ASESINO EN CUARENTENA

ASESINO EN CUARENTENA

Javier Alonso

07/01/2021

A veces pensamos que volvernos monstruos, es algo tan improbable, como la idea de llegar a fin de mes con dinero en el bolsillo sin embargo; solo basta con prestar atención a lo que nos rodea, para ceder ante la cruda realidad de que en todo momento, estamos llamados a ser monstruos de una forma u otra y la vida así nos lo demuestra a cada paso que damos; con cada equivocación que cometemos.

A pesar de ello, algunos suelen mal acostumbrarse a esos errores e inventan una serie de justificaciones que, en el mejor de los casos, brindaran una tambaleante tranquilidad y la precaria sensación de que la cosa está mal; pero que no es para tanto.

Elaboran en su mente, una especie de tabla comparativa con una columna para los aciertos y otra para los desatinos: “Hoy ignoré a un niño que me pidió limosna en el colectivo pero cedí el asiento a una mujer embarazada”. Hasta ahí: empate; no salió todo bien pero en definitiva, tampoco alcanza para ser odiados por Dios y ante la conveniente existencia del Purgatorio; se podría pensar que la eternidad, no será diferente a viajar en el tren a la hora pico.

Alonso no era precisamente una de esas personas que suelen lamentarse de la vida que le tocó en suerte y mucho menos, alguien que se detuviera a reflexionar demasiado acerca de sus actos; por más incomprensibles o cruentos que parecieran.

Era serio pero amable, correcto en sus modos y con una dudosa sonrisa entre que le costaba y no quería. Aunque miraba con cariño los cincuenta, vestía elegante pero informal. Era muy riguroso en sus métodos y procedimientos. Le gustaba el orden y cuando algo se le mostraba fuera de lo acostumbrado o de lo planeado; se volvía una persona implacable, oscura; vacía.

Desde el estallido de la pandemia; como tantos otros, había quedado forzosamente confinado en su domicilio; un departamento alejado en un barrio de la capital. Cualquiera pensaría que este dato no es relevante pero para él; no se trataba de una cuestión menor. Nunca había tenido tanto tiempo libre ni había permanecido demasiados días en un solo lugar además; en el edificio de al lado, vivía Norma: la amante del jefe.

Alonso ya no contaba ni los días ni las horas de encierro. Ansiaba salir más que nadie; o al menos, más que muchos pero lo cierto es que esa era una decisión difícil que implicaba un alto costo. Tampoco miraba demasiado los noticieros: prefería escuchar música.

En el trabajo, insistieron que no se preocupara; que se mantendrían en contacto, que tomarse un tiempo no era la muerte de nadie; o al menos no la suya y que a él no le afectaría demasiado. Que lo de Norma estaba pendiente y si se arreglaba, el acuerdo estaba hecho y que con el dinero que tenía ahorrado; iba a poder transitar sin sobresaltos el aislamiento. Igualmente, era difícil conformarlo.

Al principio, se sintió raro. Caminaba sin sentido entre las paredes del departamento, abría demasiadas veces la heladera para no comer nada, se le había ido el sueño por dormir en exceso y comenzó a sentir una leve fatiga y una presión en el pecho; situación que por un momento, lo hizo considerar la posibilidad de abandonar el cigarrillo.

Con el correr de los días, se fue encontrando más a gusto y llegó a creer que podría volverse una persona diferente pero a pesar de ello; Alonso no sabía olvidar: no podía.

Tanto tiempo para pensar, para decidir; para cambiar de opinión. Tan poco espacio para las excusas y las justificaciones.

Siempre hay algo que empuja, presiona y nos pone a prueba. Alonso no debe olvidar que antes era otro hombre pero sabe que jamás volverá a serlo.

En circunstancias normales, hubiera tomado un taxi y lo hubiera hecho: sin mas ni mas. Ahora eso no era necesario porque ya estaba en el lugar correcto; se encontraba en el centro de un laberinto cuya salida, sólo era otra ilusión lejana o acaso inexistente.

Alonso había tomado la precaución de acondicionar el departamento para que todo luciera más épico y contrastante. Se consideraba un profesional y quería de manera obsesiva que eso quedara reflejado en cada uno de sus trabajos.

Cuando recibió la confirmación, supo al instante que el sitio más conveniente, sería el baño. Desde el pequeño ventiluz que rozaba el techo, tenía una excelente vista del patio interno.

A Norma la trataba desde hacía mucho tiempo. Eso lo perturbó brevemente pero después recordó que había conocido a muchas como ella y del mismo modo, las había olvidado. Sin embargo, hasta en el silencio de una mente perturbada, hay espacio para el amor y aunque lo de Norma no lo sabía nadie; ni siquiera ella, era para él la utópica fantasía de poder arribar algún día a un puerto seguro.

El departamento de ella también se podía ver desde el baño aunque por algún defecto de diseño arquitectónico, era su living lo que daba al patio interno.

Seguro que ese fue el detalle más importante por el cual pensaron en él para el trabajo y por el cual el jefe, le había obsequiado ese departamento a su amante.

Ella no sabía que Alonso era su vecino y era mejor así.

El jefe la quería muerta; sospechaba una infidelidad.

Alonso la amaba pero el dinero era bueno y después de todo, él era un asesino.

Se plantó firme y espero a que el jefe entrara con el ramo de flores como todos los miércoles.

Después, solo fue cuestión de escribir el mismo final de siempre: alguien muere, alguien vive.

Norma salió presurosa de la escena antes que llegara la policía. Alonso la siguió con la mirada mientras limpiaba el arma; apoyado en el marco del ventanal que daba a la avenida, hasta que ella se perdió descendiendo las escaleras del subterráneo.

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