Hoy, después de mucho tiempo, las urgencias laborales pre navideñas en este nefasto año, me llevaron apurada a recorrer las callecitas de mi querido ex-barrio en Tigre, Boulevard San Román al fondo.
Varios pedidos no entregados, facturas mal hechas, visita a algún viejo vecino y la sorpresa de un comentario inesperado: “¿Te acordás de Roque, Manzanares 4916, se lo llevo el COVID, el único que pudo”.
El estupor, la lástima y después tu imagen en el recuerdo de aquella extraordinaria epopeya que con ternura atesoro.
Recuerdo a mi padre repetir con frecuencia: “no celebres antes de tiempo, no sirve, las cosas se pinchan”. Es como cuando te festejan el golpe antes de que frene la pelota, seguro “corbatea el hoyo” y no entra. Así como en el golf, la antigua vecindad del viejo Roque aquella vez, “quemó sus cohetes antes de las 12”.
Solito con su alma había quedado en el mundo. Su madre que con tanto amor lo había cuidado, una mañana fresca de setiembre hace unos veinte años, calladita como era, se fue apagando, dejándolo solo con un perro callejero y la casita baja en nuestro querido Rincón de Milberg.
El “viejo y sucio Roque” como lo llamaban en el barrio comenzó a evidenciar los primeros síntomas de su padecimiento, el tan poco frecuente síndrome de Diógenes -término relacionado con el filósofo griego Diógenes el Cínico, quien vivió como vagabundo en las calles de Atenas, convirtiendo la pobreza material extrema en una virtud-. Esta triste afección lo llevó a acumular progresivamente todos los objetos que recogía a su paso.
-No tires nada, guarda todo que un día te pueden servir-, repetía su madre una y otra vez y Roque fue erigiendo su vida en soledad, apilando “colinas” de trastos que iba encontrando. Debía llenar desesperadamente el angustiante vacío de su ausencia.
El perro, la basura y Roque eran las piezas disonantes del por entonces barrio de casas bajas, jardines prolijos y vecinos quisquillosos. Esos que no dudaron en llamar a la Guardia Urbana para que despejen la vereda de bultos, cajas, botellas, sillas y un sinfín de cosas viejas, rotas y sucias.
¿Cómo describir sin pena la cara desencajada y angustiante de Roque cuando los muchachos del Municipio estacionaron el camión y entre gritos y risas lo fueron despojando de sus preciados bienes?.
Aquella despiadada maniobra calmó al vecindario pero no al viejo quien redoblando la apuesta, volvió a llenar la vereda de hediondos cachivaches . Un cuento de nunca acabar.
Y si de cuento se trata, como aquellos en donde aparece un príncipe azul, una nave nodriza o un llanero solitario prestos a salvar al protagonista en el momento justo, a Roque le llegó su hada madrina. Dentro de un cajón, en doble fondo, tan escondido que ni las polillas descubrieron, doblado en cuatro y atado con sisal, encontró un sobre de papel madera con un “ladrillo” de dólares humedecidos. Muchos, los suficientes, tantos como para alegrar al más desesperanzado y cambiarle la vida al propio Roque que demoró algunos minutos en entender de qué se trataba.
Corrió con el paquete hasta el chino de la esquina que al verlo entrar tan excitado alertó a los presentes. Fueron cinco los vecinos que con gesto solidario resolvieron custodiar el botín. Y hubieron otros (según dichos de tía Sara), que buscaron su minuto de fama, convocando a la TV en la exclusiva : “ ciruja encuentra fortuna en la basura”.
Pensamiento lateral mediocre y conformista de medio pelo el de esta gente: Si Roque encontró un tesoro, Roque se va del barrio.. a festejar!.
Llamaron a la tele el día en que el viejo haría su anuncio sobre el destino de la fortuna. Prepararon guirnaldas y pasacalles, sacaron parlantes y esperaron exultantes a la prensa. Una triste provocación tan deshumanizada como miserable.
Micrófono en mano, la coqueta señorita del canal de aire lo ubicó frente a la cámara, mientras la vecindad aguardaba el anuncio tan esperado. Mi pequeñez escondida entre papá y mamá iba registrando con atención cada detalle, cada gesto.
“Cuéntenos Roque, ¿cómo será su vida ahora con tanta plata? Imaginamos que un departamento en Palermo para usted y su perro le vendrá muy bien”, preguntó con sorna la cronista.
Recargando de brillo aquella inolvidable mirada, Roque disparó el certero misil sobre la multitud expectante.-“No señorita, esta es mi calle, mi barrio y estas mis cosas. Pero mi casa está llena y necesito agrandarme asi que voy a usar esta plata para comprar la casa de al lado que está en venta y asi las uno y tengo más espacio”…
Imposible no sonreír mientras recuerdo la secuencia que devino al anuncio. Primero el mutis generalizado interrumpido por un trueno lejano como si los dioses descargaran su furia contra la humanidad y luego las corridas. Porque no fueron los vecinos sino el cielo quien primero comenzó a “llorar”, interrumpiendo la nota, aguando el festejo y poblando el aire de un fétido olor a mugre mojada.
A los Roque de la vida…
Salud!!!
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