Capítulo 1
Quizá fuera cosa del destino, pero aquella joven, pasaba siempre por allí. Por la misma esquina, a la misma hora. Cruzando la misma plaza, la ”Libertad”, en el centro de la ciudad.
El frío seco, característico del lugar, casi un patrimonio de mi pueblo, se hacía sentir, y algunas veces, el viento acompañaba.
Yo paraba siempre en el mismo bar, antes de ir a trabajar, tomando un café, con 3 cucharadas de azúcar, en la misma mesa, la 21, contra la ventana, dándole mi izquierda a la plaza antes mencionada. Ambiente muy tranquilo, principalmente a las 7 y media de la mañana, pocas personas transitando las calles, las cuales al mediodía estarán atiborradas de ciudadanos y turistas. Eran de esos momentos en el cual, a través de todo el ambiente, mi mente descansaba, me dejaba llevar, con la mirada perdida, evocaba recuerdos mientras jugaba con mis sueños y mi futuro, analizando mi presente inmediato, simplemente limpiando mi cerebro. El aroma a café recién preparado, renovaba mi espíritu. Ése invierno fue particularmente crudo, muy bajas sensaciones térmicas azotaron la ciudad, quizá fuera el clima ideal, el cual hacia juego con el momento.
De Lunes a Viernes cumplía exactamente la misma rutina, ingresaba al local, siempre era el primero
Capítulo 2
-Pancho, buen día, lo mismo de siempre, lo leo y te lo dejo-
Antes de llegar al bar, pasaba por el kiosco de la esquina y compraba el diario de la ciudad, para “relojear” las principales noticias del pueblo. Políticas: “lo de siempre”; Policiales: “robos y más”; Deportivas: “pero que bien, mi cuadrito ganó sus primeros puntos”; Horóscopo: “mal día pa Sagitario”; Sociales: “mirá quien se volvió a casar”, y la respectiva foto; Necrológicas: “pa, se murió el padre del Cabeza”, y algo que no me acostumbro todavía, la foto del occiso. Me pongo un recordatorio en el celular: “ir al velorio”.
Pancho sonríe, ya sabe la rutina. 25 años trabajando en el mismo Bar, entre otros oficios, hacen que sea casi una institución en la ciudad. Pintoresco, humilde y servicial
-Cómo anda Don Machado, buenos días.
Trae el café, bien cargado, fundamental para comenzar el día, me froto las manos, las cuales después las coloco por encima de la taza, movimiento el cual no sirve de nada, pero son cosas, las cuales, uno hace inconsciente, como tantas otras cosas de la vida misma. Tomo el recipiente en mis manos, ahora sí siento su calor, lo miro, saboreo su aroma, el primer sorbo es corto, el segundo más largo, casi seguidos, después descanso mi paladar, prendo un cigarro, la conjunción de cafeína y nicotina explotan en mi boca, se introducen en mi cuerpo, empieza el día. Por estar solo y por ser cliente de la casa, Pancho me deja fumar al lado de la ventana, adentro, con la misma un poco abierta. A esa renovadora experiencia diaria, le anexé la tibia sensación en mi cuerpo de verla caminar, de observarla pasar cerca de las 7:50, por calle Domingo Pérez hacia abajo. Me gustaba, me hacía sentir maravilloso. Más que observarla, la admiraba. Mujer de aspecto maduro, entre 45 y 50 años, frágil, en su justa medida, cabello corto, siempre adornado con un pañuelo que caía hasta la mitad de su espalda. Campera roja, con capucha, pero no la usa, manos en el bolsillo, sin lentes, dejando ver sus hermosos ojos verdes; rostro cansado, debe ser por despertarse temprano, fresca y natural, sin maquillaje, no lo precisa.
Mi posición en la mesa, hace que la vea venir, de frente, lo único que nos separa es el frágil vidrio de la ventana.
La miraba de reojo, sin ser muy penetrante en mi acto. Sé que ella también observaba al interior del lugar, percibí que sus ojos se posaban en mí, que me buscaban, quizá solo mirara para adentro como cualquier otra persona lo haría justo a mi lugar, pero yo quería imaginar que ella me miraba a mí, y si hubiera visto mis ojos en ése momento, se habría dado cuenta que los mismos transmitían nervios. Caminaba con pasos lentos, pero firmes, vista fija en un punto adelante, la cual sólo se desviaba a pocos centímetros antes de llegar a mi posición. Varios días estuvimos así. Yo la observaba y deslizaba una simple sonrisa. Apenas un rubor aparecía en su rostro pálido.
Después que ella pasaba y su espalda daba hacia el Bar, de un salto me paraba, raudo y veloz y buscaba al mozo detrás de la barra. Necesitaba respuestas.
-Pancho, la conoces?
-Tanto como vos. La veo volver, a eso de las 11 de la mañana, por el mismo camino, con la vista hacia el piso, a paso más lento y cansino que a la ida. Cada tanto se queda en la esquina, disfrutando el sol que le cubre el rostro. Se retira el pañuelo de la cabeza, se arregla el pelo corto, precioso que tiene, y ahí se queda unos minutos. Sus rasgos faciales se iluminan. Expone su cara ante la tibieza del astro Rey y denota una total satisfacción, cada línea de su rostro así lo transmite. Una vez la vi hacer lo mismo, pero con lluvia. Dejó que las gotas golpearan en su cara, con los ojos cerrados, luego se puso el pañuelo, abrió el paraguas y siguió. Nunca se secó. Pequeños placeres de la vida ¿no?
-Sos todo un poeta Francisco, no te tenía así. Interesante descripción, bien dicen que la vida es tan solo una sucesión de ínfimos momentos, está en uno el que valgan la pena cada uno de ellos.
-Cierto…
La mirada de Pancho se desvía hacia la madera vieja y gastada que compone la barra, mientras seca un par de tazas.
Inconscientemente prendo otro cigarro. Ésta vez salí afuera a fumarlo.
Capítulo 3
Son las 0:40 de la noche. No puedo dormir. Cada vez que cierro los ojos, veo los suyos. ¿Quién es?. Me quedo mirando el techo de mi cuarto, el ruido de la calle no me ayuda mucho a conciliar el sueño, mi ventana justo da a la avenida Centenario, la cual es pasada de todos los camiones que vienen de Montevideo y van hacia el Noroeste y viceversa. Mi mente divaga, sueña: “Mañana, me quedo afuera más o menos a la hora que pasa, la paro, le hablo, le digo, algo, no sé, quizá un hola, le pregunto el nombre, algo de eso”
Siempre fui patético para empezar un diálogo, en algún momento de mi vida pensé que esa falencia sería por ser muy joven, sin experiencia, tímido y con acné; con el paso del tiempo me fui dando cuenta que era innato en mí. Soy malo para hablarle a las mujeres, me pongo nervioso, tartamudeo y sudo. Creo que no hay mujer que se resista a los encantos de un tipo que llega con su cabeza casi calva (desde los 18), y cuando la va a saludar, tartamudea, tiene la cabeza empapada y esas gotas de sudor caen por los granos de mi cara cuando era joven y en las cicatrices que dejaron los mismos ahora de adulto. ¡¡¡No sé como sigo soltero todavía!!!.
“Podría escribirle… eso. Le anoto unas líneas en alguna servilleta y se las doy a Pancho para que se la dé cuando pase a la vuelta de su caminata, paseo o lo que fuere”
Prendo la tele, pongo el HBO, están pasando la película “La chica de la capa roja”. Mi primer pensamiento es: “la actriz se parece a ella”, el segundo pensamiento dice: “en vez de capa, campera… ¡¡¡Dios mío!!!”
Apago la televisión, me doy media vuelta, desisto de la idea de hablarle, de escribirle, mi imaginación vuelve a entrar en juego y crea una situación en la cual: “quizá, en una de esas, se alinean los planetas y ella se para, me da su teléfono, me dice hola y me besa apasionadamente”. Me doy cuenta que me dormí y estoy soñando.
Mañana será otro día.
Capítulo 4
Son 7 y 20 de la mañana. Ya llevo 4 cigarros fumados. Mi vista fija en la ventana. Hace 3 días que ella no pasa por ahí. Quizá cambió de ruta, muy probablemente se dio cuenta que me estaba fijando en ella y decidió que sería mejor no verme más, para que no la moleste o directamente para no darme falsas expectativas. Es eso, se dio cuenta.
-Pancho, ¿me traes otro café?
-¿Te pongo algún ansiolítico también? Digo, capaz que te ayuda.
Mis ojos en los suyos, como espadas, lo dicen todo.
-Quizá esté de vacaciones o con licencia, no sé.-
-Ni idea-
Sigo absorto en mis pensamientos, bajo la vista. Pancho llega con el café, caliente, cargado, 3 de azúcar, un cenicero y una guiñada cómplice.
En ése momento estoy abusando de su confianza, ya que van muchos puchos que fumo, varios que directamente me los devoro, producto de mi ansiedad.
Son las 7:52, mi atención se posa en el diario, hacía tiempo no sentía esa sensación, la misma que me daba ante la negativa de las muchachas que invitaba a bailar, en mi juventud, esa sensación de soledad. De una vez más haber perdido.
“Marché bien”.
Me quedo con los codos en la mesa, con las manos en la cabeza, con los ojos cerrados.
Abren la puerta, alguien entra, siento el frío en la nuca, suenan las campanillas, inconscientemente miro para atrás… es ella. Pasa por mi lado hasta llegar a la barra. Me quedo atónito y sorprendido, mis ojos no mienten y ella lo sabe. Empiezo a sudar. Me invade su olor dulce, fresco, a flores, más adelante en mi vida, compraría ese perfume solo por tenerlo.
-Hola, buen día, ¿me daría una botella de agua de medio sin gas por favor?
Pancho me mira, hasta él mismo está nervioso, la mira a ella.
-Por supuesto, sírvase.
Toma su botella, paga, camina 2 pasos, se detiene, cierra los ojos y se aferra al respaldo de una silla, inspira por la nariz, expira por la boca, 3 veces, toma aliento y continúa se dirige hacia la puerta con andar vacilante.
-Señorita, ¿se encuentra bien?- Pregunta Pancho.
-Sí, gracias- Contesta ella en un leve susurro. –Sólo fue un pequeño mareo.-Indefectiblemente pasa por mi lado, la miro, ella siente que mis ojos se clavan en su ser, me mira… el tiempo se detiene, se vuelve cada vez más lento, sus ojos verdes, brillantes se posan en mí, siento un tibio calor en mi humanidad; tímidamente esboza una sonrisa y es lo más hermoso que he visto en mi vida. Sus dientes blancos deslumbran en la mañana gris. Su rostro, ojeroso y cansado, de todas formas es precioso, rítmico, acompasado. Suenan otra vez las campanillas, regreso de mi fantasía, de mi embelesamiento. Ella ya no está. Me quedo mirando como se va con su paso lento y cansino, más de lo normal, deseoso que llegue el mañana. Sin dudas que ésta noche no voy a poder dormir.
Capítulo 5
Está sucediendo lo mismo que pasó la otra vez. Hace 4 días que no pasa, que no viene, que no me mira ni me sonríe.
Me siento ansioso, deprimido por no verla. Me digo a mí mismo que soy un estúpido por no haberle, por lo menos, hablado. Un “buen día” habría sido algo lógico, pero qué bien que estuve al pensar que ponerle cara de boludo con la boca semi abierta, sería el mejor halago o la mejor manera de empezar algún tipo de relación. Siempre tan avispado yo.
-Pancho, otro por favor-.
Van 3 e igual cantidad de puchos.
Abro el periódico, cada oración que leo, o mejor dicho, le paso la vista por encima, mis ojos se levantan y clavan la mirada hacia fuera, esperando. Paso por las políticas: “más de lo mismo”; las policiales: “éste bar se ha salvado de pedo, ya no tienen códigos”; deportivas: “paro de árbitros, qué raro”; necrológicas y me detengo. Mi corazón da un vuelco, palpita con fuerza, me saco los lentes y me refriego los ojos, miro y leo con más atención. Su foto engalana dicha sección con la siguiente información: “Joven local, profesional, fallece tras ardua lucha contra un cáncer pulmonar, que la venía aquejando hace mucho tiempo, era fumadora pasiva, tenía 31 años”.
Un gusto muy amargo crece en mí. Una lágrima recorre mi mejilla derecha, y el mismo frío que alguna vez sentí en mi nuca, ahora recorre toda mi columna. Suspiro. Me quedo varios minutos mirando su foto, leyendo los obituarios. Dejo el café a medias, ya frío. Me levanto casi tambaleando, con la vista perdida, con una sensación muy extraña en mi pecho, tomo mi campera y voy hasta la puerta.
-Hasta mañana-. Me dice Pancho, mientras recoge el diario.
-Si… hasta mañana-. Mi contestación fue casi sin pensar, automática. Totalmente fuera de éste mundo, de ésta realidad. Por el rabillo del ojo veo la cara de sorpresa de Pancho, con el diario abierto, sección Necrológicas. Apenas salgo, miro hacia el sol, me saco los lentes y la boina, cierro mis ojos, así me quedo un rato, luego emprendo mi partida.
Capítulo 6
Son las 6 y media, suena mi alarma. Me levanto, todavía toso un poco y expulso flemas. Dejé de fumar hace 3 meses. Me miro al espejo, me recuerdo que ésta semana, sin falta, tengo que ir al dentista a limpiarme los dientes, a blanquearlos. Me paso la crema cicatrizante en la cara, no sé por qué lo hago. Me miro y me repito que “yo valgo”. Solo me basta el recuerdo de su sonrisa inmaculada, de su rostro cansado y sus ojos verdes, para entender que esta sucesión de momentos que se llama Vida, debemos disfrutarla, debemos saborearla minuto a minuto. Ella nunca me conoció, solo fueron miradas, pero eso no me impide llevarle flores por lo menos una vez al mes.
-Las rosas blancas eran sus preferidas- Me dijo su madre.
Ahora, cada vez que entro al bar, por una botella de agua de medio sin gas, de pasada al trabajo, saludo a Pancho… Él me devuelve el saludo con una sonrisa.
La mesa 21 permanece vacía.
Ambos sabemos y no precisa decirlo, basta mirarnos: Mañana será otro día.
N de R: Tiene nudo, desarrollo y final, pero sería más bien una sinopsis alargada… es una obra para desarrollar.
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