Collateralis daemoniorum

Collateralis daemoniorum

Nunca había pensado en esa verdad tan inequívoca que nos dicen nuestros padres cuando somos pequeños. “Duérmete pronto o los monstruos vendrán por ti”, profesaban con una sonrisa algo maliciosa y a la vez tan afectiva. ¿Quién pensaría que lo dirían en serio? Y que, detrás de todas esas bromas y sonrisas cómplices, lo que habría sería solamente miedo.

La primera vez que los vi no tendría más de ocho años de edad, sin embargo no olvido ni un solo detalle con el pasar del tiempo, al contrario, lo veo todo más nítido, lo siento todo más real. Incuso con tantos años de por medio nunca me libraré de ésos recuerdos. Aunque lo intente olvidar, sigo recordando con mucha perfección cómo ésas manos chamuscadas se aferraban a mis muñecas, cómo sus ojos, que eran monedas de cobre adheridas a la piel con fuego, se engrandecían a medida que se me acercaban. Recuerdo su aliento pestilente a óxido y a papel quemado entrar por mi joven nariz. Ésa fue la primera vez que lo vi. Y lo seguí viendo muchos años después.

Cuando tenía al menos doce, vi a mi segundo monstruo. A éste, de hecho, no le reconocí inmediatamente. Me costó verle bien pero parecía muy hermoso. Tenía alas cómo un ángel, pero éstas eran de un precioso color negro. El pelo lacio le caía alrededor de los hombros y sus ojos azules parecían tener la profundidad del mar. Descubrí que era un monstruo cuando intentó asfixiarme, así es que pude verle más de cerca. Su piel estaba resquebrajada y parecía tener parches cosidos. Sus ojos, que antes me parecieran profundos, ahora no eran más que una capa muy gruesa de hielo. Sin embargo lo más impactante era su boca, largos dientes afilados asomaban detrás de los labios agrietados y su lengua, tan larga que llegaba al piso, se arrastraba dejando una estela de baba por donde quiera que fuese. Sobreviví a su ataque, pero me dejó marcas que nunca pude borrar y mis cuerdas vocales se dañaron. No volví a hablar del mismo modo.

El siguiente apareció a mis quince. Una mañana vi una figura acostada en la cama a mi lado. Estaba de espaldas, pero sus curvas me atraían. No sabía qué hacer, pero mis hormonas estaban haciendo muy bien su función. En lo que me acerqué para tocarle el hombro se abalanzó sobre mí. Un híbrido entre hombre y mujer me tomaba por las muñecas e intentaba inmovilizarme. Su rostro andrógeno era un borrón frente a mi rostro debido a la lucha que manteníamos. Sus abultados y firmes pechos desnudos me golpeaban constantemente y su miembro viril buscaba entrar en mí con desesperación. No le detuve a tiempo. Y ya no fui capaz de controlarle.

Ya para cuando apareció el cuarto casi le estaba esperando. Supe que estaba ahí inmediatamente, pero no pude verle y reconocerle sino hasta mucho tiempo después. Noté que me acompañaba por primera vez a los 17. Estaba por presentar un examen de admisión a la universidad. Empezó hablando muy tenue, como un susurro, apenas audible, pero fue aumentando el volumen de su voz rápidamente hasta que ya no pude escuchar nada más que su voz. Desde entonces me acompaña, va a mi espalda, camina conmigo, a veces hablando muy bajo, pero es mucho más común oírle gritar. Con ella mis oídos comenzaron a sangrar y ya nunca se detuvieron.

El último, sin duda alguna, es el peor. A diferencia de su predecesora, siempre está en silencio. Oprime tan sólo con su presencia y a veces es imposible ignorarle, aunque no diga absolutamente nada. Apareció hace un par de años. Tardó más que sus compañeros en aparecer pero lo compensa acompañándome a todos lados. Qué perfecta combinación de acompañantes, una voz que aturde, un silencio aplastante. Este monstruo se mueve muy elegantemente, flotando a centímetros del suelo, y su túnica de seda está bañada en sangre que nunca se seca. Nunca he visto su rostro.

Desde hace una semana se me han aparecido todos mis monstruos juntos. Es algo que nunca había ocurrido, eso me hizo suponer que vendría a visitarme alguien importante para ellos. Supongo que un nuevo monstruo. Y a juzgar por su emoción, creo firmemente que es el último. He podido estudiarlos a cada uno por separado a lo largo de éstos años, intentando prepararme para el momento en el que apareciera uno nuevo. Pero fue imposible prepararme para la conversación que acabo de tener.

Medianoche del miércoles y en años, tuve al fin un poco de paz. Fue justamente ésa paz lo que me despertó. Después de tanto tiempo con mis acompañantes me acostumbré a la anarquía. Ahora, que ninguno estaba presente, sentí una tranquilidad que más que aliviarme, me causó escalofríos, hasta que supe que ya no estaba solo.

-¿Quién eres?- grité a la oscuridad que me rodeaba. Una gota me bajaba por la columna lentamente, una gota de sudor, fría y cargada de electricidad.

-¿Acaso no me reconoces?- respondió una voz suave, sin género, matiz o algún sentimiento.

-¿Acaso debería?

-No. Creo que no. Hace mucho tiempo que no nos vemos.

-¿Quién eres?- volví a preguntar.

-Sería una pérdida de tiempo decírtelo. Ni yo quiero dar una explicación, ni tú listo para recibir una. Pero ya que estoy acá, ¿me preparas algo de té?

-¿Cómo? No puedo ver ni mis manos en ésta oscuridad.-Fue allí donde me di cuenta que más allá de la sensación de estar encima del colchón, no sabía dónde estaba. La oscuridad era absoluta y por más que me esforzaba no lograba adaptar mis ojos a la negrura reinante.- ¡¿Qué me has hecho?! ¡¿Por qué no puedo ver?!

-No sé por qué te quejas. Has estado así toda tu vida. Sólo que ahora es un poco más… literal. Por así decirlo. Nunca te diste cuenta de la venda que cubría tus ojos, nunca reparaste en los errores que cometías, incluso sabiendo lo que hacías. Nunca diste un paso atrás para dar dos delante. Nunca le colocaste a tus pies zapatos usados, ni fuiste capaz de dar los tuyos. En este momento no eres capaz de ver tus manos pero, ¿alguna vez lo hiciste realmente? Es más, ¿alguna vez quisiste verlas tanto como ahora?- Tomó una pausa algo larga y le escuché sorber algo. Mi corazón iba a mil por segundo, pero extrañamente, me sentía calmado.- Sí. Fui yo quién te envió todos esos monstruos. Pero nunca fuiste capaz de rechazarlos, exiliarlos, enviarles lejos. No porque fueses débil y no pudieses, sino porque ni siquiera lo intentaste. Y ahora te quejas de que no puedes ver tus manos. Te estás quejando de no poder hacer algo que antes sí podías, pero que nunca hiciste.- Sus palabras se hundían en mí, llenándome por dentro y volviéndome hueco.

-Sí lo inten…

-¡No me mientas!- gritó para interrumpirme y sentí un repentino estallido de dolor. Sólo que no pude saber en dónde. Era en todo mi cuerpo.- No me mientas.

Suspiró apesadumbradamente y escuché el tintineo de una taza al colocarse sobre alguna otra cosa. Pasos. Se acercaba a mí. Y luego puso una mano fría como el hielo sobre mi cara.

-Yo creo que ya ha sido suficiente. ¿No lo crees así?- No dije nada ni me moví un milímetro.- Necesito que hagas algo por mí. ¿Crees poder hacerlo?

Me susurró algo al oído y luego sentí cómo me quedaba solo de nuevo. Sentí quedarme inmóvil por horas, hasta que al fin tomé una profunda respiración y empecé a moverme. Sentí las piernas muy pesadas y los hombros caían hacia el suelo con el peso de diez elefantes africanos. Pensando en lo que me dijo uno de mis monstruos, “no sólo te acompañamos a ti y no somos los únicos”, bajé de la cama, coloqué a mis pies las pantuflas de algodón perfectamente dispuestas al lado de la cama y me dirigí al baño. Encendí la luz. Todo en perfecto orden. Me apliqué algo de loción perfumada, me miré al espejo y apunté el arma, que durante dos años guardé bajo mi almohada, a mi cabeza. Observé lentamente cómo el espejo me devolvía la mirada a su vez con sus ojos de moneda, sus manos chamuscadas, su lengua larga y su piel parchada, los senos caídos y el miembro flácido, su túnica bañada en sangre y su sombra detrás pero muy pegada a él. Y entonces, hice lo que me pedí. Disparé.

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