Martes 14 de febrero de 2017

―¡Felicidades Tina! Ahora cierra los ojos y pide un deseo ―dijeron sus amigas al unísono acercándole una grandísima tarta de zanahoria que habían preparado con esmero en el curso de repostería que acababan de terminar.

“Cerrar los ojos y pedir un deseo, es fácil, deseo, deseo….”

―Vamos Tina, que se derriten las velas.

―Ya voy, ya voy, estoy pensando en mi deseo.

“Que Dios me perdone, pues yo no sabré perdonarme, deseo ser viuda, deseo la muerte de mi marido por encima de todas las cosas, sólo así podré ser feliz” se dijo Martina a sí misma, antes de coger aire y apagar las velas de una sola vez, como debe ser, cumpliendo el requisito previo a la concesión de su deseo.

Llevaba tres años imaginando cómo de perfecta sería su vida sin Daniel, nunca antes había pensado en ello, antes era feliz, antes amaba a su marido e incluso se sentía amada por él a pesar de todo, pero justo hacía tres años, en su trigésimo séptimo cumpleaños, todo cambió, fue la primera de las muchas palizas que llegaron a continuación, y también la primera de las numerosas estancias que tendría que hacer en el hospital tras ellas; pero en ese preciso momento, en el tercer aniversario de aquella paliza, lo deseaba con todas sus fuerzas, ahora no podía pensar en otra cosa, su único deseo era que se hiciese realidad, pronto se cumpliría por fin su deseo, lo sentía.

―¡Bien! Las has apagado todas a la vez, tu deseo está en camino ―le dijo su amiga Montse, la única persona que conservaba de su vida anterior, de esa vida en la que fue dichosa, de esa vida que se vio truncada tras el fatídico accidente.

―Dios te oiga Montse, Dios te oiga.

Comenzaron a repartir los platos con tarta y las copas de sidra, Tina no bebía nunca, pero el día de su cumpleaños se tomaba la licencia de mojarse los labios en sidra, le gustaba mucho el sabor ácido de las manzanas, por no hablar de su olor, había pasado toda su niñez entre manzanos, sus padres trabajaban en una fábrica de sidra en su Asturias natal, la sidra formaba parte de su vida, y su olor y su sabor le ayudaban a regresar a su infancia, a su feliz infancia. Montse la apartó un momento del grupo, quería hablar con ella a solas.

―Conmigo no tienes que disimular, ¿cuántas noches llevas sin dormir cielo?

―Creo que con la de ayer van diez Mon, pero no quiero volver a tomar medicación, no me ayuda para nada y me hace sentir enferma, y no lo estoy.

―Lo sé, pero sabes que quiero ayudarte Tina, aunque cada día me lo pones más difícil.

―Mon, yo…

―No digas nada cielo, sólo te pido que vayas a verle ―me entregó una tarjeta con un nombre, una dirección y una cita concertada―, yo me encargo de todo, no te preocupes por nada, sólo deja que te ayude, por favor.

“Doctor Luis Gálvez de la Torre, psicólogo”

Llevaba años resistiéndose a visitar a un profesional, de sus últimas visitas al psiquiatra sólo había obtenido medicación, y ella no estaba enferma, además, no le gustaba hablar de sus problemas con nadie, no quería que nadie le analizase ni que se compadeciese de ella, pero Montse llevaba razón, había llegado el momento de dejarse ayudar, su última estancia en el hospital le había abierto los ojos.

La cita era para ese mismo día, apenas un par de horas después de la fiesta, Mon sabía que así no tendría que dar explicaciones, pues ya tenía la coartada perfecta, su fiesta de cumpleaños, así podía llegar a casa más tarde de las siete sin que a priori fuese el detonante para tener otra pelea con Daniel, aunque probablemente de todas formas la tendría.

Estaba muy nerviosa, tanto que llegó casi veinte minutos antes a la cita, lo cierto es que estaba ansiosa, tras muchos años de contención iba a abrir las compuertas de su martirio, y necesitaba vaciarse rápido si quería recuperar el tiempo perdido.

―Buenas tardes Martina, me alegra que hayas decidido venir, soy el Doctor Gálvez, pero puedes llamarme Luis ―le dijo ofreciéndole su mano, que apretó con determinación.

―Gracias Doctor, pero le advierto que no será fácil ―le contestó mirándole directamente a los ojos―, soy algo escéptica con las terapias, aunque por fin me he atrevido a reconocer que tengo un problema, y por eso estoy aquí.

―Bueno, eso es ya un gran paso, su amiga Montse me advirtió sobre ello ―le reconoció―, y tengo que confesarle que me crezco con los retos.

―Pues va a crecer mucho Doctor ―le respondió acompañando sus palabras con una risa nerviosa.

―Entonces Martina, cuanto antes comencemos mejor para todos.

―Tina, Doctor, llámeme Tina.

―Perfecto Tina, empiece por dónde más fácil le resulte, ya iremos dirigiendo el rumbo de la conversación.

―De acuerdo Doctor, pero no es asuste, hay algo que me atormenta, que no para de dar vueltas en mi cabeza: deseo ver muerto a mi marido.

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