“Se puede comenzar a vivir imaginando la mejor manera de hacerlo
o, alcanzado el cenit, proyectar la estela del pasado deseado”.
PRÓLOGO
“No hay palabras que transcriban lo que las máquinas hacen por mí; lo mucho que acompañan a mi creatividad; lo que resulta de nuestro trabajo en común; ni la huella que dejan, en positivo, a flor de mi negra piel…
Vine a estudiar a Ginebra porque creí que en sus escuelas hallaría el secreto de todo. Y realmente, la clave la encontré en Britania.
Britania… vuelvo para leer frente al ventanal de su atalaya y desde mi cuna nos veo eternamente unidos en los edificios que nos identifican y que se yerguen ante mí, su casa y la torre del reloj.
Comencé los estudios de ingeniería a la par que trabajaba en ese coqueto salón de té donde ella acudía todos los jueves. Aun no me explico porqué es que contrataron a un negro como mejor opción, quizás querrían, conmigo, dar el toque exótico a tan prestigiosa plazoleta, o quizás mis respuestas fueron las más acordes durante la entrevista de trabajo …
−Runa, la camarera, había faltado esa tarde por otro de sus dolores de estómago y tuve que enfrentar la jornada laboral del jueves yo solo.
−Chasquidos, siseos, índices agitados por encima de las cabezas y palabras en imperativo eran el reclamo usado por los clientes para que el camarero acudiera a sus demandas.
Excepto la llamada de Britania. Ella esperó a tenerme cerca, muy cerca. Buscó mi mirada y cuando la encontró posó una sonrisa en ella… luego moldeó una frase común y la hizo agradable:
−Cuando usted pueda, joven, un té verde con menta y una rodaja de limón por favor.
−Y sin retirar la mirada ni la sonrisa amable, aguardó unos segundos abarcando con los ojos el bolsillo superior de mi camisa. Luego concluyó:
−Gracias señor Roxon.
Yo, joven, sí, pero maduro, y ella era fresca,…tan joven en su edad. No me hacía consciencia de los años que separaban nuestros alumbramientos. Britania no era piel gastada a mis ojos ni tampoco vedada probabilidad; era piel vívida reflejo de su ser, un haz de esperanza. Ella reflejaba modos, miradas, maneras y valores en voz baja que vibraban a mi unísono”.
***
Aquí concluyen los últimos párrafos del Libro de Britania, los que escribí yo… los que ella dejó en blanco. Me encuentro allí donde acudo cada tarde desde el día en que lo abrí por la primera página, tumbado en el banco frente a la torre del reloj y su balcón.
CAPÍTULO 1 Año 1945
Hoy han ocurrido dos sucesos irrepetibles: he cumplido veintidós años y he conocido a mi primer amor.
Nuestro padre acaba de llegar de Shanghai. Tal y como prometió, nos ha traído a Sidney y a mí las telas más bonitas que jamás hayan contemplado ojos. Con ella me coseré un precioso vestido de capas amplias y finos tirantes, también haré una chaquetilla que me permita usarlo cuando refresque. Reservaré algunos retales para los complementos. Haré moños floridos para las sandalias y el bolso, y forraré diademas y cintas de gorro con ellos.
Sidney es más clásica, seguro que acabará confeccionándose un vestido con botones a todo lo largo, cuello chelsea o johnny y mangas tres cuartos. Le encanta ese estilo y ciertamente, está guapísima con ello, realza esa seguridad en sí misma que tanto envidio. Llevo años diciendo que cuando alcance su edad podré estar mucho más convencida de ciertas cosas… como ahora lo está ella.
Hoy he conocido a mi primer amor, me dijeron que Martin era su nombre pero yo lo llamaré Roxon.
Fui a la mercería a por enganches plateados para la chaquetilla, y a por unos botones turquesa para cerrar la espalda del corpiño. Creo que ese color me hará totalmente feliz cada vez que mire al vestido. Siempre adoré el mar y será como si en tres botones, como puntos de océano, se pudieran sentir toda la riqueza de su fondo. No hace gala este lienzo de un estampado que esté de moda ¡y eso es lo que más me gusta!, porque tarde o temprano lo estará… Papá lleva años poniendo a Shanghai de moda en Genève.
Me encontraba mirando el muestrario de botones en el panel lateral al mostrador de la mercería dándole la espalda a la dependienta, cuando, tras treinta minutos de indecisión (que para Sidney hubiesen supuesto sólo treinta segundos), me decidí por los de color turquesa. De improviso y sin otorgarme tiempo a cambiar de opinión, me giré a saldar la compra:
— ¡Me quedo con los turque..!
No pude terminar, la vendedora atendía a otro cliente y yo había invadido su espacio súbitamente, tan bruscamente como el semblante y presencia del hombre habían invadido la vulnerabilidad de mi corazón veintiañero.
—Entonces, caballero, ¿un metro de cadeneta oval en bronce le será suficiente?
La dependienta hizo que el muchacho dejara de mirarme y que el micro universo creado en ese micro segundo se fugase camino de la eternidad.
Me disculpé en cuanto logré articular las palabras adecuadas, y él tras asentir otorgándome el perdón, respondió a la dependienta:
— Un metro será suficiente. Muchas gracias. ¿Qué le debo?
Yo solía ser descarada e imprudente en situaciones solemnes para no perderme nada, pero en ese momento, que la situación aclamaba porque me comportase imprudentemente, no fui capaz de otra cosa más que de sacar mi lado más solemne.
Fue Rosi, la dependienta, la que puso voz a mis deseos de saber:
— ¿Es usted modisto? No recuerdo haberle visto antes por aquí.
El chico se mostró sorprendido
—¡No! Aunque podría intentarlo, su mercancía incita a ello. Tienen ustedes verdaderas maravillas en el establecimiento. Estoy aprendiendo a tornear, y he hecho mis primeros llaveros en latón. Necesito añadirles unas leontinas.
—¡Vaya! ¡Usted es un creativo!
— Me halaga señorita, pero el refrentado y el cilindrado no son mis aliados aun, me quedan años por delante. Estoy enteramente comprometido a trabajar duro para fabricar, tal y como imagino, los objetos más sublimes. ¡Si logro hacerlos realidad le traeré uno!
Me puse muy celosa. Sí, a Rosi también le había gustado. Mis achares no menguaron cuando el chico sumó hidalguía a su encanto:
—Por supuesto también le regalaré uno a usted, señorita.— dijo dirigiéndose a mí—Encantado de conocerlas. Mi nombre es… — hizo una pausa para mirarme— cómo usted quiera llamarme…
SINOPSIS
La novela surge durante un viaje a Ginebra, tumbados en una pequeña isla situada entre las orillas del Ródano.
Mientras el ocaso era sustituido por la luz de las farolas y el sonido de los pájaros por el de los músicos callejeros, los dos edificios frente a nuestros ojos, uno recostado sobre el otro, murmuraban: Contad nuestra historia...
Es la historia de amor entre Britania, una bella mujer madura, que vive en un ático cuyo muro apoya en la Tour de I´lle, y Roxon, un chico del Bronx que emigra a Suiza para estudiar ingeniería con el fin de convertirse en el mejor tornero.
El mundo de los relojes de alta gama; el pasado de Roxon en el Bronx; un salón de té; y una academia de baile con los más extraños alumnos, acaban entrelazándose, haciendo que la borrosa estela de sus pasados los atrapen.
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