Al limite de mis fuerzas

Al limite de mis fuerzas

Los últimos rayos del sol caen sobre la ciudad repleta de turistas que circulan por las calles a pesar del calor agobiante. Estoy sentada en la mesa de un bar rodeada de gente desconocida. Por suerte, soy una más entre la muchedumbre. Observo mi entorno con atención y me sorprendo al ver que todo está igual que hace cinco años atrás, cuando visité el lugar por primera vez en compañía de mi madre. Las paredes con el mismo empapelado, las sillas, las mesas y los cortinados mantienen sus formas y colores al igual que las lámparas que cuelgan del techo y parecen estrellas. Toda su decoración, acorde al estilo Regency, se estrenó en este bar en los años 50. Desde entonces, en este lugar el tiempo parece haberse detenido.

Tomo la carta del menú que se encuentra sobre la mesa y, de inmediato, reconozco en su tapa la imagen del célebre escritor norteamericano, Premio Nobel de Literatura y asiduo visitante del lugar. En ese momento, se acerca un mozo llamado Andy, según puedo leer en el bordado de su chaqueta, y me saluda en un inglés poco fluido. Con una sonrisa, respondo: «Hablo español, Andy, soy argentina». Noto su gesto aliviado y con su graciosa entonación cubana dice: «Es usted muy bienvenida, señorita, viene de la tierra del Che, ¿qué desea beber?». Como no podía ser de otra manera, pido un daiquiri, el trago representativo del lugar y donde lo probé por primera vez. Andy toma mi pedido y se retira. Lo sigo con la mirada mientras se dirige a la gran barra. Es un joven alto y atlético, de piel morena, cabello negro, y unos hermosos ojos verdes, resultado de la fusión de razas propia de la zona caribeña. Su andar es armonioso y elegante. Se esfuma entre la gente. Entonces mi vista se detiene en la imponente barra del bar que presenta en uno de sus extremos una estatua de bronce en tamaño natural de Ernest Hemingway, quien fuera asiduo visitante del Floridita, hoy apodado «la cuna del daiquiri», debido a la bebida tradicional cubana que tanto apreciaba el escritor.

Mientras espero, llaman mi atención las fotos en blanco y negro, enmarcadas y colgadas en distintos sectores del recinto. En todas hay personajes de fama internacional de épocas pasadas. Entre ellos, identifico a «nuestro» Che Guevara junto a Fidel Castro, líderes de la Revolución cubana. Imagino la rica historia de este bar que, seguramente, guarda entrañables anécdotas de lo que fue y es hoy la ciudad de La Habana.

Por fin, Andy se acerca con la bebida hecha a base de ron Havana Club, jugo de limón, hielo frappé, marrasquino y azúcar blanca. Deja el trago en la mesa y sonriendo con picardía me dice: «Espero que lo disfrute, señorita». Asiento con mi cabeza y le sonrío. Bebo lentamente, el daiquiri está bien helado y refresca mi garganta seca. Por momentos, siento que he llegado al límite de mis fuerzas, me cuesta mantener los ojos abiertos y respirar. Intento despejarme pero el sonido de la música caribeña y el bullicio de la gente me aturde. Aunque, en realidad, son mis pensamientos los que me perturban; veo pasar mi vida como una película a la que quisiera cambiarle el guion.

Miro a través de la ventana y puedo ver los edificios antiguos y poco mantenidos, las veredas estrechas y las viejas casonas con las puertas y ventanas pintadas de colores vibrantes, ya descascaradas. Por las calles angostas circulan automóviles viejos, coco-taxis, mateos y, ocasionalmente, un último modelo perteneciente a algún «privilegiado». Veo pasar personas de diferentes colores de piel, que hablan variedad de idiomas y visten de diferente manera. Entre tanta diversidad, ¿quién se fijaría en mí?

Mi nombre es Mercedes Blanch, tengo 55 años y soy nieta de españoles como tantos argentinos a quienes nos dicen que descendemos de los barcos provenientes de la gran inmigración europea que tuvo lugar a finales del siglo XIX y primeras décadas del siglo XX. Vivo en una pequeña ciudad ubicada al pie de la cordillera de los Andes, en la provincia de Mendoza, conocida como «tierra del sol y del buen vino».

Llegué a La Habana esta madrugada escapando de un destino indescifrable. A veces pienso que estoy en este mundo por error… no encuentro respuestas a mis preguntas, a veces no hay opciones, a veces hay un solo camino para transitar, y sola, ¡siempre sola!

Sé que el pasado no importa, pero deja marcas que, según algunos dicen, se cicatrizan con el tiempo. Ahora debo elegir cómo vivir el presente, abandonar las cargas e intentar comenzar una vida nueva, dejando atrás los convencionalismos y los lineamientos impuestos por la familia y la sociedad, los cuales atan y nos llevan a actuar de manera diferente a lo que esencialmente somos. Yo soy un alma libre. Quiero vivir sin presiones, sabiendo que en cada uno de mis actos está la buena intención y el positivismo, siempre de acuerdo con las leyes de Dios, aquellas que indican que con amor todo se puede.

Mi paradero es una incógnita para todos, incluidos mi familia y amigos. Para no generar caos dejé una carta a mis hijos explicando, escuetamente, que me ausentaría por varios días para tomar distancia de los problemas que afectaban mi salud emocional. Ellos nada saben sobre el verdadero motivo que desencadenó mi huida.

Sólo una persona conoce toda la verdad y él es el único en quien confío. Prometió ayudarme. Juntos urdimos el plan. Nos encontraríamos en el aeropuerto de la ciudad de Mendoza para salir de Argentina rumbo a Cuba. Pero no llegó y debí embarcar sola. ¿Qué pudo haberle ocurrido? Su teléfono está apagado desde entonces. Temo por él. Lo estoy esperando angustiada. Pienso que tal vez no sea mi vida la única que está en peligro.

Por Dios, Freddy, no me falles.

SINOPSIS

Si hay algo que caracteriza a Mercedes Blanch es su fortaleza. Bien sabe que la dignidad y la autoestima nunca deben ser negociadas y que también el amor tiene límites.

Aquella joven y brillante profesora de literatura, no hubiera imaginado el giro que daría su vida pocos años después de obtener su título. Su matrimonio con el ambicioso y egocéntrico José Rocamora fue el inicio de su desdicha. Víctima de violencia y engaños, afrontará la realidad a los golpes y en silencio, ocultando su sufrimiento durante interminables años.

La muerte inesperada de dos de sus seres amados marcará una nueva etapa en su vida, en la que un caudal de emociones y sentimientos encontrados se manifestarán de la peor manera. Su destino está trazado. Mercedes sabe que deberá dar un giro drástico y cambiar su rumbo, o volará en mil pedazos.

Su anhelado proyecto de vida había fracasado, pero ella no se dará por vencida. Leal a sus principios, tomará la decisión más importante y riesgosa de su realidad. Pero ésta no da tregua. La aparición de un amigo de la infancia, Freddy Sandoval, volverá a sacudir su mundo interior provocándole una aguda crisis existencial que deberá enfrentar con gran determinación.

Sentada en aquel bar de La Habana Vieja, ni ella misma comprende cómo puede mantenerse en pie después de todo lo que ha vivido. ¿Qué hace Mercedes en Cuba? ¿Cuál es su secreto? ¿A quién espera? Su esencia soñadora y su espíritu incansable la ayudarán en este duro trance e intentará seguir, combativa como siempre, hasta alcanzar su sueño.

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