La sexta noche, debía ser la última. Por fin iba a salir de este inmundo barrio de mala muerte, justo como lo habían hecho Ismael, Roberto y Elisa, mis amigos de la infancia. La calle tercera de la barriada El Crisol, no era más, que un grupo de casas amontonadas a lo largo de una calle interna de dos vías; pero, para mi madre, y el resto de los orgullosos habitantes, aquel lugar era casi como el paraíso en la tierra. No importaba que algunos soñáramos con la posibilidad de una vida, muy lejos de aquel barrio. 

– Aquí, más que vecinos, somos familia. – Aseguró la vieja Teófila, en una ocasión. Ese día salí a comprar unos víveres, y Teófila, aprovechó la oportunidad para dar un discurso a alguien vía telefónica. Era obvio que no estaba hablando con nadie, ella solo quería hacerse escuchar. Teófila y Fermina, habían escuchado la fuerte discusión que tuve con mi madre la noche anterior. Yo pertenezco a la misma generación que sus hijos, y ellos habían logrado irse… ¿Por qué es justo que ellos sí lograran marcharse, y yo no?  

En el Crisol, no existen los secretos. Las paredes eran demasiado delgadas, y al final los vecinos terminaban enterándose de todo. Un ejemplo de eso, era la disputa territorial entre Teófila y Fermina. Dos señoras que se habían autodenominado las matriarcas de la comunidad. Teófila, madre de Ismael, quien había dejado el barrio hace más de siete años, y Fermina, madre de Roberto, quien llevaba diez años fuera del barrio. La disputa territorial, había escalado niveles impensados, cuando ambas mujeres terminaron por construir un muro cada una, en los límites de sus respectivos territorios. Una autentica trampa de muerte. Cada muro alcanzaba los 10 metros de altura, y el espacio entre uno y el otro, apenas y bastaba para permitir el paso de una sola persona. También se hablaba mucho, de la supuesta fortuna que guardaba Teófila en un cuarto de su casa. La mujer ya alcanzaba los 65 años de edad, vivía sola, y no confiaba en los bancos.   

Así es, en el Crisol, todos se odiaban, pero cuando llegaban las fiestas de fin de año, las discusiones, los engaños y las disputas territoriales desaparecían. La gente actuaba como si nada de lo que pasó en el año, hubiera sucedido, y luego, cuando llegábamos al 3 de enero, la gente volvía a ser miserable, egoísta y mentirosa. La misma historia absurda se repetía cada año, hasta el 2020, cuando decidí largarme del Crisol; pero, no me iba a ir así nada más. Ese maldito barrio, devoró los mejores años de mi vida, así que, yo me llevaría algo de él. La supuesta fortuna de la señora Teófila. 

El seis de enero del año 2020, estaba listo para marcharme. Mi casa estaba, a dos casas del absurdo muro de la señora Teófila. No fue complicado subir al techo. Como dije antes, en el Crisol no hay secretos, por lo que, ya sabía que la señora Teófila, contaba con un patio trasero bastante amplio. Todo estaba rodeado por aquel molesto muro, sin embargo, el único lado realmente peligroso, era el que conectaba con la casa y el muro (también absurdo de la señora Fermina). El espacio entre ambos muros, ya se había cobrado la vida de varios gatos, ardillas y otros desafortunados animales, que habían tenido la mala suerte de caer. Además, gracias a unos obreros, que no tenían idea de lo que hacían, los bordes externos entre ambos muros, habían sido sellados, dejando un espacio, que con el pasar de las décadas, se había inundado durante las épocas lluviosas. 

– No moriré en este maldito barrio. – Recordé las palabras de Elisa, mientras avanzaba silenciosamente por encima de la que antes, había sido su casa. 

– Este lugar es como un bucle infernal. La gente se odia, y luego a finales de diciembre, es como si nada hubiera sucedido. Saldré de aquí, antes de que esa locura me afecte a mí también. – Fue lo último que le escuché decir a Roberto. No pude evitar recordarlo, cuando pasaba por encima del techo de su madre Fermina. 

Llegue al espacio entre ambos muros. Solo tenía que saltarlo, bajar al patio de la vieja Teófila, entrar en su casa y tomar todo el dinero, que seguramente estaba amontonado en la vieja habitación de Ismael. No pude saltar. El agua empozada en aquel espacio entre ambos muros, me llenó de un miedo inexplicable. Sin duda, habría podido saltarlo, pero no lo hice. Un olor desagradable me obligo a retroceder. Sabía que había animales muertos en ese lugar… y creo, que fue eso, lo que me obligo a regresar a mi casa, a mi cuarto, a la seguridad de mi cama, sin la fortuna de la señora Teófila, y sin la posibilidad de abandonar aquel barrio. 

Justo una semana después, ambos muros colapsaron. Es posible que fuera por causa del agua de lluvia que llevaba años empozada, también podía deberse a la pésima construcción de ambas estructuras. Curiosamente, nadie resulto herido; tanto Teófila, como Fermina estaban en la misa regular de los domingos, por lo que, ninguna pudo ver a los restos de sus hijos, que salieron despedidos cuando ambos muros cayeron. Según el informe del forense, llevaban ahí más de 10 años. El cadáver de Elisa, apareció unos días después; este, se había hundido muy por debajo de la base de ambos muros. 

Cuando los forenses, los fiscales, los abogados y los reporteros, llegaron a preguntarme, cómo era posible que mis amigos de la infancia, habían acabado en medio de aquellos muros, sin que nadie notará nada, les dije la verdad. – Ellos querían largarse de este barrio. Lo odiaban. Todos tuvieron el mismo plan y fallaron. – Luego de aquellas palabras, me tomaron por loco. No volvieron a reconstruir los muros, el olor desagradable nunca se fue, y los habitantes del Crisol, continuaron con sus vidas, como si no hubiera pasado nada. Ahora comprendo las palabras de Roberto.

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