En un rincón, dos cuadras de largo de las calles de mi barrio,  pude ver que aun las últimas hojas del otoño rodeaban mis pasos. No tienen la gracia extraordinaria de los ocres, hoy las veo oscuras, arrugadas, sin vida. 

El kiosco de diarios, abierto desde muy temprano, atendido por don Nicola, saluda a todos los que pasan,  por supuesto mire, esperando  encontrarme con su sonrisa, pero no lo vi. Tuve una charla  con su hijo. Me dio mucha tristeza  saber que su padre estaba internado  a causa del Covid-19. El reparto a domicil tuvo que  pasárselo a  un  amigo y él hacerse cargo de todo. Angelino estaba muy preocupado por don Nicola, era un hombre  de edad avanzada, fuerte, pero  este «bicho» traidor  surge cuando  menos  lo esperamos. Así me contaba sobre todo lo acontecido  sobre la salud de su  padre.

Me refugie en el permanente gorjeo y  los diferentes trinos de los pájaros que  al pasar  por las calles anunciaban la llegada de la primavera, como si recién asomara su rostro, a pesar de estar en los primeros días de noviembre. Asi le vimos su verdadera cara.  Se manifiestaba brillante,  con rayos de sol que inundan las veredas de sabor sonrisas y una temperatura agradable.   

Los árboles enhiestos, traviesos, mantienen sus ramas, sus hojas inmóviles. No hay viento, entonces el todo quieto, manifiesta su verdadera esencia. Los autos pasan por la calle en cámara lenta, esta serenidad que está conmigo, necesito que permanezca.  Las bicicletas hacen sonar sus pentagramas escondidos en claras y bellas melodías.  En ellas se ven dos muchachos que al compás de sus silbidos transitan la acera hacia destino desconocido.      

Las casas de caras viejas  sonreían, poco a poco fueron abriendo sus párpados. Otras más nuevas, en esa cuadra, estaban en alerta desde más temprano, tenían sus ojos abiertos. La gente que las habitan salen, tal vez a trabajar, tal vez a otra tarea, pero todo es movimiento a esta hora. Son las seis treinta de la mañana.         

 A las siete, Pablo, el ferretero del barrio, abre su negocio. Es un hombre joven, que soñó de niño tener un comercio así. Se siente pleno, logró cumplir su sueño y comparte su alegría con los clientes a quienes atiende con esmerada dedicación, tratando  de solucionar todos los inconvenientes por los cuales se acercan  a su negocio. Da gusto verlo en el local con esa sonrisa  ancha y bonachona.        A pesar que este virus traicionero le arrebató a su viejita. Su madre de setenta y ocho  años,   no resistió la visita del Corona y cayó  bajo sus garras. Él  había  llorado  mucho en su hogar   con su compañera de vida y sus hijos, pero.en la ferretería nunca mostró  su angustia. 

Sigo escapando  de esta realidad. Solo quisiera saber el nombre de ese ave que larga su trino con ímpetu y me ocupa toda la mente. Se resguarda en el follaje de los árboles y no lo puedo ver. Todas las mañanas está presente. Me gustaría ver su pico, sus ojos. Los imagino muy abiertos cuando inicia su canto, es sorpresivo en sus variaciones. La poca gente que pasa por la calle  lo busca. Él no pasa desapercibido, por eso se esconde, por eso seduce con su canto de luces.     

Es lunes, son siete y treinta de la mañana, todo está en calma, me voy alejando poco a poco, pero siento que este rincón me abraza. Soy feliz con estas pequeñas cosas. 

AZUNA

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