¡Libertad! ¡Libertad! ¡Fuera, asesinos! La algarabía cundía en la calle que lleva el nombre de un famoso dictador quién expropió los canales de televisión para dárselo a una cuadrilla de campesinos. Una tarde grisácea, cielo nublado, las bocinas del tráfico al unisono zumbando por todos lados. *Corre, corre- me dije en medio del gentilicio. Se me cayó la mascarilla, el fin es llegar al campanario con el Antídoto, me dolían los brazos, los pies, la cabeza de tanta inyección la noche anterior. Divisé los chicuelos se siempre en la calle Velazco. -Señor, podría darme unas monedas. Por favor, compreme un caramelo 

-A él, anda -pensé- ¡Pónsela! 

Metí la mano en el bolso militar, rebusqué y saqué la inyección: – está bien, ten tus monedas -le dije. 

acercó el brazo, su rostro macilento era la imagen del hambre callejera, me le acerqué, tenía un tatuaje de rayas: ¡Ups! -gimió- uy, ¿Qué ha hecho, señor? 

Enfurecí, me adentré en medio de la turbamulta. ¡Ups! ¡Ay, cojudo! -Vociferaban. 

inyecté a varios con el Antídoto, ésto rápido se esparce, infecta o cura, da igual. 

La atmósfera empezó a ponerse verdosa, el tumulto volteó, aquí, allá. ¿Quién fue? -preguntaron. 

-El de la mochila camuflada-Dijo un jovencito. 

-¡No, fue Velazco!- Afirmó una vieja desdentada. 

-Velazco ya murió-Respo dió alguien. 

Corrí como nunca hacia la meta, me esperaban los Santos. Pero pasó un helicóptero sobrevolando, emitiendo el comunicado: » Persona no Grata» ¡Agárrenlo! ¡Se ha escapado con la cura! 

*Sales minerales, mercurio vaporizado, nitrógeno líquido, cloruro de magnesio* 

Corrí como nunca buscando el pináculo de la catedral, porque el día del juicio final sólo se pensarán los llantos. La libertad es la gran mentira, estuve en el Laboratorio, ví los cómputos. Entorné la mirada a mi espalda, la multitud venía con antorchas, palos y cuchillos. Me lanzaban maldiciones. La red mandó mensajes instantáneos: *El causante de todos los males lleva la mochila camuflada* 

Quemaron todo el color verde, parques, selvas, bosques artificiales, voces verdes. 

¡Mátenlo! ¡Agárrenlo! ¡Tiene un virus!-Gritaban tras de mí. 

Los campesinos se sumaron a la huelga, los comerciantes, autobuseros, verduleros. Bajaron los cerros enardecidos, y los maestros y doctores siguieron la lucha al instante que la red les comunicó sobre el peligro inminente. 

Pero ya el Antídoto estaba esparcido. 

-Mami, mami-preguntó un niño- Se ven extrañas las plantas, ¿Qué ha pasado hoy?  

*Lanza el Argón*, recordé mientras corría a la meta. Crucé por veredas cercanas a la calle Velazco, iba cansado: -¡Pucha!-Gritó un señor- ¡Agarren al cojudo! 

iba cansado y con dificultad respiratoria, estaba caliente, de ira. El helicóptero pasaba y me lanzó dardos paralizantes, ninguno me pegó. Las ventanas se abrieron, lanzando Potes y piltrafas de botellas fétidas. Coreaban arengas subversivas: ¡Cójanlo! ¡Cucaracha maligna! 

Abrí el bolso, saqué el Argón. Acomodé el aparato, apunté las coordenadas: bips, bips, bips, bips, bips… Voló al cielo al instante, la calle Velazco empezó encapsularse, la multitud continuó corriendo, aunque sea por momentos, luego unos comenzaron a caerse, otros a vomitar, algunos votaban espumarajos por la boca, y muchos les dió por quitarse la ropa. 

De repente ya nadie podía entrar o salir a la antigua calle Velazco, quedaron sin habla, se veía desde el otro lado cómo la multitud gesticulaba en vano, estaban grises como los prejuicios arcaicos de un conservador sin mujer, y sus vidas insulsas como enseñanza vieja de razones humildes. Entonces, ¿De qué enfermaron ellos? 

-El deseo desenfrenado del mañana-me dijo el sacerdote cuando le entregué la cura-, han hechado abajo los simientos. Ni historia les queda. 

Y me clavó un puñal de cruces con agua bendita, ¡Ups! Había un concilio de sacerdotes trajeados de negro cuyas túnicas holgadas tapaban sus rostros, enarbolando cánticos en latín. Me lanzaron piedras, navajazos y patadones. Se besaron unos con otros sin importar género de insolencias. 

Sonó el campanario y los feligreses acudieron a la nueva misa sin el verdor del bosque ni el vapor de los Rosales cuando pasa una linda mujer y hasta las hojas voltean a mirar. 


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