Antes de leerme… mirá el vídeo. La historia que voy a contarte vive ahí…
La situación que trajo la Pandemia del Covid19 derivando en un aislamiento obligado, produjo en muchas personas mayores, un sentimiento de frustración y abandono al no poder reunirse y contactarse con sus seres más queridos. Mis padres (ambos pasaban los sesenta años), fueron parte de ese grupo etario encerrado en una jaula oscura que los mantuvo presos por más de ocho meses. Aún hoy, con la flexibilización, no han recuperado su libertad.
«Días tristes, nos cuesta estar muy solos
Buscamos mil maneras de vencer la estupidez
Meses grises, es tiempo de escondernos
Tal vez sea la forma de encontrarnos otra vez
Pero son las ocho y has salido a aplaudir a tu ventana
Me dan ganas de llorar
Al vernos desde lejos tan unidos, empujando al mismo sitio
Solo queda un poco más
Volveremos a juntarnos, volveremos a brindar
Un café queda pendiente en nuestro bar
Romperemos ese metro de distancia entre tú y yo
Ya no habrá una pantalla entre los dos
Ahora es tiempo de pensar y ser pacientes
Confiar más en la gente, ayudar a los demás
Mientras tanto otros cuidan los pacientes
Un puñado de valientes, que hoy tampoco dormirán
Y después de pasar la cuarentena
Habremos hecho un puente que unirá
Mi puerta al empezar la primavera
Y la tuya, que el verano me traerá…».
Durante éste año, muchas celebraciones y proyectos quedaron truncos. La reunión con sus compañeros por las Bodas de Oro de la Promoción 70 fue una de tantas. Pero mamá se reinventaba siempre. Ella tiene ese don de volverse más fuerte cuánto más difícil es la situación. Es una sobreviviente. Una resiliente sin remedio.
Entonces, formó un grupo de WhatsApp que llamó: «Promo 70 Dorada», sumando a 25 compañeros a quienes contactó usando las redes sociales. Intercambiando fotos y anécdotas tendió puentes de esperanza y le dio vida a su historia de cincuenta años.
El relato arranca en el pueblito serrano de Mina Clavero, provincia de Córdoba (Argentina). El lugar: la calle San Martín en el edificio del antiguo Colegio Secundario: «El Nacional José Gabriel Brochero» (llamado así en honor al cura párroco, hoy santo). La nombrada calle era la única asfaltada del pueblo y abarcaba unas pocas cuadras. Ahí convergían; la Comisaría; la Peluquería; el Mercadito; la Iglesia; el Municipio; la Placita; el Bar; la Hostería y desde ya el Colegio. Siempre los festejos se daban cita en él. Era un lugar querido por todos que convocaba, ya sea en la vereda o en su patio interior. El escenario se armaba adentro o en la misma acera. No eran muchos habitantes en el lugar. El censo demográfico de 1960 había arrojado un total de 1.550 personas.
Con gran amargura y desconsuelo, mamá y sus compañeros recibieron la noticia de la Pandemia y de la posterior Cuarentena eterna. De pronto, sus vidas, sus sueños, su calle, su Colegio y su ansiado festejo dorado, se oscureció y pareció que iba a desvanecerse. Todo fue desierto y silencio. Sólo los pájaros y la naturaleza celebraron felices por haber recuperado su espacio en el barrio.
Mientras se daba ésta situación, mamá pensó en la manera de celebrar igual el acontecimiento ¡No podía dejarlo pasar sin pena ni gloria! Creó un grupo en Facebook al que llamó igual que al de WhatsApps. Noches enteras la vi prendida a su celular o sentada frente a la computadora haciendo zoom con hombres y mujeres de su misma edad: hablando; riendo y haciendo planes como en 1970. Con la misma frescura. Con las mismas ganas. Con la misma juventud. Cuando los escuchaba pensaba que habían retrocedido en el tiempo. Que transportados en una máquina habían vuelto al inicio de las clases allá por 1965 cuando su historia comenzó. A través de la pantalla todo resurgió. Su emoción y entusiasmo traspasaban cualquier obstáculo. Al ver esas imágenes congelada en la blancura de la PC y en esas fotos escolares, sentí que los años no les habían pasado. Que estaban detenidos en esos adolescentes para siempre. Vivían en la penumbra de sus recuerdos distorsionados por la bruma del olvido que suele traer el reloj biológico. Volaban al pasado. Renacían las experiencias. Los desfiles por la calle San Martín a paso redoblado en cada fecha patria. Los picnic del día del estudiante. La sentada de protesta en la vereda del Colegio para no tener clases. El recibimientos de diplomas de egreso. El viaje de fin de curso a la ciudad de Mendoza merece un párrafo aparte: « Partieron muy de madrugada desde la puerta del Colegio despedidos por todos sus familiares. Fue un viaje muy entretenido, aunque los percances no faltaron. El transporte alquilado no era muy nuevo, pero fue lo que pudieron pagar con el dinero recaudado durante cinco años de estudio. Primera parada: La rotura del micro con 40 grados de calor a la sombra; la espera a que cambiasen la cubierta; las canciones durante la travesía; los baños en la pileta de la fuente mostrando los físicos perfectos; las caminatas por la vía del ferrocarril; la visita al Cristo Redentor; las fotos al pie de la cordillera muertos de frío. La hostería donde se alojaron». Siguieron las Bodas de Plata cuando se reencontró con algunos compañeros luego de 25 años porque la mitad ya no vivía allí. Las juntadas posteriores con sus amigas más queridas en el bar de entonces, ahora más moderno, pero siempre ubicado en el mismo lugar. Las largas cenas y charlas entre mujeres mayores recordando a las adolescentes que un día fueron.
¡Nada de eso dejó escapar mamá! Todo quedó guardado y fue compartido en el video que atesoran y reproducen mil veces cada día, hasta el momento en que puedan volver a encontrarse.
Si tres cesáreas, dónde la pasó muy mal de salud, no pudieron con mí madre ¡Menos lo hará un bicho de mierda!
¡Brindemos por la Promoción 1970!
¡Yo invito mamá!
** Los hechos son reales. El video fue realizado por alguien muy cercano a mí, quien me permitió usarlo inspirando ésta narrativa en la voz de una hija.
¡Gracias totales!
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