UN CAFÉ EN LA CEPAL

Sinopsis.

Santiago, Chile, 1980. Esta novela narra un día de la protagonista, CATALINA MAINE, 24, atractiva, licenciada en literatura, trabaja en un pool de correctores de pruebas en la sede de la Comisión Económica para América Latina, CEPAL , Santiago, Chile. Catalina está casada con IGNACIO THAMES, 33, periodista. Catalina e Ignacio pasan por momentos difíciles en su matrimonio. Tienen dos niños, uno de ellos enfermizo, que exige cuidados especiales. Ignacio ha perdido su trabajo a causa de su posición política, a favor de los detenidos desaparecidos chilenos. Catalina sostiene el hogar. Está muy cansada, hace horas extras para aumentar el ingreso familiar y además, los niños e Ignacio son muy demandantes. Un día, en el trabajo, Catalina recibe una visita. Se trata de BORJA MARSALI, 29, periodista internacional de la CEPAL. Viene en comisión de servicios a Chile. Catalina queda impactada. Borja es el amor de su vida. Borja viene en misión a Chile. Se encuentran en el café de la CEPAL. Allí en un racconto a dúo, rememoran su relación pasada, hace 7 años. Esta se cortó violentamente cuando Catalina encontró a Borja besándose en la alfombra con un sacerdote, el director espiritual de ella. Después de eso Borja se fue del país y Catalina dejó de verlo. Borja le dice a Catalina que ha venido en misión a Chile solo para verla. Quiere que vuelvan juntos a Francia. Catalina lo mira. Borja se adelanta. Sé en lo que estás pensando, dice. Pero ahora soy un hombre, realmente, le dice. Trabajé para serlo. Estuve en una clínica. Soy un hombre heterosexual que te ama como nadie te amará. Eres el amor de mi vida. Catalina se da cuenta de que sigue enamorada de él como hace 7 años, cuando se produjo su ruptura. Catalina le cuenta a Borja que está casada y le habla de su situación. Borja le pide que se vayan juntos. No te fallaré esta vez, dice. Éramos indestructibles, ¿recuerdas? Podemos seguirlo siendo. Ahora soy diferente. Soy un hombre. Un hombre que te ama y que te pide que vengas conmigo. Saca un sobre y se lo pasa. Este es para ti, dice. Es para pasado mañana. Tómalo. Catalina abre el sobre. Es un pasaje a Francia a su nombre. Le pide un día para pensarlo. Vuelve, transida, a su oficina. No puede concentrarse. Decide irse con Borja. En ese momento, la llama su marido desde el hospital. Su hijo menor, Tomás, ha sufrido una crisis: es meningitis dice Tomás. Catalina corre a la clínica. Se entrevistan con el médico. Las próximas horas son cruciales. Puede recuperarse o puede quedar con daño cerebral. Lo ingresan a la UTI y comienza la espera, que dura toda esa noche. Catalina e Ignacio en extrema tensión. Pelean. Se echan en cara cosas hirientes. El dinero salta a la palestra. En medio de la noche, Tomás necesita sangre. Tiene un tipo de sangre difícil. Solo Ignacio puede darle. A pesar de que le dan horror los pinchazos, Ignacio accede a que le saquen sangre. Se desmaya. Despierta en brazos de Catalina. Le ponen la sangre a Tomás. Este experimenta un leve repunte. Ahora solo hay que esperar, dice el médico. Vayan a descansar. En ese momento, llaman por teléfono a Catalina de la CEPAL. La necesitan en el pool de correctores de pruebas para un trabajo urgente. Catalina se arregla como puede y parte. Llega justo a tiempo para el trabajo. Está con los auriculares puestos, trabajando, copiando y corrigiendo los textos, cuando recibe una llamada de portería. Es Borja y pide verla ¿Qué le digo?, pregunta el portero. Catalina vacila instantes-siglos y luego pronuncia por teléfono: Dígale que no estoy, por favor. Y corta el teléfono. Sigue trabajando, como autómata. Al final del día, sale de su trabajo. A la salida, está Ignacio con Pedrito, su hijo mayor. Están felices. Vienen a buscarla para celebrar. Tomás está fuera de peligro, dice Ignacio. No va a tener secuelas. En dos días más lo podemos llevar a la casa. Qué bien, dice Catalina, sintiendo que su alma está rota. Cuando se van yendo de la CEPAL, Catalina ve a Borja subiendo al transfer para ir al aeropuerto, con la Comisión en Visita. Catalina cierra los ojos mientras Ignacio la mira. Mi amor, dice Ignacio. Eres mi amor aún, ¿no es cierto? Un silencio. Sí, dice Catalina, finalmente, con los ojos llenos de lágrimas. Soy tu amor. FIN.

Capítulo de muestra.

Catalina entra al café de la CEPAL. 4º piso. Lujo recién inaugurado. Mesas impecables. Ventanales de aluminio directo al lago de los cisnes de cuello negro de la CEPAL.

Cuando ve a Borja, queda suspensa. Todo lo de hace 7 años atrás se le agolpa en la garganta, vibrante, vivo. Hiriente.

Borja la mira. También está azorado.

Se sientan en la mesa. Viene el mozo.

¿Lo de siempre, Catita?, dice cariñoso.

Ella sonríe. Sí, Manuel, lo de siempre. Gracias.

¿Y el señor? El mozo mira a Borja con recelo. Quién es este. No es de la CEPAL de aquí. Catalina es su preferida. No le gusta que la ronden extraños.

Lo de siempre de ella, por favor, dice Borja, sonriendo.

Les traen dos café latte vainilla con leche descremada.

Se miran sobre el leve vapor del café que sube hasta sus narices.

Silencio.

El café está construido en volado, sobre el parque de la CEPAL.

Se miran, sin saber qué decir.

Luego, salen las cosas tontas. Los dos, cautelosos. Escogiendo las palabras. Diálogos idiotas. Hace calor. Sí, un montón. Pero aquí está bien. Hay mucho, hay poco aire acondicionado. Chile está igual a como lo dejé. Etcétera. Gorjeos.

De pronto, Borja la mira.

Catalina, dice.

Silencio.

Catalina Maine.

Sí, Borja.

Te amo.

Me…

Sí. Te amo. Siempre lo has sabido ¿no?

Catalina levanta la vista de su café.

No, Borja. No lo he sabido. Más bien, no lo he sabido nunca. Desde aquella tarde. Hubo un tiempo en que lo creí. Pero ese tiempo se acabó esa tarde. Hace 7 años.

No, no lo he sabido, sigue diciendo, con voz firme. No lo sé desde esa tarde hace 7 años atrás, en que entré a la sacristía a confesarme con mi director espiritual. Él estaba en la alfombra contigo, Borja. Besándote. El padre Teo Duval era mi…

No le digas padre, corta Borja. No es padre de nadie. Es un enfermo.

Y sí, agrega. Estaba besándome con él. Yo era joven. Tenía 22 años. No sabía dónde estaba parado. Estaba en 3º de periodismo. Era un idiota. Sí. Estaba besándome con él. Me hizo creer que yo era su amor, su inspiración, la causa de su vida. Sí. Creí que era homosexual. De hecho, lo era. Solo cuando vi tu cara, supe el error que había cometido.

¿Por qué un error? Catalina revuelve su café y lo mira sin detenerse, intensa. Es una opción. Como otras.

No, Cata. Borja pone su palma grande, huesuda, sobre la mesa. No era una opción para mí. Pero eso yo no lo sabía entonces. Una semana después de que tú entraste a la sacristía, yo me fui.

Sí, dice Cata. Recibí tu carta. Tu carta de 10 páginas. En que me echabas la culpa de no haber sabido retenerte, de no haber sabido… no sé qué.

Sí, Cata. Escribí esa carta. Lo que no te he contado es que esa semana en que la escribí y te la mandé, traté de suicidarme.

A Cata se le cae la cuchara del café. Unas gotas saltan a la mesa.

¿Qué?

Sí, dice Borja. Me encontró mi padre, en la tina: una gillette, sangre, sangre, sangre por todos lados. Mi padre es médico. Contuvo la hemorragia, me llevó al hospital, me atendió él mismo. De allí, me fue a dejar a una clínica en Suiza. Estuve 12 meses.

El sol de la tarde, con un rojo anaranjado furibundo, aparece en el ventanal del café. El pelo de Catalina se llena de reflejos rojizos.

Doce meses, dice ella.

Un año, sí. Borja toma un sorbo de café. Eso me demoré en darme cuenta de que era un hombre heterosexual. Y lo era. Mi padre quiso que estudiara Periodismo en La Sorbonne. Lo hice. Luego entré a la CEPAL. Y luego, pasó tiempo y…estoy aquí, ahora, dice Borja.

Silencio.

Catalina revuelve interminablemente su café, frío.

Vine a buscarte, Cata.

Borja. Catalina lo mira a los ojos. Estoy casada. Con Ignacio. Tengo dos niños.

Quiero que vengas conmigo. A Francia.

Cata queda en silencio.

¿No oíste lo que te digo? pregunta después.

Sí, Cata. Que estás casada. Con Ignacio. Que tienes dos niños. Aún así, te lo pido. Ven conmigo.

Contigo.

Ella le mira las manos.

Te sigues comiendo las uñas, dice.

Borja se lleva la mano a la chaqueta. Saca un sobre. Se lo pasa a Catalina.

Qué es esto.

Ábrelo.

Catalina lo hace, como autómata. Es un pasaje. A su nombre.

Un pasaje… a París, dice ella. No puede creerlo. Esto no está pasando, piensa.

Sí.

Es para pasado mañana. Yo tengo el mío.

Borja. Tengo un marido. Tengo dos hijos. Tengo una familia que manten…

Sí lo sé, dice Borja. Pero tienes el pelo mudo.

Toma entre sus dedos largos un mechón del pelo de ella, castaño, largo, liso, pesado.

Me encanta que todavía lo lleves largo, dice.

Cuando eres feliz, tu pelo brilla, dice después. Ahora está opaco.

Eso no tiene nada que ver. Nerviosa, Catalina traga un sorbo de su café. Se atora.

Sí, es cierto, hemos tenido algunos problemas, Ignacio está sin trabajo, en fin. Nada irremediable. Cosas que pasan. Nada que no se pueda…

Cosas que pasan, repite Borja. Gente que pasa. Pero tú no pasas Cata. Tú te quedas. Te incrustas. Estás incrustada en mí.

Ven conmigo, dice después. Sabes que quieres venir conmigo. Yo lo sé también.

¿Ah, sí?

Sí. Lo supe cuando te vi ahora, en el café. Cuando me miraste. Son tus ojos, dice Borja. Tus ojos muestran todo.

Qué sabes tú de mis ojos. Yo tengo mi vida ahora, dice Catalina, mirando hacia las otras mesas. El café se ha ido llenando de gente. Los mozos se multiplican, entre las mesas.

¿Sí? ¿Tienes tu vida ahora? dice Borja mirándola intenso.

Toma, dice Catalina, pasándole el sobre. Yo…

No. No me digas nada ahora. Necesitas decidirlo sola. Guárdalo. Guárdalo hasta mañana. Mañana en la tarde me contestas, dice Borja.

Catalina, sin saber por qué, toma el sobre y lo mete en el fondo de su cartera. En ese momento, suena un timbre. Es el timbre de vuelta al trabajo. Catalina se pone de pie.

Adiós, Borja, dice.

No. Adiós es para la despedida de Casablanca, dice Borja. Hasta mañana.

¿Hasta mañana? Borja, te digo que…

Hasta mañana, por favor, dice él.

Catalina le vuelve la espalda y camina, lenta, hacia la puerta. Siente los ojos de Borja, como dos manos, tomándola fuertemente por la espalda y atrayéndola hacia él, fuertes, bruscos, comos era antes.

Como era antes, cierra los ojos con todas sus fuerzas, en el ascensor, para que no se le vaya a salir esa sensación fuerte, potente, total, de tener a Borja, respirando en su cuello, apasionado.

Como antes, piensa. Como antes.

Respira con fuerza.

Calma, dice. Esto no está pasando. Es solo una ilusión.

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