Madrugada del domingo 23 de abril, reinaba el acecho y el murmullo de la multitud, Martín no entendía nada, sus amigos lo abrazaban, él estaba ahogado, casi al borde del llanto, llanto que quería soltar pero no entendía porque.

Las personas desde la calle le gritaban que fuera fuerte, calle desde la cual todos lo miraban con gran expectación.

Se le acercó una muchacha, con una clara muestra de angustia y dolor..

Lo tomó de la mano, dejó pasar unos momentos y prosiguió…

– Tus abuelos Marto..

Él quedó callado, un profundo dolor asomaba por sus ojos en forma de lágrimas, ojos que algún día supieron ser grandes y azules.

La muchacha continuó..

– Escuchamos a Pipo aullar con mucha intensidad, Rita se asomó a la ventana y vio justo el momento..

Él joven de ojos azules no paraba de llorar, sabía que algo malo había pasado pero no quería escuchar, desde la calle le gritaban

-¡están en un mejor lugar!

Él pensaba en que lugar estarían, tenía la leve sensación de que podrían estar en un hospital o de que se habían ido al campo con su hermana Sonia. La dejó continuar.

– Rita vio justo el momento en el cual tu abuelo quedó con las piernas colgando del aljibe, descendiendo poco a poco, no pudimos hacer nada.

Martín gritó.

– Pensó que solo había sido tu abuelo pero bastó acercarse para darse cuenta de que también estaba doña Nona, tu abuela Martín.

La muchacha no paraba de llorar, él, se desplomó.

Al transcurso de 20 minutos abrió sus ojos, sus enormes y ahora espantados y brillosos ojos, se despertó en la calle, en aquella calle que durante tantos años había sido feliz, la calle de su infancia, la calle del reencuentro, ahora, ¿cómo miraría de nuevo aquella calle?

Llegaron los paramédicos, siempre tarde.

– Dejemos la ambulancia acá y llevemos las camillas para trasladar los cuerpos..

Martín los escuchó, se volvió a desplomar, esta vez sin respuesta alguna, quedó tendido en aquella calle de tierra, llena de gente, llena de penurias.

Despertó en un hospital, más tranquilo, no porque quisiera sino obligado por esos fármacos e inyecciones que lo ponían a dormir una y otra vez.

Trató de recordar, en vano.

Pasadas las tres de la tarde le dijeron que podía irse, que vaya a su casa a descansar y que tomará aquellos medicamentos para dormir, al parecer «ZOLPIDEM».

Se fue a la casa de sus abuelos.

Las calles desiertas.

Las lágrimas comenzaron de nuevo, caían como cae la lluvia en una tarde de invierno, se acercó al aljibe, aquel aljibe que tanto le había quitado.

En un intento por estar de pie acordemente para evitar desplomarse de nuevo, Martín vislumbró algo que parecía ser el pañuelo de su abuela, aquel que le había regalado para su cumpleaños hace dos años.

– ¿Por qué lo hiciste, abuela? ¿Por qué ustedes?

Se desplomó, pero esta vez, lo hizo para despedirse de ellos, de sus abuelos.

Rita no está en la ventana y Pipo aúlla otra vez.

Martín ya no respira.

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