Eva miró a lado y lado de la calle para comprobar que ningún conocido pudiera verla entrar en aquella tienda de ropa usada. Fue un acto reflejo, porque haciendo un rápido repaso mental a su lista de contactos, estaba casi segura de que ninguno de ellos sería capaz de bajar hasta aquel barrio. Además si alguien la veía, siempre podría decir que necesitaba ambientarse para su próxima obra.

Eva pintaba. Decía que pintaba, aunque sabía perfectamente que nunca había pasado de hacer unas cuantas copias malas. Le gustaba Matisse, por sus colores y presumía con cierta ironía, de compartir con él su falta de perspectiva. Estudió Bellas Artes, por estudiar algo, y por un cierto apego a algunos bohemios ilustres y aunque hubo algún momento en el pensó que sería posible dedicarse de una manera más o menos seria, hacia ya mucho tiempo que había desistido de convertirse en artista. Fue una buena estudiante, casi brillante. Manejaba las técnicas con bastante maestría y todos sus conocidos elogiaban sus obras, pero como ella decía, para pintar con alma primero hay que vivir.

Eva decidió vivir y se olvidó de pintarlo. Aunque vivir tampoco le salió demasiado bien y cumplida la madurez se conformó en ir sólo sobreviviendo y montó un pequeño Atelier en la parte alta de la ciudad, para poder mancharse de vez en cuando la bata. Se dedicaba básicamente a enseñar las técnicas pictóricas más esenciales, a un puñado deniños, no demasiado apasionados, a los que les quedaba algún agujero por rellenar en el calendario de extraescolares.

No sabría precisar en qué momento empezó aquel juego, seguramente lo podría situar, cuando Álvaro dejó de mirarla. Él era la última carta que le quedaba, había apostado el resto a su relación, y lo había perdido. Álvaro fue desapareciendo de su vida despacio, un fragmento imperceptible cada día. Primero fueron sus ausencias justificadas, exceso de trabajo, reuniones a deshoras, salidas con compañeros los fines de semana. Después siguieron sus presencias ausentes, estas eran las que peor soportaba. No estaba en la cama cuando Eva se acostaba o ya no estaba allí cuando ella se despertaba y cada noche él construía un muro térmico que impedía el intercambio de temperaturas entre sus cuerpos, ni siquiera la habitación conservaba ya ni una pizca de su olor. Aun así, Eva se empeñaba en mantener esa situación, estaba segura que no sabía vivir sin él y le horrorizaba la idea de tener que comprobarlo.

La primera vez fue por casualidad, como suceden muchas de las cosas importantes. Eva fue a entregar un encargo para la inauguración del nuevo acuario de la ciudad, unas láminas de peces pintadas al agua, de las que se sentía bastante orgullosa. El trabajo no era para ella, se lo había pasado su amiga Alexia, la única compañera de la facultad con la que seguía manteniendo relación y que estaba hasta arriba de encargos según decía, pero ella sabía que era una concesión que su amiga le hacía de vez en cuando, para mantenercon vida su abandonado espíritu artístico.

Aquel día decidió vestirse de una forma diferente, quería parecer bohemia, desenfadada. Sus conjuntos clásicos y aburridos no le parecían muy coherentes con el estilo colorista y un poco naif de la colección de láminas que había pintado plagiando el estilo de Alexia. Si podía copiar su forma de pintar, porque no iba a poder hacerlo con su personalidad, al fin y al cabo era una especialista en el arte de la simulación. Rescató del fondo de su armario una falda que le quedaba demasiado ajustada, la cubrió con un jersey azul eléctrico de Álvaro que le iba demasiado grande, se ciñó una corbata de seda gastada a modo de cinturón y se calzó unas botas altas que no sehabía atrevido aun a estrenar, porque le parecían demasiado ordinarias. El resultado recordaba a una pretty woman que aun no había pasado por Sunset Boulevard. A Eva le pareció que había acertado en la combinación.

Se sentía tan a gusto en la piel de tela que se había fabricado, que después de la entrega, decidió alargarle un poco más la vida dando un paseo por aquel barrio que parecía hecho a medida de su personaje. La Barceloneta irradiaba vitalidad a pesar de las nubes oscuras que amenazaban con cubrir la ciudad en pocos minutos. Las prendas que ondeaban en los tendederosa modo de estandarte, libraban una inofensiva batalla contra el gris del cielo, hasta que como resultado de la lucha cromática, se impuso el poder del color y se abrió un gran claro que permitió bañar de sol las orgullosas calles.

Eva se sentó a celebrar ese triunfo, en una terraza del café del mercado y pidió un Pastís, exagerando un rescatado acento francés. Era un buen invento esa bebida, se podía alargar la duración a fuerza añadir agua y a la vez se disminuía su contenido de alcohol en el vaso a medida que aumentaba el nivel en sangre, le pareció muy equilibrado el sistema.

En aquella plaza en la que todo le era ajeno, Eva se sintió extrañamente cómoda, aligerada de un peso que no sabía determinar. Hacía ya un rato que el señor sentado en la mesa vecina la observaba con un descaro que a ella no le molestaba. Eva lo miraba también, con disimulo al principio, contagiada de su natural desfachatez pasados unos minutos, cuando ya su vaso contenía más agua que Pastís. Estaba disfrutando del entretenimiento, aunque no sabía a dónde le llevaría el improvisado juego. Pero aquella plaza libertadora, la infundió de un espíritu nuevo y cómo en uno de sus sueños, en los que ella era perfectamente consciente de que estaba soñando y ninguno de sus actos le iba a pasar cuenta una vez despierta, se lanzó a fingir que era ella misma. Una Eva desconocida en estado puro.

-Hola ¿por qué me miras tanto? – le soltó ella a bocajarro.

-Me gusta mirarte, ¿te molesta?

-No, en realidad me gusta que me mires, pero me ha llamado la atención que lo hagas con tan poco disimulo.

-Tú también lo has hecho conmigo, te podría acusar de lo mismo.

– Es cierto, no es mi estilo, pero hoy me siento con licencia para todo.

-Pues me gusta tu “no estilo”, y celebro haberte encontrado hoy ¿me permites sentarme a tu lado?

– Claro, siéntate.

-Perdona, me llamo Alejandro, un placer conocerte y quiero que sepas que no es solo una frase hecha, hace rato que estoy disfrutando de tu presencia.

– Yo me llamo Susana- dijo Eva clavando sus ojos oscuros en los de su recién estrenado desconocido.

-Me encanta tu nombre, yo no lo podría haber escogido mejor, Su…sana suena a su…surro, parece estar hecho para decírtelo al oído. ¿Me dejas hacerlo

– ¿Vas a pedir permiso para todo? ¡Arriésgate! Yo lo estoy haciendo.

– Susana, Susana, Susana. No sé de dónde has salido, si no fuera porque te siento tan real, diría que de mis mejores sueños.

– Pues a lo mejor no te equivocas y esto es un sueño, a mí ya me parece bien, los sueños no comprometen a nada, todo está permitido, porque se desvanecen en cuanto te despiertas.

– ¿Quieres que soñemos juntos hoy Susana?

– Si que quiero, pero yo solo puedo soñar hasta las siete.

Después de seis años repitiendo todos los segundos martes de cada mes aquel ritual, Eva no había perdido ni una pizca de entusiasmo y una vez más se vistió para la ocasión, eligiendo cuidadosamente las prendas, que según ella, podían ser determinantes para el desarrollo de su pequeña aventura de bolsillo. Había escogido ese día una blusa rosa pálido, muy vaporosa y sofisticada que Álvaro seguramente le había regalado en algunas navidades, y que sólo se había puesto un par de veces. Unos vaqueros negros y gastados de Helena, su hija mayor, y las botas de cuando le dio por aprender a bailar country completaban su ecléctico atuendo. Se encontró perfecta para salir a viajar por la ciudad, como a ella le gustaba llamar a esas excursiones. Atravesó con paso firme, la frontera de la plaza Catalunya y se dejó arrastrar por la corriente humana que descendía ramblas abajo.

Segundas vidas.

El rotulo de aquella tienda parecía creado a propósito para ella, al leerlo mordisco le contrajo el abdomen, ¿cómo no se le había ocurrido antes?, si eso era precisamente lo que perseguía, esa era exactamente su idea. Las ropas allí expuestas habían tenido una vida anterior, habían albergado otros cuerpos, se habían perfumado con otras fragancias, habían recibido caricias, abrazos, seguramente hasta se podría encontrar alguna lágrima perdida entre las fibras de algún hombro. Todas aquellas experiencias condensadas despertaban su singular apetito, y no pudo resistirse a entrar. Lo hizo de una forma casi religiosa, como una devota entrando por primera vez a un gran templo. Una fantasmal colección de vestidos de boda colgando del techo en un siniestro cortejo nupcial le dio la bienvenida.

La dependienta, apareció detrás de una montaña de cajas, y preguntó con amabilidad.

-¿Le puedo ayudar en algo?

-Bueno, de momento sólo estoy mirando, es la primera vez que entro y estoy bastante impresionada.

-Si quiere le explico cómo funciona, todas estas prendas que están aquí – dijo señalando varios colgadores metálicos- se venden a peso, un kilo, catorce euros, y las piezas sueltas que están en las paredes, tienen cada una su precio. Cualquier cosa, me dice, yo estoy por aquí ordenando estas que me acaban de llegar.

Eva recorrió los pasillos de la tienda, intentando descifrar el código que habían seguido para clasificar la ropa. Había varias chicas, que se movían con soltura y enseguida formaban una pila que pesaban en la balanza y añadían o quitaban alguna prenda para redondear el kilo. Todos los esquemas aprendidos en los establecimientos de prestigiosas marcas no le servían. Allí no esperaba encontrar ni últimas tendencias, ni grandes diseñadores, aunque no podía negar que aquellas piezas tenían más de únicas, que cualquiera de las que ella podía obtener en sus locales habituales. Parecía que estaban ordenadas por categorías; blusas, faldas, vestidos, chalecos, camisas, chaquetas, pantalones… las infinitas combinaciones le provocaban un agradable mareo. Ya se veía a sí misma viviendo las experiencias prendidas en aquellas ropas.

Pero solo cuando la dependienta sacó un abrigo de astracán de una de las cajas que desembalaba, tuvo Eva la certeza de que era aquella, la prenda que se iba a llevar.

-Perdona ¿me lo puedo probar?

– Umm, si pero es que estas aun no están revisadas.

-¿Qué quieres decir?

– Bueno, que antes de ponerlas a la venta, siempre miramos que estén correctas, que vengan limpios, que no le falten botones, aunque este, parece que está perfecto, pruébeselo y cualquier cosa me dice…

Eva se llevó el abrigo a uno de los probadores, se lo podía haber probado allí mismo, pero le parecía un acto demasiado íntimo para hacerlo a la vista de los demás, creía que todo el mundo la miraba, que sería evidente que sus motivos iban más allá de vestirse por poco dinero. Se sentía una intrusa en aquel lugar, cómo si su cuenta corriente no legitimara su presencia allí.

Cuando se vio en el espejo con el abrigo puesto, no pudo evitar restregarse como un felino dentro de él, la imagen reflejada se parecía mucho a aquellas viejas fotos de divas italianas que coleccionaba su madre y que ella trataba de imitar cuando jugaba a ser mayor. Siempre le habían fascinado aquellas mujeres imponentes, de oscuros ojos, de andares majestuosos, envueltas en algún misterio que las hacia irresistiblemente atractivas. Se miró altivamente yalzó el cuello del abrigo para notar el roce de la piel en sus mejillas, metió las manos en los bolsillos en un gesto natural, de coquetería rancia, mientras probaba posturas teatrales y no se sorprendió al notar que hacía rato que jugaba con un papel que se le enredaba en los dedos. Instintivamente lo arrugó para tirarlo a la papelera, aunque la curiosidad la obligo a echar un vistazo antes de lanzarlo. Era una nota de caja del Café Madrid, en Valencia. En el reverso, un inquietante mensaje la perturbo, a la vez que sembró en su fértil imaginación un puñado de disparatadas ideas para completar la historia de aquel abrigo. Guardó el papel en su cartera, sin doblarlo, para no desdibujar ni una sola de las letras impresas, que a Eva le parecieron hechas con estilográfica.

Pago con gusto el exagerado precio que la dependienta le indicó, sin el regateo que había estado ensayando, desde que intuyó que la chica, iba a sobrevalorar la prenda y sacarle provecho al capricho de una pija estrafalaria. Estaba ansiosa por sentarse tranquilamente y analizar aquellas palabras escritas, con toda la fascinación que le despertaban.

Quería encontrar un buen sitio, no uno de aquellos bares atestados de turistas, y diseñados por algún interiorista de la nueva escuela,que iban a deslucir el momento culminante de su fantástica tarde. Remontó las Ramblas, arrastrando la bolsa con su flamante abrigo viejo de astracán y al llegar a la confluencia con la calle de Santa Ana, decidió parar un taxi que la sacara de allí y poder disfrutar de su hallazgo enterritorio amigo. En un semáforo ya muy cerca de la Diagonal, indicó al taxista que parara, acababa de descubrir el local con el ambiente adecuado para hacer la segunda lectura del mensaje. Al entrar ya vio que el escenario era perfecto, como a ella le gustaban.

Se acomodó en uno de los sillones tapizados que había en la esquina más apartada de las ventanas, para no caer en distracciones a las que estaba siempre dispuesta y esperó al camarero mientras contemplaba aquel local tan ideal.

El Pastís ya se había convertido en su bebida oficial y cuando se lo trajeron a la mesa, aun se recreó durante unos instantes en su preparación mientras el mensaje le quemaba en la cartera. Le gustaba observar como aquellos dos líquidos totalmente transparentes, inofensivo uno, pernicioso el otro, al combinarse, se convertían instantáneamente en una solución turbia, inseparable, de gusto anisado y con un contenido alcohólico tolerable.

Dio el primer sorbo y relamiéndose los labios, sacó con parsimonia el papel de la cartera para extenderlo sobre la mesa.

Ríndete a mí Susana. Te voy a esperar en esta mesa. Pero no tienes la eternidad. Solo te voy a dar ciento veintiocho días.

Eva sin ser consciente de que ya estaba calculando el tiempo que quedaba para la cita, volteó el papel para ver la fecha en la que estaba emitido el ticket de caja.

CAFÉ MADRID

Calle Abadia de San Martin, 10, Valencia

NifL-07283997 telf 963 91 73 36

Mesa 14 22/02/201717:47

1 café…………….1,35€

1 agua……………1,80€

1 bebida import….8,00€

TOTAL iva incluido..11,15€

Factura simplificada 1/0573209

SINOPSIS

Eva es una mujer madura, de dual personalidad, entre responsable e impulsiva, racional y visceral, contemplativa y aventurera, de carácter soñador y una gran capacidad para mimetizarse. A pesar de haber tenido muchas expectativas de futuro, se planta en la cuarentena sin haber cumplido casi ninguna. Quería ser pintora pero se ha conformado con dirigir un pequeño taller de arte y enseñar a grupos reducidos a sostener el pincel y utilizar la paleta de colores de forma correcta. Casada con Álvaro, un ambicioso economista con el que ella dibujó impresionantes castillos en el aire, ha triunfado como gestor de grandes patrimonios, pero no ha pasado de construirle un impresionante guardarropa con firmas exclusivas. Madre de una preciosa hija, Helena, que se ha convertido en una joven superficial y egoísta que estudia diseño de moda y estilismo en Madrid.

Una tarde, en la que acude a la entrega de unas láminas que le han encargado a una antigua compañera de facultad, pero ha pintado ella para sacarla del apuro, se le ocurre suplantarla, con la intención de huir momentáneamente de la persona en la que se ha convertido. Esta circunstancia la liberará para dejarse llevar a una fugaz relación con un desconocido. A partir de ese momento decide regalarse un día al mes, e inventa una especie de juego que le permite vivir, a ratos concertados, algunas historias que le ayudan a soportar la mediocridad en la que se han convertido sus sueños. Sus aventuras, como si de pequeñas obras de teatro se trataran, tienen escenificación, vestuario, ambientación, puesta en escena. Ella es la protagonista absoluta y los demás personajes actúan como espontáneos sin guión

En una de esas tardes en las que se adentra en una parte de su ciudad que le atrae en la misma medida que teme, encuentra un enigmático mensaje en el bolsillo de un abrigo que se está probando en una tienda de ropa de segunda mano. El mensaje va dirigido a una tal Susana y está escrito en el reverso de una nota de caja del Café Madrid de Valencia, en esas pocas letras, donde se le invita a acudir a una cita con fecha de caducidad, Eva ve la posibilidad de vivir una vida ajena, más atractiva que la que tiene. Movida por el deseo de conocer más sobre la verdadera destinataria de la nota, empezará a seguir de una forma bastante obsesiva el rastro que ha ido dejando el abrigo, a medida que irá creciendo en ella la necesidad de encontrar al emisor del mensaje. Para ello, Eva viaja a Valencia y allí conoce a Damián, un personaje tan oscuro como fascinante. Ella se quiere parecer a la Susana que Damián espera e intenta acertar en las personalidades que tarde a tarde va creando para despertar su interés. Cuando la fecha limite está a punto de cumplirse, Damián por fin le concede su atención de una manera tan cautivadora que Eva acabará totalmente subyugada, hasta el punto que abandonará su casa y su familia para instalarse a su lado y como si de uno de sus juegos se tratara, sin ser muy consciente de lo que hace, irá formando parte de una rocambolesca trama sexual en la cual acabará sucumbiendo.

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