Nos robaron los te quiero

Nos robaron los te quiero

Breve Sipnosis

En los años 80 la práctica del robo de bebes en España era algo habitual. Nos Robaron los Te Quiero es la metáfora de una realidad que ha lastimado muchas vidas y violado derechos fundamentales. La novela hurga la herida social digna de ser tratada literariamente.

La novela se mueve en dos planos. Entre los años 76 y 80, donde dos hermanas viajan a Madrid y se instalan en la casa de una importante familia. El tema se podría encuadrar en:

-El dolor causado por el apartamiento de un hijo.

-La venganza.

-El clasismo.

CAPITULO 1

Se miró las manos, sus dedos, finos. Iguales que los de su madre.

Desde hace años, era una manía, miraba las manos de la gente. Como buscándola entre tantos abrazos y apretones mal dados.

Su vida cambió desde el instante en que su madre murió en una habitación que siempre recordaría como oscura, triste y sucia.

La misma muerte había teñido las paredes, el suelo y el techo de negro. Pasando a convertirse en la habitación del miedo, con dolor, tristeza y secretos que jamás olvidaría.

Tessa hoy, era otra persona, en otra ciudad, con otra vida.

Su pueblo, Fortuna le traía tantos recuerdos, que nombrarlo le llenaba los ojos de lágrimas.

Siempre sería su Murcia querida.

El mismo día de su vigésimo tercer cumpleaños, sopló las velas con su familia. Salió con una mochila y 2500 euros en el bolsillo.

Su padre, hermanos e Isidro, la despidieron sabiendo que no era un hasta pronto, sino un para siempre.

Evitó llorar. Por todos y por ninguno. Por intentar demostrar una fuerza, que no tenía.

Porque sabía el motivo por el cual marchaba y les engañaba.

Porque perdía un amor, e Isidro, aunque la amara no la esperaría. Se alejaba. Y quería creer que algún día lo entenderían.

Tres años después de todos estos porqués, de todos estos sentimientos, volvía a sentarse a la mesa de la que era su casa y su pueblo. Pero, aun así, se sentía una extraña.

No había sido capaz de volver a visitarles antes.

Observaba a todos. Sentada junto a Rubén, su nueva pareja.

Éste, absorto en una conversación, que ni le iba ni le venía, de las especies que cuidaba Sandra, su cuñada, en su centro de trabajo. Todo tipo de animales abandonados, por personas sin corazón.

Emocionalmente, ese tema superaba a Tessa, por lo que en cuanto comenzó la conversación que se le antojaba larga, simplemente desconectó y giró toda su persona hacia el costado contrario, para embarcarse en una discusión con su hermano pequeño Sam, acerca de si debían o no votar de nuevo al alcalde de Fortuna, que ya repetía candidatura, desde hacía más de 10 años en el Ayuntamiento.

Jamás se pondrían de acuerdo en política, ella tenía unos pensamientos muy distintos, y prefirió cancelar la conversación. Su hermano era todo corazón y defendía a un tipo, que, para ella, era un aprovechado de la situación, de un pueblo anclado en el pasado y que confiaba en sus mentiras, en sus promesas y en una evolución o cambios que jamás llegaban. Fortuna no había prosperado nada y aunque sus gentes eran felices allí, quien había salido del pueblo, para vivir en otras provincias, sin ser necesariamente una gran ciudad, ya veía que ese pueblo se quedaba obsoleto y anticuado.

Para no enfurecerse más, dejó a su hermano discutiendo con su padre y empezó a pensar en el amor, miraba de reojo a Rubén, ese tipo bonachón que día tras día venía a desayunar a la cafetería donde trabaja de camarera de lunes a domingo, con sus fiestas alternas.

Esa cafetería que le encantaba y a la vez era el lugar donde se agotaba y conseguía evadir sus pensamientos de muchas cosas que no debía tener presente, por su bien.

Fue allí, en su puesto de trabajo donde le conoció. Rubén la observaba y no le quitaba ojo, durante el corto espacio de tiempo que permanecía allí tomándose su café con leche muy caliente.

Si bien es cierto que inicialmente no le prestó la menor atención. Es probable que la atracción física se fuera fraguando precisamente por eso, por la inexistencia de la misma. O tal vez, por aquello de que los que se pelean se desean.

Fue exactamente cómo ocurrió. De repente. Sin percatarse Tessa comprobó que tenía el amor más cerca de lo que imaginaba.

A ella, las personas como Rubén le daban rabia, hablando literalmente. Esas que van de perfectas. De controladoras de los tiempos. De sonrientes por la vida. Siempre con la palabra perfecta en la boca, desde primera hora de la mañana.

– ¡Quién es feliz a las siete de la mañana, con lo bien que se está en la cama! -murmuraba Tessa a su jefa, siempre cuando le veía aparecer.

Aun se enternece cuándo recuerda, cómo acabaron el día que mantuvieron su primera conversación extensa, discutiendo, acaloradamente.

Era el mes de marzo, donde el frío aun calaba. La cafetería, a la hora de los desayunos, estaba llena de clientes que buscan un desayuno caliente en un lugar acogedor.

Tessa había vertido el café de Rubén. Con las prisas, sirviéndole en la barra, justo al girarse para acercárselo. Por temor a manchar el periódico, que en aquel instante él ojeaba, quiso posarlo en el lado contrario, le falló la mano y se vertió por la barra.

El perfecto de Rubén le sonrió. Y al ver la cara asustada de la muchacha le dijo que no se preocupara, que estaba todo bien. “No pasa nada”, fueron sus palabras.

– ¿Qué no pasa nada? ¿Qué no pasa nada? ¡Pues claro qué pasa! mira cómo lo he puesto todo, casi te arruino el día con mi torpeza y dejo esa camisa para la tintorería. ¡Por supuesto que pasa!!!! -Contestó Tessa sin pensar que estaba elevando demasiado la voz. Había conseguido con sus gritos que todas las miradas estuvieran puestas en ellos. Ella se ruborizó.

Rubén agarró a la camarera alterada de la muñeca, tan fuerte que no pudo reaccionar y la invitó a salir para acabar la conversación en un lugar menos frecuentado por mirones.

Esa faceta de Rubén de chico malo la desconcertó y a la vez la sorprendió gratamente. Cambio el concepto que tenía de él.

Tessa y Rubén acabaron haciendo las paces en la trastienda a base de lengüetazos y prisas contenidas. Aun no conociéndose como personas, pero buscándose con ese deseo irrefrenable, casi adolescente, que caracteriza a las parejas en sus inicios.

¡Si! A ella le sorprendió Rubén y esa actitud la enamoró.

De esto, ha pasado ya un año.

Y hoy, sentado uno al lado del otro, en la casa familiar de ella, se sentían observados.

Era totalmente justificable. Estas eran las personas, su familia, a los que había estado evitando durante dos navidades seguidas.

No podía evitar sentirse un poco incómoda.

Las cenas de Navidad son tediosas, falsas, totalmente evitables e hipócritas.

Tessa repetía en Madrid, esta retahíla, la tarde anterior a la marcha. Rubén prefería no escucharla. Le llenaba la cabeza con sus manías. Él la ignoraba, la dejaba renegar, mientras preparaban maletas, cada uno por su lado. No vivían juntos aun, pero se había traído sus cosas, para prepararlo todo juntos y llevar el mínimo equipaje.

Ella acabó culpabilizándolo porque tenía que haberla convencido que lo dejaran para el próximo año. Rubén, seguía ignorándola, mientras gritaba a viva voz.

– ¡Odio las navidades Rubén! ¡Qué pensarán de mí?! ¡¿Después de tanto tiempo?! Pues casi mejor, ¡hubiéramos ido el año que viene y ya está! – Se fue hacia el baño a darse una ducha, mientras seguía con su falso discurso. – ¡Podríamos haber estado tú y yo aquí solos, como cada año, y listos! Les voy a amargar la fiesta.

Reconocía en su novia el típico comportamiento de miedo, a enfrentarse a lo que te da pánico.

Eran sus propios miedos los que hablaban por ella. Él no comprendía ese temor a encontrarse con los suyos. Por desgracia Rubén estaba solo, sin familia, solo la tenía a ella. Así que tampoco es que estas fechas fueran muy especiales. Pero la adoraba, porque Tessa tenía toda la locura que a él le faltaba.

En lo que se refiriera a su familia, no iba a entrar. Después de un año de relación, ella se había ido abriendo, y le había ido contando cosas del pasado, que le dolían y que poco a poco debía desenterrar.

Para Tessa volver a aquella casa. Sentarse alrededor de una mesa, con personas, a las que adoraba, pero que le aflorarían recuerdos, le parecía absurdo. Deseaba evitarlo por todos los medios. Sabía que lloraría en la cama de su infancia. Sabría que le atormentaría dejar de nuevo a su padre allí, cada vez más anciano. De regreso, volvería peor de lo que marchaba. Y esto le provocaba un dolor inmenso, porque volver a estabilizarse en Madrid al regreso, podía significar dos meses de tristeza, recuerdos y lloros.

Por eso evitaba siempre ese viaje.

Incomprensibles los seres humanos. Eso es la Navidad. Recordar a los que ya no están allí sentados en esa mesa en la que pretendemos disfrutar de unos alimentos y unas fechas que ya jamás serán lo que eran. Jamás.

Después de tres años desde que marchó, aquí estaba, presentando novio, sin más pretensión que pasar rápido las fiestas que tanto daño al corazón le producían.

Haberse presentado voluntaria un año más, a quedar en la capital trabajando, hubiera sido de nuevo la opción. Pero ya sería un desprecio claro a los suyos.

Solicitaba siempre, por estas fechas, ser la camarera que cubriera las fiestas y que los demás marcharan con sus familias. Así la cafetería no cerraba y ella permanecía con la mente ocupada.

Aquel que evita ciertos momentos, evita traer de vuelta ciertos recuerdos.

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