-¿Es esto realmente necesario?
-No podría ser de otro modo. ¿No crees?
-Probablemente tengas razón. Aun así, creo que nos debemos una última noche. Por toda la historia que arrastramos.
-Preferiría empezar de una vez, si no es mucha molestia.
-Tan apurado como siempre.
-El tiempo es más valioso que el oro. No deberíamos desperdiciarlo.
-Una buena conversación nunca es un desperdicio de tiempo. Todo lo contrario. Nos llena como personas.
-Pues no tengo nada que conversar contigo.
-En eso sí que te equivocas, viejo amigo.
Los últimos rayos de sol entraban por las puertas de cristal que daban hacia la playa. La humedad salada de las costas se hacía presente en todo el lugar. El sonido de las olas rompiendo contra la orilla reverberaba por todo el sitio, y más allá de los latidos de los presentes, era lo único que podía escucharse. Sostuvieron sus miradas por un tiempo que pareció eterno, pero no por miedo. Ninguno de los dos le tenía miedo a la muerte a este punto. Simplemente era la ruta que debía tomarse. Años postergando su encuentro los llevó justo a este momento, a esta casa, a esta situación. Frente a frente, en esta mesa de madera pulida, el temple de ambos sería evaluado, juzgado y castigado por el otro. Ninguno de los dos tenía miedo, porque siempre tuvieron presente el destino que les aguardaban sus acciones. Sin duda alguna, sería la última vez que verían el rostro del otro, que tendrían una conversación. Sería la última vez que respirarían. No había otro modo de hacer las cosas. La botella aún estaba sin destapar y los vasos totalmente secos esperaban a ser llenados tal y como fuese la primera vez.
-Toma asiento, por favor.- dijo uno de ellos, ansioso por empezar cuanto antes. Seguro de ser el ganador, esperaba terminar rápido con el trámite. El otro, con la misma confianza, tomo asiento frente a él.
¡CLICK! Vacío.
-Parece que el primer turno juega a mi favor. El destino me sonríe.
-No creo que debas estar tan seguro de ti mismo. Tu soberbia podría costarte caro.
-Mi soberbia es lo que me hará superarte. Mientras tú estás desesperado por jugar, yo prefiero hacer las cosas con calma. Es la diferencia entre tú y yo.
-Tenemos muchas diferencias. No pretendas que esa es la única.
-Pero es la única que vale.
Volvieron a mirarse, evaluándose detenidamente. Las diferencias eran más que evidentes, al menos físicamente. Mientras uno de ellos era alto y musculoso, el otro parecía más bien con indicios de desnutrición y, al ser tan menudo, parecía tan frágil como un polluelo. El ambiente iba cargándose de una energía pesada conforme avanzaban los minutos y sin claudicar, el más alto de ambos tomó el revolver que había sobre la mesa y lo puso en su cabeza, tal como lo había hecho el otro. Pudo sentir el mango de madera en su mano y el frío contacto con la piel en donde la había colocado, justo debajo de la sien, y tiró del gatillo. El arma le devolvió un chasquido seco de una cámara vacía. Había sobrevivido la primera ronda y ni se sorprendió. Volvió a colocar el arma sobre la mesa empujándola un poco hacia su oponente.
– ¿Ya ves? No eres el único con suerte ni mucho menos. – Le espetó triunfante al personaje que tenía en frente, dedicándole a su vez una mirada de entero desprecio.
– Por supuesto que no. Pero la suerte tiene un límite. Y lo que decidirá quién gana o no será cosa del destino.
. ¿Destino? ¡JA! Me cago encima del destino. Uno escribe su propia historia. Nada, ni nadie me va a decir cómo van a suceder las cosas más que mi propia persona. Ni siquiera tú has podido detenerme en ningún momento. El destino no es más que una vaga invención del ser humano promedio para justificar su ineptitud. Se conforman con los que les sucede. Rezan a falsos dioses esperando en vano por una especie de ayuda cósmica y luego ni se preocupan en cambiar su puta situación. No. No existe el destino. Sólo personas ineptas que no pueden manejar sus pequeñas y miserables vidas.
-Eso es sólo lo que te has hecho creer a ti mismo. No puedes ver más allá de tu propia nariz, y por consecuencia, tampoco las cosas que suceden más allá de nuestro control. Atascado en tu pobre y oscura concepción de la vida te has negado en creer que hay algo más allá de nuestra comprensión. Algo que nos ha puesto aquí. Uno en frente del otro. ¿Crees que esto no había sido escrito antes? Hasta nosotros sabíamos que llegaríamos a este punto. Las cosas suceden debido a una razón y luego por una consecuencia. Somos el cúmulo de miles de historias entrelazadas entre sí que van, inevitablemente, a un mismo punto en común.
-Tú puedes creer lo que quieras. Tus creencias morirán contigo esta noche. Y no hay nada ni nadie que pueda salvarte.
-Todo el mundo muere en algún momento y yo no soy la excepción. Pero te equivocas al pensar que mis creencias se irán conmigo. Y mucho menos esta noche. Las creencias trascienden esta cáscara de carne y hueso. Perduran a través de lo único que es eterno: el tiempo.
A pesar de lucir tan frágil en el exterior, la voz del hombre era fuerte y grave. Reverberaba por la habitación imponiéndose al viento azotador que había afuera. Las circunstancias de la vida le habían dado una fuerza que el otro apenas soñaba y, aunque provenían del mismo lugar, habían escogido distintas formas de lidiar con los obstáculos que se les habían impuesto. Con esa fuerza interior, se había superpuesto al asesinato de su esposa. Se había valido de una coraza que, aunque quizás no lo protegiera de un puñetazo, le protegería de cosas mucho más importantes. Un moretón en la piel se aclaraba con los días, un hueso roto con los meses, pero soportar cicatrices en el fondo del alma era una tarea que pocos podían manejar. Tomó el arma, la colocó sobre su sien sin ningún tipo de temblor y haló el gatillo.
Vacío otra vez.
La tensión iba en aumento mientras las oportunidades se acaban. El revólver Smith & Wesson, perteneciente al padre de ambos, tenía tan sólo 6 disparos. Una sola bala cargada en el tambor. Y ya habían llegado a la mitad.
– ¿No te arrepientes de nada? – preguntó el hombre alto tomando el arma en sus manos.
– Arrepentirse es inútil. No cambia los hechos. Además, como dije antes, todo está escrito. Las cosas que sucedieron no podrían haber sucedido de otro modo. Y es lo que nos ha traído aquí, al fin y al cabo. Arrepentirse significa avergonzarse del pasado, lo que te hace avergonzarte de lo que eres ahora.
– Aun así… ¿No lamentas nada?
-No.
Se miraron a los ojos mientras se halaba el gatillo nuevamente. Ninguno se sorprendió cuando éste, nuevamente resultó vacío.
-La emoción hasta el final. Como debe ser. – sonrió burlón el hombre más alto mientras arrastraba lentamente el arma por la mesa.
Una tormenta se había desatado en el exterior de la casa sin que ninguno se percatara. Los altos ventanales que daban hacia la playa se sacudían violentamente resistiendo las embestidas del potente viento. El agua rompía estrepitosamente contra el rompeolas que había un poco más allá y se alzaba amenazadoramente hacia el cielo. Parecía como si los dioses hubiesen puesto toda su atención en lo que sucedía entre estos dos personajes y a medida que se acercaban al final, no pudiesen ocultar su emoción.
-Yo sí lamento algo – añadió sin borrar la sonrisa de su rostro. El otro, impasible, se mantuvo inmóvil y sin expresión. – Creo que lamento no haberme tardado un poco más. Se lo merecía.
– Ah, ¿sí?
– Sí. Y ella lo sabía. Estaba jugando con ambos. En su fachada de chica inocente y pura no nos dimos cuenta de quién era hasta que fue demasiado tarde. Lamento no haberlo disfrutado más al asesinarle. La odiaba con todo mi ser. Y tú también, no pretendas negarlo.
-La verdad, es que te equivocas. Yo no hacía más que amarle. Y sé que no estaba jugando conmigo. Realmente me amaba. Y a ti también. Aunque nunca lo mereciste. Tú también le amabas. De otra forma no la hubieses asesinado. El amor es un motivo mucho más potente para asesinar a alguien que el odio. De hecho, creo que uno es consecuencia del otro. Dices que lamentas no haberlo disfrutado más, pero nunca lo hubieses disfrutado.
-Eso no es cierto, claro que lo disfruté.
-No, no lo hiciste. Actuaste por un impulso de idiotez e ira y luego te asqueaste de ti mismo con los resultados de tu propia miseria.
– Basta.
-Incluso ahora, te asqueas tanto de ti mismo que no puedes soportarlo y transfieres todo eso hacia mí. Tu no me odias, ni la odiabas a ella. Te odias a ti mismo. Eso es algo que nunca podrás cambiar y es lo que te hará morir esta noche. – Al terminar de decir estas palabras tomó el arma rápidamente, la puso sobre su propia sien y disparó, sabiendo de antemano, que la cámara estaría vacía. – Ahí está. – añadió arrojando el arma hacia él por encima de la mesa. – Termina con lo que empezaste. No hay más sitio para escapar ni tiempo para correr. Éste es tu momento. Vamos, Paris. Toma el arma.
El hombre alto, Paris, tomó el arma y la estudió detenidamente. Levantó la mirada y la llevó al ventanal donde los vientos huracanados azotaban con más fuerza que nunca. Volvió a dejar el arma en la mesa, tomó la botella de Jack Daniels que había estado allí, la destapó y tomó un largo trago directo de la boquilla. Al tragar arrugó un poco la cara, pero decidió tomar otro. Sin soltar la botella, tomó el arma con la otra mano y la llevó a su sien. Dejó que el alcohol se asentara un poco en su estómago y luego miró a su otro yo, pensando en que realmente le hubiese gustado ser más ése hombre.
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