Allí tirado en el sofá, sumergido en sueño profundo por casi 13 horas, donde mi cuerpo sufría en silencio por el efecto de la resaca que me dejo el día anterior, pero sentía mi alma en calma como si estuviera preparándome para algo que vendría pronto; llega el mes de febrero vemos las noticias internacionales un virus de gripa extraño y mortal con epicentro en Wuhan china avanza por china y Europa, causando la muerte de muchas personas en su mayoría adultos mayores; cada día crece el número de muertes e infectados; por todos los medios de comunicación se escucha la palabra pandemia. Trabajo en una residencia geriátrica, se acerca una pandemia que está diezmando a los ancianos; pensamos debemos estar preparados pues pronto el virus llegara al país y luego a la ciudad; usar tapabocas y lavarse las manos con jabón es la solución; en la ciudad se decreta toque de queda, solo trabajadores de la salud pueden salir, los únicos con permiso de morir en la calle, las demás personas trabajaran desde de sus casas en la virtualidad, se extienden rumores de contagios por todo el país, pero nadie conoce a nadie que este contagiado en un afán amarillista de ver el primer contagio y el temor de que mueran más de cien, los noticieros y en redes sociales pululan los pronósticos de terror y muerte, y lo que realmente veía eran empresas y negocios cerrados, desempleo y geste que vive del diario, como decimos acá en Colombia a la persona que si no trabaja un día, ese día no tiene para comer; valientes que escogerán entre morir de hambre o de COVID-19; arriesgar la vida en la calle. Desde la ventana de mi casa lugar al que acudo cuando me harto de tantas redes sociales y del brillo de mi ordenador, soy testigo de lo cotidiano y de lo real; allí sobre la rejas de la ventana del segundo piso veo a don camilo, es un señor de avanzada edad que pasa vendiendo varitas de incienso en compañía de su perro descuidado y sucio pero fiel compañero; haciendo gala de sus elementos de bioseguridad un frasquito de alcohol en spray y un tapabocas en deplorable estado de limpieza, quizá por el contacto con la calle para comercializar sus varitas; lo observé con nostalgia pues según como se describía en las noticias, don camilo ya tenía los días contados pues con su alta exposición a factores de riesgo es casi seguro que pronto moriría tirado en la calle o intubado en algún hospital por covid-19, me apresure a comprarle un par de varitas con ánimo de ayudarle y de una vez sería como una despedida; pensé sobre la cantidad de personas que iba a dejar de ver en pocos días; desde mi ventana podía ver a un grupo de adictos consumiendo lo de siempre; algunos con tapabocas de igual marca que sus zapatillas; reunidos en grupo de 4 o 5, compartiendo droga unos a otros, haciéndole la tarea difícil a la mascarilla de alta gama, que idiotas pensé; también sentí lastima por ellos, pues era seguro que morirían dentro de poco en alguna sala de urgencias por la imprudencia de sus actos; también observaba a un habitante de la calle, cuyo nombre real es desconocido, pero la gente del barrio lo conoce como “frijolito” vive del reciclaje, lleva una carreta en la que lleva papel, cartón y plástico lo vende por unas monedas, no usa zapatos y sus ropa es descuidada y sucia. Mi ventana era mi fuente de inspiración para mi lista mental de los que pronto morirían a causa de la pandemia. Mientras tanto en casa la rutina cambia al llegar del trabajo a casa, ya no me reciben mis hijos con un beso y abrazo como era común desde que están aquí en el planeta y en cambio recibo un baño de alcohol por parte de mi esposa, desde la suela de los zapatos hasta el pelo, me desvisto en la entrada de mi casa donde los vecinos me pueden ver el culo, atravieso el corredor semidesnudo y entro a la ducha, para ya quedar limpio, y luego si, saludar a mis hijos y esposa. Me movilizo en la calle en mi moto para todo lado, en una ocasión di una moneda a una persona que pedía en un semáforo, esta persona al recibir la moneda, sobo mi mano; mi cerebro envió una señal de alerta, avisándome que tal vez esa persona que pedía en el semáforo tenía una probabilidad del 99% de que tuviera el virus mortal en sus manos; las sospechas frente al contagio hacen que hasta las relaciones sexuales se hagan escasas, hasta ver pornografía es un reto; solo queda lo que hasta ahora todavía nos pertenece nuestra mente creativa. Me entero de personas conocidas que han sido contagiadas y algunos otros que han muerto, de buenas familias, educados y apegados a los protocolos de autocuidado frente al contagio; pero don Camilo, frijolito y los adictos de la esquina los veo fuertes, dinámicos y conservados en su estado de salud; de que se trata todo esto pienso; el que se cuida muere y el descuidado es ignorado por el dios de la muerte; es octubre soy diagnosticado Covid-19 positivo; por fortuna sin síntomas y pues la verdad soy partidario de los que piensan que uno se muere el día que le toca con o sin virus; y ninguno es responsable de toda esta mierda de contagio.

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