntos unas semanas atrás, pero su única condición había sido la de no ser bajo ningún concepto una pareja de tres, así que había invitado a una “amiga” suya italiana a venir con ellos. Y aunque Sofía y Alonso habían dado el visto bueno, a Sofía no le hacía especial gracia la idea, pues había conocido ya a varios ligues de su amigo y todas les parecían unas locas de atar un tanto idiotas. Sin embargo, David le había asegurado cien veces que Olivia, que así se llamaba su amiga, era diferente en todos los sentidos, describiéndola como una chica simpática, inteligente, culta y sensata. Sofía esperaba que de verdad fuera así -. Por cierto, qué raro que aún no esté aquí. Me dijo que su avión llegaba un par de horas antes que el nuestro…

-No sé. Llámala.

-Le he mandado un mensaje. Ya contestará. Bueno, ¿vamos?

Los tres salieron del hostal, y no tuvieron problema en encontrar la cafetería siguiendo las sencillas indicaciones que les había dado el hombre de recepción. Allí compraron unos sándwiches y unos chocolates calientes, que devoraron con gusto. A Sofía le pareció bonito aquel café. Era todo de madera, como los pubs irlandeses a los que iba en España para tomar cerveza. Sólo que aquel lugar estaba mucho más despejado y tranquilo que cualquier pub e iluminado por varias lamparitas como de mesas de salón que dotaban el espacio de un ambiente cálido con su luz suave y amarillenta. Al fondo, un fuego crepitaba en el interior de una vieja chimenea.

Tras acabar su cena, los tres regresaron a la habitación de su hostal. Y mientras Alonso se metía en la ducha y David wasapeaba con alguien desde su móvil Sofía curioseó un poco más la estancia, la cual, definitivamente, le pareció más que decente para el bajo precio por la que la había conseguido. Abrió el armario de su habitación, donde sólo había un par de perchas y un juego limpio de sábanas y toallas. Luego inspeccionó la pequeña cocina, y por último se asomó al balcón de la salita, descubriendo que daba a la parte trasera del viejo edificio, donde parecía correr un riachuelo rodeado de mucho verde. Como era de noche, y aquella parte no estaba iluminada por ninguna farola, se veía todo muy oscuro. Pero a la joven le pareció ver un gran bulto arrastrado por la corriente. Un viejo tronco de árbol, supuso. Sofía entornó un poco más los ojos para ver mejor, pero el tronco ya había desaparecido corriente abajo.

-¡Eh, Olivia ha contestado! -anunció David, a su espalda, desde el sofá. Sofía se giró para mirar a su amigo.

-¿Y qué te dice?

David frunció mucho el ceño mientras leía la pantalla de su móvil. Parecía preocupado.

-¿Qué pasa? –quiso saber Sofía.

-Parece que su autobús fue retenido por la policía.

-¿Por la policía? –se extrañó ella -. ¿Por algún control anti-drogas?

-No… -contestó su amigo -. Al parecer esta madrugada ha pasado algo.

-¿Algo como qué? -preguntó Alonso, que acababa de salir de la ducha.

-Por lo visto han encontrado un muerto en la carretera.

SINOPSIS

SOFÍA y sus amigos, ALONSO y DAVID, viajan de vacaciones a un pequeño y recóndito pueblo de Escocia. Pero lo que parecía ser el viaje de sus vidas pronto se convertirá en un infierno al descubrir una serie de asesinatos, desapariciones y suicidios fruto de algo oscuro que asola aquellas tierras desde los tiempos en los que los celtas realizaban sus rituales y sacrificios, haciendo que la delgada línea que separa lo terrenal de lo espiritual, la vida de la muerte, la luz de la oscuridad… se quebrase para siempre. Ahora, tras un desafortunado accidente en el cementerio durante la noche de difuntos, el oscuro espectro del que en vida fuera un sádico y despiadado comisario y las atormentadas almas de aquellos que sufrieron sus crueles y sanguinarias torturas han despertado, haciendo que el SUBINSPECTOR MCGREGOR, un policía ejemplar nada supersticioso, se rebane los sesos por atrapar al que cree que no es más que un asesino en serie. Su nueva compañera, la INSPECTORA GORDON, una misteriosa y taciturna mujer trasladada desde la comisaría de Londres, le ayudará en su titánica labor, ocultando un gran secreto que jamás desvelará a nadie, mucho menos a su compañero: desde niña tiene el don de comunicarse con los muertos.

Todo ello estará narrado de forma equisciente, ofreciendo exclusivamente la información y el punto de vista de uno de los personajes por cada capítulo para que el lector componga la historia como haría con las piezas de un puzzle, tomando también importancia capítulos donde el punto de vista será el de alguno de los espíritus en la época en la que aún vivían, consiguiendo una visión más profunda de la trama mientras viajamos por la historia y las leyendas de este pueblo y sus oscuros orígenes.

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