PREFACIO.

Enhl-Yhl, observaba como el Templo Mayor ardía bajo las catapultas de plasma. Su sonrisa de satisfacción lo decía todo. Al fin había dado su golpe más grande, todos los templos habían sido destruidos ya. Estaba a un paso de ganar la guerra contra los dioses.

Una semana después de destruir el Templo Mayor, desde lo alto de la torre de su Palacio que miraba al Gran Océano de Oriente –el único océano del mundo en ese entonces –vio caer un cometa brillante desde lo alto del cielo, y que no dejaba estela de humo tras él. Tampoco trazaba una tangente como lo hacían los meteoritos, más bien, parecía trazar una línea recta desde el cielo hasta el mar, pero no era una recta, más bien se curvaba tan ligeramente que era casi imperceptible.

La bola de luz se perdió en el océano un minuto más tarde. Logró distinguir un golpe seco, parecido al de una roca al caer en el agua. Ligero, prácticamente inaudible.

Él esperaba a las tropas divinas, la Última Legión Celestial por derrotar, puesto que ya había derrotado a todas las demás. Pero sólo fue una centella que se perdió en la infinidad del Panthalassa, ni siquiera cerca de alguna de las lejanas islas de oriente. Él había esperado a un ejército completo, como a los que había masacrado. Sangre plateada y dorada, aun la recordaba.

Abajo, en la playa, la marea bajaba antes de tiempo y demasiado rápido. En unos cuantos minutos se había retirado cincuenta metros, en una media hora, quinientos metros, y en una hora, un kilómetro y aún seguía retirándose.

Enhl-Yhl se recargó sobre la cornisa del balcón, asombrado y asustado al mismo tiempo. Lo había comprendido. Era el Gran Golpe, el último y desesperado golpe que los vencidos dioses intentarían dar, aunque eso destruyese a toda forma de vida. La ocasión perfecta para desmoralizar a los Fieles y demostrar su poder ante ellos.

Se retiró de la ventana de arco de medio punto, caminando de espaldas hasta colocarse en el centro. Extendió los brazos y un luminoso círculo verde apareció, rodeándolo. Empezó a entonar una canción, no en su lengua sino en otra, de palabras liquidas y metálicas que sonaban oscuras y misteriosas. Una burbuja se formó sobre él, encapsulándolo. Luego, se fue expandiendo lentamente, envolviendo la torre, después parte del Palacio y poco a poco la ciudad.

Pero si el agua se había retirado lentamente, no regresaría de la misma manera. A través de la ventana y sin dejar de pronunciar el hechizo, alcanzó a distinguir una distorsión sobre el horizonte. Fue enfocando sus ojos mientras la distorsión crecía. Unos segundos más tarde, lo vio claramente. Un muro de agua que avanzaba a grandes velocidades y que debía de ser muy grande como para poder distinguirse sobre el horizonte. El ruido atronador pero lejano, parecido al de una cascada le llegó, y poco a poco se fue acercando.

Unos cuantos minutos después, un enorme muro de agua se alzaba estruendosamente a un par de leguas del Palacio. La burbuja aun no cubría la ciudad completamente. Cinco segundos más tarde, la ola chocaba contra la pared de la burbuja. Enhl-Yhl, sintió el peso del agua y también sintió como se iba empequeñeciendo. La burbuja fue sepultada por toda el agua, arrasando la parte de la ciudad que aún no estaba protegida. En la ciudad los gritos retumbaban, los habitantes gritaban de miedo, un miedo más aterrador que el que sentían cuando los rebeldes atacaban.

Enhl-Yhl no cayó de rodillas pero parecía estar a punto de hacerlo. El escudo se fue reduciendo como si algo presionara sobre él. Todavía seguía cantando el hechizo, pero la burbuja no se expandía ya, se encogía y muy rápido, demasiado rápido.

En unos minutos el agua entraba por las ventanas y la escalera. Ahora sabía que su familia estaba muerta. La burbuja se redujo a un radio de tres metros alrededor de él. El sonido de algo rompiéndose se escuchó. Una grieta apareció sobre su cabeza, se filtró una gota de agua y cayó sobre su corona.

Ahora sabía que los Dioses habían ganado la guerra pero no dejaría que ganaran la última batalla. Con todas sus fuerzas empujó dos metros más la burbuja. La grieta desapareció. Un círculo de fuego con un triángulo de fuego en su interior, aparecieron, encerrando a Enhl-Yhl. El canto cesó y uno nuevo empezó. Un canto de palabras oscuras, terroríficas y mortales, de sonidos metálicos, chirriantes y seseantes. La burbuja se cuarteaba.

Unas chispas de luz salieron del cuerpo de Enhl-Yhl, saltando y reuniéndose frente a él, formando un cuerpo atlético. Los canticos cesaron. El cuerpo de Enhl-Yhl estaba frente a él, inerte, sin vida y a punto de desplomarse. Él estaba observándolo. Se miró las manos y comprendió. Se encontraba desnudo frente a su cuerpo material, su nuevo cuerpo no era de materia o sustancia alguna, estaba hecho de una luz blanquiazul, semejante a un cielo con un delgado velo de nubes o gases. Lo había logrado, había separado su alma de su cuerpo. No murió, no fue asesinado pero tampoco estaba vivo; ni vivo ni muerto. No estaba en este mundo ni en el otro, podía ir y venir a su antojo. Nada podía tocarlo o hacerle daño, ni siquiera los Dioses, pues eran sus reglas.

El sonido del vidrio rompiéndose lo sorprendió, el agua atravesó el escudo y apagó el fuego, llevándose su cuerpo y sus Joyas. Un fuerte terremoto derrumbo la torre y el Palacio.

Tres días más tarde, el agua se retiró pero sabía que su Palacio jamás saldría del agua, ni la ciudad, ni la tierra del núcleo original de su Imperio. Estaba sentado en una roca, mirando hacia el nuevo mar. Nada quedaba de su Imperio. No tenía con que vestirse ni que comer, pero su nuevo cuerpo no se lo pedía, pues ya no era necesario. Ahora era invisible para ojos mortales e inmortales, ojos simples también, ojos inteligentes y sin inteligencia, y puede que incluso también para los ojos divinos.

Pensaba en eso cuando escuchó una voz profunda, dulce, amable, terrible, brutal, amorosa, comprensible, iracunda y pacifica; retumbar como trueno por toda la tierra. Estaba cantando. Los versos decían algo sobre sus Joyas, algo sobre que ni los Dioses ni los pueblos que las habían dado tenían el poder de destruirlas, que los pueblos deberían de guardarlas y esperar al miembro de sangre noble de un pueblo que no nacería hasta dentro de miles de años, y de que ese ser no vendría inmediatamente con ellos, sino, varios centenares de años después.

Joyas… sangre… destrucción…

Y un muchacho.

Pero aún tenía tiempo. Estaba muy débil pero se repondría, recuperaría su cuerpo y sus Joyas. Mientras tanto, esperaría hasta que se olvidaron de él.

-Mil años –se dijo –sólo mil años y me levantaré de nuevo.

EL COMIENZO.

SOMEONE LIKE YOU ADELE.

Comenzaba la última semana del semestre, las vacaciones de verano estaban a la vuelta de la esquina. Todo parecía normal, sin ningún contratiempo. Los exámenes finales prácticamente habían acabado, unos cuantos estaban pendientes y en otras materias ya se habían entregado calificaciones. Las cosas marchaban bien para los estudiantes.

Alex esperaba somnoliento y con un auricular en la oreja izquierda, al autobús que lo llevaría a la escuela. Estaba ansioso por las vacaciones y el fin del curso, al igual que todos sus amigos. Sus cabellos despeinados y ondulados se agitaban con el viento, que traía el olor del bosque y que se mezclaba con el del mar. El autobús paso puntual. Subió y se fue a sentar junto a una ventanilla. El autobús se detuvo a tres cuadras, ahí abordó una muchacha, de cabellos castaños y medio ondulados que se agitaban en su caminar de bailarina, tan ligero y grácil que parecía flotar.

-¡Hola Alex! –saludó con voz alegre, sentándose junto a él.

-Hola Alice –respondió Alex, bostezando.

-¡¿Tienes sueño?! ¡Es increíble! ¡Duermes diez horas, Alex!

-¡Oh, vamos Alice, no molestes!

-Está bien, además creo que será un día especial para ti.

-¿Acaso no reprobare geometría?

-No me refiero a eso. Eres inteligente pero flojo para la geometría, sacas buenas calificaciones cuando quieres.

-¡No es cier…!

-¡Hola chicos! –saludó un muchacho que acababa de subir al autobús, interrumpiendo la apelación de Alex. Éste era de la misma complexión que él, aunque un poco mas moreno, de cabellos lacios y de color azabache.

-¡Hola Dan! –respondieron al unísono Alex y Alice.

-¿Qué hacían antes de que llegara? –preguntó Dan.

-Discutiendo con este greñudo sobre sus calificaciones.

-Ahora insultas mi cabello –protestó Alex.

-No. No lo insulto, es más, sus puntas curveadas me dan risa –dijo en tono burlón, Alice.

-Sí, deberías cortarlo un poco –dijo Dan –mira mis dedos desaparecen –dijo esto mientras tomaba sus cabellos y los agitaba con la mano. Alex hizo lo mismo con el cabello de Dan y cuando estos se disponían a despeinar a Alice, el autobús frenó improvisadamente, pues una mujer cruzó la calle y se detuvo unos instantes para luego desaparecer ante los ojos del chofer, como si se la hubiera tragado la tierra.

El hermoso día con el que Vancouver había amanecido y que prometía ser un soleado día de verano se frustró, pues antes de que llegaran a la escuela, se había nublado completamente, comenzando a llover como a las diez de la mañana. Nuestros chicos llegaron sanos y salvos, listos para cursar los últimos días del semestre y para recibir sus calificaciones. Todo iba espléndidamente bien, pero el mundo trataba de decirles que todo cambiaría.

-Bien chicos los dejo, tengo química y no quiero llegar tarde –farfulló Alex, echándose a correr hacia el laboratorio.

-¿Por qué no se lo has dicho, Alice? –preguntó, Dan.

-¿Decirle qué? ¿Qué se corte el cabello o qué cosa?

-Tú y yo sabemos bien de lo que estoy hablando –le dijo Dan. Alice se ruborizó y bajó la cabeza disimuladamente para que él no lo notara.

-¿Soy muy obvia? –inquirió Alice un poco apenada, volteando a ver los ojos castaños de Dan.

-No. No lo eres, bueno un poco… ¡Auch! –Alice lo golpeó en el hombro –Está bien, está bien. Pero los conozco, se te nota cuando hablas de él, pero eres bastante inteligente para que eso pase inadvertido ante los ojos de la mayoría, y Alex será demasiado inteligente, mas para esto es un completo idiota que se la pasa con la nariz metida en algún libro y que sólo se daría cuenta si se lo dijeras frente a frente.

Alice estaba a punto de responderle cuando llegaron sus amigas y la arrastraron por el pasillo de la derecha, salvándola de darle una respuesta a Dan. Él, por su parte, marchó hacia su clase con una expresión victoriosa en el rostro.

Lejos de la escuela, cerca de los muelles, caminaba aquella mujer que se había detenido frente al autobús escolar donde iban Alex y sus amigos. Era una mujer alta y esbelta, de cabellos largos, lacios y dorados. Vestía unos jeans, botas de cuero, chaqueta y bufanda, dándole el aspecto de una cazadora del siglo pasado. Caminaba impaciente entre la neblina que se iba extendiendo poco a poco. Su piel era más blanca que el papel y sus labios rojos sobresalían tentadoramente en su rostro, y sus ojos; hermosos ojos del color de la mar, incluida la pupila, que sólo se diferenciaba por la tonalidad, más oscura en ésta. El ruido de los barcos y de los cargueros sólo aumentaba la tensión que se sentía.

De entre la niebla salió la figura de un hombre de aspecto salvaje, con la ropa hecha harapos, sucio y mal afeitado, alto y fornido. A diferencia de la mujer, su piel era más bronceada, no tenía ese aspecto que la hacía parecer muerta. Sin embargo, se notaba que el hombre era más agresivo y que estallaría a la menor provocación.

Andaba descalzo y dando zancadas grandes y fuertes. Detrás de él surgieron otros hombres parecidos, con el mismo aspecto salvaje y violento. Alrededor de diez hombres contándolo a él se aproximaron a la mujer. Ésta se detuvo en seco antes de que apareciera el primero, como si el aire hubiera llevado su almizclado olor hacia ella.

-¿Por qué tardaron tanto? –preguntó la mujer, furiosamente.

-Valeria… –soltó el primer hombre, pero se vio interrumpido por la fulminante mirada que le lanzo Valeria. Esta habló, más calmada pero en tono imperativo.

-Los tratamientos, Robert, no se te olviden.

-Sí, Lady Valeria. Tardamos porque eran muchas las escuelas en las que teníamos que buscar y también cuidar que no nos llamaran la atención por nuestra apariencia. También lamento decirle que no encontramos a ninguno, tal vez si Lord Riebeeck, nos hubiese dicho sus edades…

-¡Calla! ¡Que Lord Riebeeck no te escuche cuestionándolo! No nos dio sus edades porque no lo creyó necesario. Pero ya no importa, los he encontrado. –dijo con ira reprimida. Le quitó de encima los ojos y comenzó a ir y venir de nuevo alrededor de aquel hombre. Parecía estar indecisa sobre lo que iba a decir y se pasearía de esa manera por lo menos cien años, sí el hombre no le hiciese la pregunta que ella temía.

-¿Los mataremos hoy?

-Robert, no. No los matares hoy. Lord Riebeeck me ha pedido que esperemos dos días más, dentro de ese tiempo todo estará listo y mas a nuestro favor. No se levantaran sospechas, es más, el asesinato de estos tres muchachos será la menor preocupación de todas. Podemos refugiarnos y eliminar todas las pistas que les digan algo sobre nosotros; desaparecer y reaparecer en cualquier lugar del mundo sin más preocupación que la de seguir ocultos de los humanos. –dijo Valeria, tomando la sucia y mal afeitada cara del hombre entre sus manos, viéndolo por primera vez con ternura en vez de ira. Entonces lo soltó y dio un paso hacia adelante, rodeada completamente de neblina, empezando a hablar hacia ningún espectador, pues no se les veía, sin embargo, sabía que seguían ahí tan sólo por el olor a almizcle. – ¡No mataremos hoy, Lord Riebeeck así lo ha dicho, esperaremos dos días más y al siguiente la vida de esos jóvenes terminará para siempre! Ahora váyanse al bosque, aliméntense de bestias y no de hombres, no llamen la atención hacia ustedes, deambulen por los bosques de la ciudad. Yo iré al sur a alimentarme, lejos de aquí para no llamar la atención como ya les he dicho. Pasado mañana, vengan a buscarme a la ciudad, guíense por mi olor, yo los estaré esperando en el lugar indicado.

-¡Val!… perdón; Lady Valeria ¿Por qué Lord Riebeeck pospuso el asesinato? –preguntó Robert, el hombre que encabezaba a los demás.

-Eso Robert, es un asunto que sólo concierne a Lord Riebeeck, pero presiento que tarde o temprano nos enteraremos de lo que hizo que pospusiéramos el asesinato. ¡Ahora váyanse! –gritó Valeria.

Los demás hombres sólo escuchaban y estaban prácticamente ocultos en la neblina, que sólo cedió levemente mientras Valeria les hablaba. Cuando esta terminó de hablar, se oyó un ruido seco como si se hubiese roto algo, inmediatamente se escuchó el aullido de nueve lobos, que rápidamente se acabo para dar paso de nuevo al ruido normal del muelle. Robert se quedó con Valeria, se acercó a ella y la miró a sus fríos ojos de zafiros.

-Vete ya, Robert –le dijo Valeria.

-¡No! –Dijo firmemente –quiero saber que pasara después de asesinarlos.

-Se los comerán –respondió fríamente Valeria.

–No me refería a eso, lo que quería decir era… que… si todo volverá a la normalidad y también quisiera saber si Lord Riebeeck cumplirá su promesa de librarnos de esta maldición.

-Mi amor, lo que debes de saber, es que después de hecho el trabajo, tal vez, Lord Riebeeck te necesite de nuevo, pues le habrás demostrado una gran lealtad y cuando hayas terminado todo lo que te hubiese encargado, el podrá cumplir su promesa y yo te transformare y así podremos vivir felices por toda la eternidad, hasta que este mundo se pudra y muera junto con su sol.

Robert solamente se le quedaba mirando con sus ojos verdes como las hojas del bosque, derramando amor por Valeria. Ésta le correspondía de la misma manera, le miraba tiernamente como si mirase a un cachorro recién nacido, esto le molestaba a Robert pero lo disimulaba perfectamente para no herir los sentimientos de su amada. Valeria le tomó de nuevo el rostro con sus manos, manos tan blancas como el papel que contrastaban con la piel bronceada y sucia de Robert, ladeó la cabeza y le besó en la boca. El beso fue una verdadera entrega de amor, esperanzas e ilusiones.

La niebla se hizo más espesa alrededor de los dos amantes y lo que pareció una eternidad, acabo en ese instante. Se oyó de nuevo ese peculiar ruido seco y a través de la niebla se distinguió la gigantesca figura de un lobo. Después se escuchó el andar de las botas de tacón de Valeria y después el ruido que se escucha al moverse un cuerpo rápidamente contra las masas de aire.

El muelle se quedó completamente solo, sin más ruido que el de los barcos, los cargueros y el mar, cubierto por una espesa neblina que presagiaba que la lluvia no tardaría en caer. En el suelo sólo quedaron jirones de tela y ciertos pedazos de madera astillados por el taconeo de Valeria, rastros que fueron borrados por la lluvia y el viento, a excepción de la madera astillada, cuyas marcas permanecieron hasta que lentamente fueron borradas por el paso del tiempo. La lluvia no tardó en caer, a las diez comenzó un aguacero en la ciudad que causó un gran tráfico en el centro de la misma. Lo peor era que todavía había remanentes de la neblina, pero ésta se alejaba al este rápidamente, dando paso a un aguacero que tardó tres horas en amainar y dos más en parar de llover.

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