EL RESCATE DE ROCKO

EL RESCATE DE ROCKO

Roberto

16/12/2020


La tienda de abarrotes del barrio estaba en una esquina de la calle principal, y de improviso llegó un perro con sarna, le tomó unos segundos escoger un lugar a la puerta del negocio, dio varias vueltas en círculo y se recostó en el paso al establecimiento; era un cachorro inofensivo, un costal de huesos al que podías contarle sus costillas con solo verlo, su aspecto era lamentable, pues varias partes de su cuerpo no tenían pelo y se le veía la carne viva de tanto rascarse por la sarna; con mirada triste y apagada, levantaba la vista cuando pasaba alguien a su lado, todos lo esquivaban sin disimular su desprecio, y la repugnancia que les causaba, algunos lo veían con lástima. La gente que frecuentaba aquel negocio, por fin portaba cubre bocas, hacía meses que el mundo entero estaba de cabeza, y aquí tuvieron que pasar muchas muertes para que entendieran la gravedad del problema, resguardarse en casa lo hacían unos cuantos, algunos eran conscientes, otros tenían miedo o, ¿acaso tenían los recursos económicos para soportar el encierro?

La gente seguía en la calle y varios días se repitió la misma escena con aquel perro, no faltó quién obligo al pobre infeliz a salir en huida con la cola entre las patas, temeroso de ser golpeado. Al día siguiente ahí estaba de nuevo, afligido y con facha de desahuciado, solo movía la cola con la esperanza de recibir algún trozo de pan o alguna fritura.

¿De dónde llegó?, ni idea, pero ahí estaba en espera de limosna.

Un alma piadosa se acercó a él y le hablo con dulzura, no entendía las palabras, pero debían ser buenas por el tono que usaba, confiado acepto el collar y se dejó llevar a la casa de aquella mujer, para su sorpresa lo esperaba un plato de croquetas, que ni tardo ni perezoso devoró hambriento.

–¿De dónde sacaste eso? –Dijo el esposo, que salió al escuchar el alboroto del perro.

–Tranquilo, no pasa nada, no nos lo vamos a quedar, lo curamos y buscamos quien lo adopte, pero lleva varios días echado afuera de la tienda de Misael y nadie lo auxilia, seguro se muere, es un cachorro. Aquí en la cochera hay espacio para que se quede sin juntarlo con los otros perros. –Dijo la mujer muy convincente.

Agazapado en aquella cochera, veía entrar y salir a los miembros de la familia sin acercarse a ellos; los vecinos al verlo rescatado y sin necesidad de pedirles nada, prestaron una casita para perro, pero ese espacio debe haberle parecido asfixiante, aun con la sarna a cuestas era libre y dueño de la calle, aunque de noche, buscara algún rincón sin más cobijas que el cielo estrellado. Un par de días se resistió al uso de aquella casa, pero el frio se encargó de hacerlo entrar en razón.

El veterinario empezó el tratamiento para curarlo de la sarna, le aplicó sus vacunas y pastillas para desparasitarlo, mejoraba poco a poco, día a día; dejó de rascarse y el pelo empezó a brotar, las costillas se ocultaron y su mirada dejó la tristeza; cuando su salvadora llegaba con la correa en la mano, loco daba saltos de alegría, era el momento para su visita médica, apenas salía del portón, jalaba con fuerza en dirección al consultorio, aquellos humanos con bata azul le agradaban, brincaba eufórico sobre ellos y a cambio le acariciaban sin reparar en su apariencia, le hablaban con ternura, lo bañaban, y lo premiaban con una galleta de sabor muy especial.

Apenas quedó curado, se volvió juguetón, destructivo y meloso; cuando alguien entraba a la casa, metía su hocico entre la puerta para impedir que la cerraran, y manipulador mostraba su mirada más conmovedora; para protegerlo del frio, le compraron cobertores que convirtió en garras en un dos por tres; para entones ya se era de la casa, recibía a todos con sus brincos toscos y torpes, brincaba con las cuatro patas al mismo tiempo y como costal al suelo iba a dar; de pequeño nadie le extendió los brazos para pararse en dos patas, pero bien que entendía las llamadas de atención; al hablarle con firmeza, sumiso agachaba la cabeza, y si veía una mano levantada se encogía hasta hacerse chiquito en espera de algún golpe.

En pocos días se volvió famoso en esa calle gracias a su apariencia amigable.

–¡ROCKO! –Le gritaban, cuando pasaban frente a la reja, y de inmediato acudía para ser acariciado a través de los barrotes.

Sin saberlo sacudió los sentimientos de los habitantes de aquella calle, y por segundos logro distraerlos de la situación tan dramática en que vivían.

Si algún callejero pasaba, lo llamaba con ladrido amistoso y se acercaba a la reja para un intercambio de caricias con sus lenguas; también encontró un amor perruno, se desvivía por la perrita husky que vive a un lado, le dirigía gemidos impresionantes, pero ni caso le hacía.

En afán de encontrarle casa publicaron un video en las redes sociales, se ofrecía entregarlo sano, se presumía su carisma, se destacaba su avance educativo, sentarse y dar la pata ya era todo un logro y una particularidad en un macho, no marca territorio, solo orina en la coladera de la cochera.

Por fortuna aquel video no llegó a ser viral, en estos tiempos nadie quiere saber de virus.

Eso sí, en respuesta llegaron infinidad de: “me gusta”, caritas sonrientes y reconocimientos a la buena acción, pero nadie interesado en adoptarlo, pesa su origen callejero, su tamaño, o haber estado enfermo, o el video mismo, pues se le ve trepado en el auto que usaba como observatorio para ver a la gente pasar.

¡Habrase visto! Quien va a querer adoptar un perro que puede destrozar su cacharro.

Los meses han pasado, y Rocko continúa viviendo en esa casa, no le falta techo, comida y sobre todo cariño, él en pago comparte su alegría y aligera del encierro de la pandemia a la familia.

Un poco de cariño y alimento es lo único que pide, y aunque no los recibiera, la lealtad y gratitud a su salvadora existirá por siempre.

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