Los hombres que tenían teorías

Los hombres que tenían teorías

Pablo Llanos

07/02/2018

Una hora antes de que el AVE Barcelona-Madrid completara su trayecto y me dejara en la capital, recibí una llamada de María, en vez de uno de sus habituales mensajes de whatsapp. Novio, no puedo ir a recogerte a la estación, se disculpó, estoy muy griposa. Le dije que no se preocupara, que ya me las apañaba yo para llegar en Metro a su casa. Mientras, imaginaba lo complicado que iba a ser arrastrar por la calle mi maleta y, además, la voluminosa caja de cartón en la que había metido su regalo. En algún momento de los últimos días, me había parecido una buena idea envolver la caja con un papel de regalo de aire vintage decorado con vinilos de colores a lo Andy Warhol. No contento con eso, le había puesto un lazo, lo que le daba un aspecto parecido a una caja de regalo de dibujos animados. La escena tipo comedia romántica de Richard Curtis que yo había imaginado en la estación de tren entregándole el regalo a María se había esfumado de un telefonazo. Además, me había comprometido a comprar el pan para la comida.

Una vez en Madrid, descubrí que el esfuerzo por cargar con los bultos, no era tan duro como soportar las miradas de los transeúntes sobre mi regalo plagado de vinilos. De camino al metro, entré en una pastelería para comprar el pan. Solo tenía en el bolsillo un billete de cincuenta euros y me daba vergüenza pagar una barra de pan con un billete tan grande. Le pedí al dependiente uno de esos panes caros hechos con masa madre y unos cruasanes rellenos, para la merienda, me dije.

Me dirigí al metro con la maleta de ruedas, el lazo con su caja de regalo y los bollos en un equilibrio calculado. Entré en mi vagón y la vergüenza de mi carga se disipó durante unas paradas al descubrir que las miradas de los pasajeros estaban más centradas en una tuna que se hacinaba al fondo del vagón, con sus panderetas, sus guitarras y sus llamativos trajes negros.

Poco duró mi alivio, una parada más tarde, dos mariachis que iban cantando de vagón en vagón a cambio de la voluntad subieron al vagón. El del violín señaló al de la guitarra mí regalo, este va a un cumpleaños, y de corrido empezaron a cantar las mañanitas del rey David. Unas chicas jóvenes preparadas ya para salir de fiesta y más motivadas de lo que me parecía conveniente, pidieron a los mariachis que cantaran Malagueña Salerosa y a jalearon a los tunos para que los siguieran. Finalmente, y aunque los tunos no estaban por la labor, los convencieron, como las chicas convencen a los tunos, para convertir el vagón en una verbena y yo quise ser un pasajero invisible, no sé, algo así como una embarazada entrando en un vagón con todos los asientos ocupados. Que todos los pasajeros giraran su mirada al verme.

No me hice invisible, pero llegó mi parada y el suplicio musical acabó. Volví a cargar con la caja de regalo, la maleta y la merienda y me dispuse a recorrer los cien metros cuesta arriba llenos de turistas que separaban el metro del portal de María.

Tras devolver al portero su saludo burlón y dejar pasar al ascensor a varios vecinos – ya que no cabíamos con tanto bulto – por fin llamé al timbre de María. Sostuve la caja de regalo estratégicamente para que fuera lo único que viera ella al abrir la puerta. Los rizos negros del pelo de María aparecieron detrás de la puerta abrigando su rostro envuelto en un pañuelo y cargado de mocos. Tras mostrar una fingida sorpresa por el regalo me invitó a pasar, disculpándose por no besarme por miedo a contagiarme.

María abrió la caja, deshizo el lazo y quitó sin romperlo el papel de vinilos de colores para reutilizarlo en el futuro. Suspiró que le encantaba la bolsa profesional de fotografía edición de coleccionista de National Geographic que tanto me había sugerido que le regalara durante el año. Me dio mi regalo (que no recuerdo qué era) y yo también le dije que me encantaba. Después de los agradecimientos respectivos, los regalos quedaron encima de la mesa. Nos recostamos sobre el sofá blanco de polipiel en silencio y pase mi mano por su espalda con la intención de que ella recostara sobre mí y como tantas veces, hacerle cosquillas por la espalda.

Después de un par de minutos en silencio, María decidió decir lo que tenía que decir: “Mira, ya no te quiero”. Y siguió hablando. Cuando el ruido en mis oídos se deshizo pude oír: “Si quieres llévate el regalo”.

Quise decirle: Claro que me lo llevo.

Pero le dije que no, que se lo quedara, que era para ella. Creí que ese era un final, y mejor si hubiera sido así, pero no, fue un principio. Porque todas las historias comienzan en un momento que no elegimos.


Tengo una teoría sobre lo que diferencia a los hombres de las mujeres: Los hombres elaboramos teorías absurdas. Es algo que nos gusta hacer tanto a solas como en compañía de otros hombres. Y lo digo desde el más absoluto empirismo, yo mismo, en grupo o en solitario he formulado algunas de ellas. Por ejemplo, teorías que intentan resolver grandes misterios de la humanidad como la forma en que viajan las maletas de un aeropuerto a otro, o teorías que explican el mundo, como la Escala Mortensen. Suena bien, ¿verdad? Esta teoría recibió su nombre después de un duro debate en la barra de un bar entre cervezas y a buen seguro que no acabaré esta historia sin explicárosla.

Me hubiera gustado llamarme Jack o Max. Haber tenido un nombre contundente. Pero me tengo que conformar con uno de esos nombres que se ponía a los niños que fueron a EGB, David o Javi o Jose Angel. El mío es Rubén, Rubén Reyes. Me gustan Dire Straits, las series de HBO, las novelas de Nick Hornby, cenar fuera de casa, y como a todos los hombres, elaborar teorías absurdas en compañía de mis amigos. Me gusta escuchar. Siempre he sido mejor escuchando a la gente (a las mujeres) que contándoles mi vida. Me he pasado la vida quejándome de que no ligo nada, habré estado con una docena de mujeres, de la cuales cuatro han sido relaciones formales. Probablemente he estado con muchas más mujeres de las que mi padre o mi abuelo soñaron, pero nunca oí que ellos se quejaran de haber ligado poco. Eso sí, contaban hasta la saciedad cómo conquistaron a sus mujeres, mi madre y mi abuela respectivamente.

Me ha costado mucho llegar a la conclusión sobre cuál era mi tipo de mujer. Todos tenemos un tipo de mujer, ¿no es así? Entre mis novias y mis ligues anteriores no había un patrón definido. No tengo un tipo. Cada vez que tenía una ruptura pensaba que debía de cambiar de tipo de mujer. Si mi novia era algo pija, deducía que necesitaba una un poco hippy. Si mi novia era muy juerguista, que necesitaba una más responsable.

Cuando rompí con María elaboré una teoría sobre el tipo de mujer que necesitaba: Quería una buena narradora. Solo había encontrado un patrón común entre todas las mujeres que habían sido parte de mi vida sentimental: les gustaba aprovechar mi virtud de saber escuchar para hablar, para hablar sin parar. Porque a las mujeres les gusta hablar, les gusta encontrarte y contarte su día y, por qué no decirlo, la mayoría de las mujeres, al igual que la mayoría de las personas, son unas narradoras muy aburridas. No presentan bien a los personajes de su día a día, (los llaman por su nombre en vez de ofrecer alguna característica física, no sé, como Paula – la telefonista que siempre esconde sin éxito la calavera tatuada en el escote – o Alberto, el doble de peinado de George Michael) y no estructuran bien las historias, contándote el final y sus conclusiones a principio de la narración. Sé escuchar bien porque no juzgo, intento comprender, no personalizo lo que me cuentan. Y la gente me cuenta cosas porque les viene bien, porque mis silencios ayudan a avanzar en la narración y porque a mí me gusta escuchar. Pero a veces llega un momento en el que me enfado. Me ocurre con aquellas mujeres con las que siento que llega un punto que, ¿qué queréis que os diga?, me aburen y me da la sensación de que se aprovechan de que yo les escucho. Así que he llegado a la conclusión de que me gusta que me cuenten bien las historias. Estoy buscando una mujer que sea una buena narradora. Yo escucho bien, pero no quiero que nadie se aproveche de que escucho bien, lo hago para aprovecharme de quien cuente bien. O al menos que haya una simbiosis. Así que esta es la historia de cómo deduje que mi media naranja tenía que ser una narradora completa y de cómo inicié su búsqueda.


Un bar. Dos tipos, Felix y Alex, a los que acababa de conocer en el taller de guion cinematográfico. Tres cañas y un silencio que había que romper. En aquél instante en el que, mirando una absurda caja de regalo decidí mudarme a Madrid para reconquistar a María no pensé en el problema que suponía no conocer a nadie más en la ciudad. Inscribirme en un taller de guion fue mi apuesta para conocer gente nueva. Y ahora tenía la oportunidad de sacar a debate una de esas teorías de sobra probadas y que funcionan como un tiro para iniciar una conversación.

  • – Por ejemplo, la Escala Mortensen. La Escala Mortensen mide el atractivo viril de un hombre. Nadie es tan atractivamente viril como Viggo Mortensen interpretando a Aragorn en El Señor de los Anillos. Eso sería un 10 sobre 10 en la Escala Mortensen. El propio Viggo Mortensen puntuaría menos en la Escala Mortensen haciendo de teniente rubio en A la caza del Octubre Rojo, por ejemplo, donde apenas alcanzaría un 6 o un 6,5.
  • – Creo que te refieres a Marea Roja, en esa es en la que hacía de militar, y no en A la Caza del Octubre Rojo – apunta Alex.
  • – Viggo Mortensen sería un buen protagonista para mi serie. – Félix está de acuerdo conmigo y nos ha contado que él también tiene sus teorías, aunque por defecto profesional, él las llama hipótesis.

Félix dice tener mente el guion de una serie policiaca de éxito. Una historia pensada desde su experiencia como detective que puede dejar en nada a True Detective o The Wire. Alex, por su parte, tenía un aire de crítico de cine, aunque trabaje como redactor de televisión. Se había apuntado al taller porque quería saber qué se siente al estar “al otro lado”. Alex y Félix me contaron que eran amigos desde la universidad y que desde hace un año comparten piso en Chueca, cerca de la escuela donde se desarrolla el taller de guion.

Ya lanzado, les expliqué en qué consistía mi proyecto para el curso:

– Estoy elaborando una teoría que tiene que ver con cómo a los hombres nos encanta contar cómo conocimos a nuestra pareja, a la definitiva, si es que se puede asegurar que alguna sea la definitiva.

Se lo contamos a nuestros amigos, a nuestros hijos y a nuestros nietos, y lo contamos con aire de película. ¿Por qué? Para un hombre corriente, conquistar a nuestra pareja es, probablemente, lo más épico que vaya a hacer en su vida. Ninguna mujer es capaz de imaginar lo que cuesta conseguirlo. Siempre hay un tortuoso camino desde la adolescencia hasta bien entrada la madurez. Un camino en el que encadenamos una serie de fracasos mayúsculos, tanto con mujeres que conquistamos como con las que nos rechazaron. El fracaso con María es uno de ellos. Yo no quería salir con ella, pero como todos, soy un tipo fácil y nos acostamos. En aquel momento yo no estaba interesado en una relación. Pese a que era una chica alta, con un tipo excelente, unas tetas perfectas y un buen trabajo, no me interesaba. La única característica sospechosa de María era una pequeña manía en forma de herida en el dedo pulgar que tenía la costumbre de roerse. Los siguientes seis meses después de acostarnos ella trató de conquistarme. Y bueno, yo me dejé conquistar, ¿por qué no iba a darle una oportunidad? En esos primeros seis meses, María estuvo haciendo cosas que a mí me gustaban sin que yo supiera que a ella no le gustaban. Fuimos a conciertos de rock, a cenar a los restaurantes más exóticos de Madrid, donde probé comidas de todo el mundo: thai, india, japonesa, nikkei, cajún, argentina. Romeo & Juliet de Dire Straits se convirtió en nuestra canción. Era la chica ideal. No sé si realmente le gustaban Dire Straits, pero tengo la seguridad de que no le gustaba cenar fuera de casa. Los siguientes dos años de relación se caracterizaron por pizza a domicilio para cenar, o en las noches más exóticas, kebab o chino delante de la pantalla del portátil viendo alguna serie.

¿Por qué se pasó seis meses haciendo cosas que no le gustaban para conquistarme? Me gustaría decir que no me lo explico, pero la realidad es que sí. Yo mismo me pasé los últimos seis meses de la relación – los siguientes a que me dijera que ya no me quería, haciendo cosas que no me gustaban para complacerla, para no perderla. Así pasé mañanas y mañanas de sábado de paseo por Zara, Mango y H&M, (donde desarrollé una teoría sobre por qué las mujeres dejan todas las prendas tiradas por la tienda cuando en sus casas montan en cólera si ven una camiseta de su marido o novio o hijo tirada en la habitación). En esta guerra de sacrificios por no perder a María también fui a conciertos de cantautores desconocidos, dejé de hablar de política, me tragué enteras la tercera, cuarta y quinta temporadas de Anatomía de Grey (sin haber visto las dos primeras), y me monté en la mayoría de las montañas rusas del parque de atracciones Warner (todas excepto en la que mi peso no me lo permitía). Los dos años cenando pizza, kebab y comida basura me hicieron ganar unos cuantos kilos. Kilos que ayudaron a que perdiera a María.

  • – Tengo un problema para desarrollar mi proyecto. Me falta algo. – les dije a Félix y Alex.
  • – ¿Alguna teoría? – dijo Félix.
  • – Ninguna. El problema es que me falta ella, la definitiva.
  • – Entonces tendrás que hacer ficción. – dijo Alex.

Al salir del bar me sonó el móvil y apareció el nombre de María en la pantalla. Me hubiera gustado descolgar el teléfono y decirle:

  • – María, eres historia. Te he olvidado. Hoy he conocido a mucha gente en el taller, y me he divertido, y al comentar a Neruda y que es tan largo el olvido yo he pensado: y tan definitivo, Don Pablo, y tan definitivo. Y tengo dos amigos interesantes. Félix y Alex ¿Qué te parece? Sí, los dos acaban en X, son mis X-Men. Y he actualizado mi Facebook en tu honor con el primer párrafo de El Aleph y esta es una candente mañana de febrero y los letreros ya no te recuerdan. Adiós, María, adiós.

Pero descolgué el teléfono y antes de decir nada, María me dijo:

– Novio, te echo de menos, quiero estar contigo.

SINOPSIS

Chico conoce a chica. En realidad, chico conoce a dos chicas. Pera antes de eso, chico ha sido dejado por chica qué el pensaba que era para siempre. Para conocer a las chicas , el protagonista ha decidido socializarse asistiendo a un taller de escritura de guiones y en el taller conoce a dos tipos, Alex y Felix, con los que va a entablar una relación muy especial. Recurrirá a ellos para establecer teorías absurdas sobre las mujeres y sobre las cosas menos importantes de la vida y los tres elaborarán un plan para que el chico conquiste a la mujer de su vida, o no. En el paso de la novela los tres amigos van a ir relacionando las lecciones que aprenden sobre la escritura de guiones de cine con las estratagemas para conquistar mujeres.

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