Betania, una joven de 14 años de edad llegó con sus padres y hermanos a un pequeño poblado a 100 kilómetros de la capital de su país. A los seis meses de su llegada, sus padres le celebraron sus 15 años, fue una fiesta muy concurrida donde asistieron muchos amigos y amigas del lugar donde anteriormente vivían y algún otro vecino de la zona donde se residenciaron. Durante las cuatro horas de celebración, Alberto, un vecino del lugar solicitó a Betania le concediera la oportunidad para bailar con ella, a lo cual ella aceptó complacida. Mientras bailaban, Alberto comenzó a cortejarla y solicitó su permiso para visitarla, ella accedió a la petición. Alberto, todas las tardes al salir de su trabajo iba a casa de Betania para continuar aquella novel relación que estaba naciendo.
Pasaron cinco años desde aquel primer encuentro. Un día de esos tantos, Alberto y Betania decidieron formar juntos un hogar. Después del matrimonio fijaron residencia en una ciudad lejana distante del hogar de los padres de Betania. Allí formaron su nido de amor, Betania se desempeñaba como maestra de primaria en una escuela de la localidad y Alberto como empleado en una empresa de energía eléctrica existente en el lugar. Cumplido dos años en su nuevo domicilio llegó su primera hija, luego el segundo y para culminar el tercero. Tres hijos que dieron felicidad y estabilidad a la unión conyugal por muchos años más. Hasta que llegó una nueva primavera y en los campos nacieron bellas flores que, impregnaron el ambiente con su atractivo aroma y abrieron sus pétalos para esperar al agente polinizador. Alberto sin tomar conciencia que estaba en el otoño de la vida, se sintió rejuvenecer y se embriagó con aquel aroma de primavera.
Betania sintió la ira que la quemaba por dentro y expresó su deseo de separación, pero Alberto se negó aceptar la ruptura de aquella relación y se mantuvo en el hogar. Betania reprimió su ira y la escondió en sus adentros. Hundida en el fango del odio y el resentimiento planificó su venganza. Apoyándose en su diabetes simuló olvidos frecuentes y falta de orientación en espacios abiertos. Alberto y sus hijos le suspendieron el uso del vehículo. Posteriormente, las pérdidas de objetos en el hogar se hicieron frecuentes, entre ellos cuchillos, algo que despertó cierta alarma por temor a que atentara contra su vida, o bien, hacia su marido. Varios de los cuchillos fueron encontrados bajo el colchón de la cama matrimonial. En vista de ello, se decidió guardar bajo llave todos los utensilios cortantes y punzantes que hubiese en casa. Cuando Betania preparaba la comida para la familia dejaba encendida las hornillas, olvidaba cerrar el refrigerador, los gabinetes de cocina y toda cuanta gaveta hubiese en casa. Ante tales hechos fue llevada a consulta médica especializada cuyo diagnóstico fue “Demencia senil moderada” y como tal fue medicada. Su familia le asignó una enfermera para su cuidado diurno.
En la noche cuando Alberto lograba conciliar el sueño, Betania deambulaba por la casa hablando consigo misma. Ante tal situación, sus hijos hicieron hogar aparte y Alberto asumió todas las labores domesticas porque Betania agredía a quien fuese contratada para realizar tales labores. Alberto no perdió la calma y se mantuvo de pie afrontando la situación, pero llegó el momento cuando los síntomas de agitación y trastornos de conducta de Betania se agravaron y dieron paso a las alucinaciones. Motivo por el cual fue llevada nuevamente al psiquiatra quien diagnosticó «Demencia severa» con orden de reclusión en un medio hospitalario para esa patología psiquiátrica.
Allí estuvo algún tiempo, pero cuando se vio rodeada por la ausencia y el olvido, sintió miedo y al regresar a casa se dio cuenta de que todo lo había perdido. Caminó sin rumbo por aquellas calles solitarias y en una de ellas.
—Pobrecita, allá va la loca Betania con sus gritos y alaridos, —una voz se escuchó. — La ira la castigó y la condenó al olvido.
OPINIONES Y COMENTARIOS