Categoría: Comunidad educativa. Padre//
En plena selva de Borneo
un juicio tiene lugar;
reunido está en torno al fuego
el Tribunal Superior de Justicia Animal.
Al causante del coronavirus
están a punto de juzgar;
el hipopótamo Augusto
es el magistrado principal,
la leona Lupe y el cocodrilo Anselmo,
la defensa y el fiscal.
“¡Silencio en la selva!”, clama
el juez Augusto por fin,
“que suba al banquillo el reo
responsable del Covid”.
Presto sacan de la jaula
a un murciélago chiquitín,
el juez le pregunta el nombre,
y él, temeroso, responde:
“todos me llaman Covidín”.
Para iniciar el proceso
toma la palabra el fiscal:
“Se te juzga de un delito
que es de lesa humanidad”.
Y detalla el pliego de cargos
que nunca parece acabar.
“¿Ante esta acusación el reo
tiene algo que declarar?”
“Inocente soy, señoría
y mil veces lo he de jurar,
los hechos, tal y como sucedieron
se los he de relatar”.
“Descansaba plácido en mi cueva
dormidito bocabajo
cuando me raptaron dos humanos
con olor a aceite y ajo.
A un mercadillo me llevaron
para venderme como aperitivo
y en un momento de descuido
me fui por donde había venido.
Y ese es mi delito, señoría,
hasta ahí respondo de mis actos
y todo lo que sucedió después
me ha dejado estupefacto”.
El turno es de la defensa,
la leona sube al estrado.
“Señoras y señores del tribunal
aquí comienza mi alegato,
están juzgando a un inocente
y no les doy liebre por gato.
¿Qué ha hecho este murciélago mal?
¿Qué crimen ha cometido?
¿No es más bien culpa de aquellos
que de cena lo han escogido?”
“A quien habría que procesar
es a esos desalmados
que comen animales salvajes
no aptos como bocado.
Nunca vi tan mal gusto
desde Wuhan hasta España
sabiendo todos que lo más sano
es la dieta mediterránea.
Y con esta frase lapidaria
concluyo mi intervención:
por muy sabroso que esté el quiróptero
nada hay mejor que un jamón”.
A gritos pedía la selva
que liberaran a Covidín
a lo que accedió el juez Augusto
poniendo así a aquel juicio fin.
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