Black Shanties: Souls

Black Shanties: Souls

Vicente Olmos

07/02/2018

  • 1. Recuerdos

Dos de la mañana. Seis de julio del año dos mil veinticuatro. El repiqueteo de las teclas al escribir retumba a lo largo de la habitación; oscura, iluminada por un flexo de débil luz y un neón del edificio de al lado que impregna la sala de un color verde. En el escritorio, lleno de papeles y ceniza de cigarro, había un hombre, joven, pero de aspecto agrietado, apoyado en la mesa, durmiendo con las gafas dobladas y el cigarro aun en la mano, soltando sus últimas bocanadas de humo.

Era el segundo caso que cerraba y archivaba esa semana, pero las pesadillas seguían atormentándole. Pensó que, si se centraba en el trabajo, si dejaba de pensar en ella, poco a poco la iría olvidando y de esa manera se sentiría mejor. Pero la verdad, normalmente nada sale como imaginamos. El cigarro había impregnado la habitación de humo y desfalleciendo, fue quemando los restos que quedaban de la boquilla. Sobresaltado por el quemazo en el dedo, su sonrisa desaparecía en su mente, evaporándose como el humo que sube y acaba extinguiéndose. Inquieto, su recuerdo le había dejado mal cuerpo.

Se limpió las gafas y se bebió lo que quedaba en el vaso, dejándole un fuerte ardor en el pecho, recordando el incidente de aquella mañana…

Aquella mañana había seguido la pista a un par de matones, seguramente a las órdenes de McArthy. Entró en el bar con la idea de tomarse un whisky y escuchar disimuladamente que tenían que decirse el uno al otro… Pero seguía con su recuerdo en la cabeza y necesitaba desahogarse; con la ayuda de un taburete y algún que otro crujir de huesos consiguió la información que buscaba. Se bebió lo que había en los respectivos vasos a la vez que uno de ellos se retorcía en el suelo y el otro, sentado todavía en el taburete, quedaba con la cabeza apoyada sobre la barra mientras un suave tic, tic, tic… de color granate golpeaba el suelo con suma delicadeza.

Les había hecho cantar, el viejo y rico McArthy era el que estaba detrás de todo esto. Él era el responsable de tantas muertes, de tanto vandalismo, violaciones y robos… McArthy había llegado a la ciudad hace pocos meses, pero en poco tiempo se hizo notar entre la multitud. De familia tradicional, rica, tienes sus orígenes en los pilares de Black Shanties. Había vuelto a su hogar como un héroe de guerra. Amado por los ciudadanos estaba sembrando el caos en Black Shanthies con el fin de acabar el mismo con sus mercenarios y de esta manera hacerse con el favor y el voto la gran mayoría. Oh, si… Si no tenía suficiente con ser el cabrón más rico de la ciudad, también quería ser el presidente. De tal manera que, si llegase al poder, la ciudad se vería sumida por pastos de sangre y fuego.

Se colocó las gafas, se puso el revólver en el viejo cinto de cuero, bajo el brazo izquierdo y cogió la chaqueta y el sombrero. Debía investigar cual sería el siguiente movimiento. Cerró la puerta y bajó las escaleras del apartamento; afuera seguía lloviendo. El sonido de la lluvia le recordaba a ella. A todos aquellos momentos bajo la lluvia, a aquella mirada, a aquel beso, a esa noche…

  • 2. Hojas y golpes

Oscuridad. Una oscuridad tangible ahogaba y apretaba su cuerpo. Entre los tablones entraba un hilo de deslumbrante luz, el calor asfixiaba y el sudor corría por su frente, estresante por la poca movilidad de su diminuto escondite. La espalda doblada y las piernas flexionadas contra la pared de enfrente; el cuerpo empezaba a agarrotarse y las gafas a caer por la sudorosa y grasienta nariz. Unas risas en el exterior hicieron que dejara de intentar forzar la caja y que prestara atención a la conversación.

ꟷSi le entregamos vivo podemos adjudicarnos el mérito de haberle parado los pies ꟷdecía una voz de tono grave y apagado.

ꟷNos arriesgamos a que escape, matémosle y entreguemos sus restos.

ꟷ¡Estúpido! Inconsciente y en una caja de la mitad de su tamaño… imposible que salga de ahí.

No era una conversación agradable de escuchar, pero había que aprovechar cualquier oportunidad… Mientras discutían que hacer con él empezó a forzar con las piernas los tablones de enfrente, en los que apoyaba los pies. Mientras forzaba con cuidado los tablones para que no crujiesen y no llamará la atención empezó a repasar que había podido salir mal.

Aquella mañana había comprado un café en la esquina de la calle Puerto viejo y observaba la entrada a aquel tugurio camuflado entre los vapores y gases con olor a pescado rancio que salían de las cañerías. Meditando y trazando un plan esperó y esperó hasta que supo en que momento los guardias hacían descanso y cuantos minutos exactos duraban. Se aprendió cada cara, cada gesto y movimiento; la gente que entraba y salía y aprovechando que los dos monos de la entrada estaban cargando y descargando cajas de suministros, entró por la puerta como uno más.

Todo bien, no había llamado la atención. Estaba allí en busca de pruebas incriminatorias que refutasen los atroces crímenes de McArthy, algo que sustentara su teoría y al fin se hiciese justicia. Pagaría por sus crímenes, por sus muertos… Su cara se reflejó en su memoria como un puñal ardiendo, sus ojos brillantes se tornaron de un gris perlado y comenzaron a secarse, con la mirada perdida en el cielo y la boca evocando una sonrisa sin alma, su última sonrisa.

Entró en aquel lugar que parecía una vieja cafetería abandonada, repleta de viejos cuadros cubiertos de polvo y gruesas mesas de madera corroída; giró a la izquierda por entre lo que parecía un laberinto de inmensas estanterías repletas de cajas y tablas. Con sigilo escucho unas voces al final del pasillo y como de costumbre, desabrocho el botón de la cartuchera y se subió el ala del sombrero. Revolver en mano avanzó, expectante, aguzando el oído, poco a poco cada paso que daba se acercaba más a la voz. Era una voz femenina, pero no había respuesta por parte del receptor, se acercó más y en la esquina del estante la vio de espaldas. Cabello ondulado negro azabache, de espalda estrecha y piernas gruesas. Vestía una camisa blanca con una falda negra estrecha y parecía estar dictando sus informes en una vieja grabadora manual.

Al acercarse unos metros el sonido del silencio delató a nuestro detective y entonces es cuando la vio… Expectante, deslumbrante como la nube que tapa el sol en un día de otoño.

Era casi idéntica a ella. Esa mirada, esos ojos grises ¿Era una alucinación o era ella? Un fuerte pinchazo en el pecho empezó a crecer y de repente un agudo dolor en la cabeza le hizo quedar inconsciente.

La pared de la caja cedió y con un sonoro golpe salió disparada. Con gran agilidad saltó fuera de aquella horrible prisión diminuta y con toda la rabia que había podido acumular arreó un puñetazo a uno de los dos hombres que tan ligeramente debatían sobre su futuro; desencajándole la mandíbula y haciendo saltar un par de dientes, al tiempo que su compañero cogía una gruesa tabla de madera y con gran esmero la destrozaba en la cabeza del detective.

Todo da vueltas, se escuchan risas, todo se torna opaco casi negro. El llanto de una mujer colapsa sus oídos; parece que los tímpanos van a estallar. Todo se vuelve negro tangible.

Caen las hojas naranjas, marrones y amarillas en el paseo del parque de la Avenida West. Es otoño y ella gira sobre sus delgados talones, con los brazos abiertos volteando su precioso vestido y la sonrisa deslumbrante. Su pelo acaricia mi rostro al girar… Todo se vuelve negro tangible.

Atado con los brazos pegados al respaldo de una silla, una habitación a oscuras y un puñetazo le hacen tambalearse y caer. Las rodillas paran la caída y la cabeza acaba de frenarla. Nota la sangre caliente mojar y caer por su rostro.

Alguien se abalanza sobre él y sigue propinándole puñetazos. En su mente solo caen hojas naranjas, marrones y amarillas.

  • 3. Modelos nuevos

Hace diez años que era otoño. Diez años de hojas amarillentas en las copas de los árboles, dejándose llevar por la suave brisa otoñal.

Hoy en día las hojas sintéticas no caen, solo cuelgan, cambian de color y desaparecen para volver a aparecer. El suelo húmedo se llena de pisadas de transeúntes camino a su despreciable destino, la bruma de los negocios se junta con las de las alcantarillas y la lluvia crea un manto de luces difuminadas que se reflejan en los charcos y los escaparates de las tiendas. En un pequeño y sucio taller de las afueras de Black Shanties se escuchaban los sollozos de un viejo héroe.

Había pasado mucho tiempo desde que le abandonaron en aquel tugurio después de interminables palizas. Henry Brown había perdido la noción del tiempo en aquel sótano en el que solo una ventanilla del tamaño de un papel le indicaba el paso del tiempo.

Aquel día había conseguido desatarse las muñecas, y una vez libre de aquella tediosa silla puso su plan en marcha. Durante todo el tiempo allí encerrado no había dejado de pensar en ella y en aquella mujer de la grabadora; no podía ser, ella se fue… Necesitaba respuestas. Esperó y esperó a que el cabrón que le traía la comida llegase.

Pasaron minutos que parecieron horas y cuando escuchó el forzar de la puerta se sentó en la silla con las manos atrás y se preparó para sentir de nuevo la lluvia espesa y oscura de la ciudad.

Entró el mismo que le había propinado varias palizas y le dejó el plato en el suelo, junto a la puerta, después de mirarle y soltar una sonora carcajada. Henry se hallaba sentado en la silla con las manos detrás del respaldo y la cabeza agachada. El matón se giró para salir del sótano y entonces vio la oportunidad. Se levantó y con una pequeña tubería que había arrancado y ocultado en su manga le propinó tal golpe que el pobre gorila se mordió la lengua y empezó a sangrar por la boca a la vez que todo el peso de su enorme cuerpo caía de rodillas al suelo para derrumbarse encima del plato de mierda precalentada.

Cacheo el cuerpo y encontró una navaja y un antiguo revolver de plasma; los primeros en salir, los mejores.

No tenía ilusiones de que estuviesen sus viejos trastos por ahí, pero la suerte corría de su lado. En una percha, colgada junto a un escritorio donde se hallaba una vieja tele portátil, estaba su sombrero y su abrigo, y en él las llaves de su coche y de su casa. Ni se habían molestado en esconder su vehículo ni indagar en su casa. No les hacía falta, ya le habían arrebatado todo lo que él quería. Hace diez años que se lo quitaron todo.

El detective Brown aprovechó y buscó alguna pista que le pudiese llevar a McArthy, algo, lo que sea… En uno de los cajones había una tarjeta con una dirección. Calle Northway ride, 48. No había nada claro. ¿Qué podía significar? Ya sabían desde hace tiempo donde encontrarle. ¿Por qué anotar la dirección de Henry en una sucia tarjeta?

Salió de allí los más rápido posible; su rostro volvía a aparecer una y otra vez, su voz sonaba en el interior de su cabeza, algo le decía que nada iba bien. Se puso el abrigo, se colocó el sombrero lleno de polvo y salió corriendo de allí.

Estúpido.

Un chirrido como el sonido de un chispazo en los cables de un tren retumbo en sus oídos. Había salido a la calle y el cambio de luz le daba pinchazos en las pupilas, estaba cegado y escucho de nuevo un leve chirrido que iba en aumento. Miró a la derecha y vio a tipo apuntándole con una pistola de energía. El primer disparo había dado en la pared, a pocos centímetros de su oreja. Un fogonazo salió del cañón y Henry salto segundos antes, rodando por el suelo hasta cubrirse tras varios cubos de basura.

Al rodar sus costillas crujieron y un dolor agudo le recorrió toda la espalda. Demasiados días sentado; estaba aturdido; no podía levantarse. El chirrido volvió a sonar levemente, cada vez más fuerte y más cerca; Henry intentaba sacar el revolver de su funda pero el dolor podía con él, al mover los brazos el dolor se agudizaba y le inmovilizaba todo el cuerpo; el chirrido sonaba más cerca, más fuerte; sudando, espatarrado en el suelo, gritó de dolor cogió el revolver a la vez que la cabeza de aquel capullo se asomaba por encima de él, junto al chirrido de la pistola que emanaba un color morado y le hacía resonar los oídos con un ensordecedor zumbido.

Henry intentó levantar el brazo, pero el revolver pesaba demasiado, junto al dolor que se le expandía por el interior del brazo, el chirrido le hacía vibrar los oídos. Aquel tipo apareció tras los cubos de basura, con el rostro morado iluminado por la pistola de energía y una sonrisa de oreja a oreja. Sus facciones con aquel color, aquella luz iluminando su rostro desde abajo le daban un aspecto maquiavélico. Apretó el gatillo.

Disparó y un chasquido sonó en el interior de la pistola junto a un humo morado que salía del cañón. El capullo había mantenido durante demasiado rato el conector de salida para que el disparo fuese letal, lo que había hecho que el arma se calentara y se quedara atascada.

ꟷMierda de modelo nuevos…

La cabeza del matón explotó llenando la calle de una llovizna roja y el suelo se llenó de restos de carne y vísceras. Henry había aprovechado sus últimas fuerzas y había apuntado a aquel tipo.

Se levantó como pudo, ayudándose de los cubos de basura y a punto estuvo de resbalar cuando pisó unos de los ojos que habían salido disparados. Cogió una pequeña barra de hierro rota y se ayudó, utilizándola de bastón. Las botas se le pegaban al suelo por el amasijo rojo. Por suerte su coche estaba al final de la calle. Mientras caminaba, encorvado por el dolor, ayudándose del oxidado bastón la llovizna roja empapaba su sombrero y su abrigo, dándole un color escarlata a su atuendo.

Aproximándose al coche, las gotas empezaron a caer más fuertes, el ala de su sombrero empezaba a doblarse y los hombros de su abrigo dejaban caer la sangre. Había empezado a llover en Black Shanties, como de costumbre sus quehaceres morían en sus labios, como un susurro, como una ráfaga de viento que no mueve las hojas de otoño.

Calle Northway ride, 48.

Sinopsis

Dos de la mañana. Seis de julio del año dos mil veinticuatro. El repiqueteo de las teclas al escribir retumba a lo largo de la habitación; oscura, iluminada por un flexo de débil luz y un neón del edificio de al lado que impregna la sala de un color verde. En el escritorio, lleno de papeles y ceniza de cigarro, había un hombre, joven, pero de aspecto agrietado, apoyado en la mesa, durmiendo con las gafas dobladas y el cigarro aun en la mano, soltando sus últimas bocanadas de humo.

El detective Henry Brown saldrá en busca de pistas que le acerquen a cerrar un nuevo caso; lo que no sabe es que desde aquella fatídica noche todo irá cuesta arriba. El viaje desde que salga de su piso será un no parar lleno de explosiones, persecuciones, peleas, risas, música, sangre, vísceras y sexo; se reencontrara con fantasmas del pasado que le llevarán a las mismísimas entrañas de su corazón y a la salvación de Black Shanties… O no.

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