Control de Esfínteres.

Son las 6:45 de la mañana. El camión, para variar, va atestado de gente y avanza con demasiada lentitud. Siempre pasa lo mismo en la Ruta 4 en horas pico. Aunque estamos en pleno otoño siento un intenso calor. Calor humano, diría mi amigo Genovevo. Hace una hora, mientras desayunaba mis frijolitos con huevo y chorizo, oía mi horóscopo en la radio y, entre otras cosas, predecía que hoy tendría mucho roce social, pero nunca imaginé que se refería a esto: viajando apretadamente como sardina en lata. El chofer parece no traer prisa y cree que conduce un autobús inglés de dos pisos pues, a pesar de no caber ya ni un alfiler, se detiene en cada parada para subir gente y nos grita:

– ¡Recórranse para atrás por favor! -.

    La rechifla no se hace esperar.

    – ¡Ya vámonos! ¡Aquí ya no cabe nadie! -. Responden los pasajeros.

    – ¡Cómo no! Si desde aquí estoy viendo un hueco. Un par de pasitos ¡no sean gachos! ¡Hágase flaquita señora! -.

      Yo voy de pié, casi junto a la puerta de bajada. Frente a mí está una señora vestida de negro, aparentemente dormida, a su lado, una madre juega y platica con su bebé. Ocasionalmente le canta y lo mueve al ritmo del grupo “Pesado”, que es la música que el conductor trae a todo volumen en el estéreo del vehículo:

      ¡Ojalá que te mueras

      que todo tu mundo se vaya al olvidooo!

      Se que no debo odiarte

      pero es imposible tratar de olvidar

      lo que hiciste conmigooo…

      ¡Qué bueno que el niño todavía no entiende! Se le ve muy contento y divertido. ¡Si entendiera lo que dice la letra, más bien creo que iría llorando!

      A mi lado izquierdo va un viejito como de setenta años. Desafortunadamente para mí es bajito y no alcanza el tubo, por lo que en cada acelerón o frenada del camión se sujeta de mi cinturón y casi me tumba. Afortunadamente para mí, a mi derecha va una hermosa joven universitaria con olor a rosas.

      Sobre las ventanillas hay un letrero que dice: “Ayúdenos a conservar esta unidad”. Yo sé bien que se refiere a mantener en buen estado el vehículo, pero al mirar sobre mi hombro y ver todos aquéllos brazos estirados con el puño apretado sobre el tubo, quisiera mejor pensar que somos un grupo de valientes ciudadanos unidos para exigir mayor libertad y justicia.

      Un pasajero, en evidente estado de ebriedad, comienza a empujar buscando la salida mientras grita:

      – ¡Bajan chofer, bajan! -, y luego en un tono alegre y burlesco comienza a cantar: – ¡Acelérale chofer! ¡Acelérale chofer! ¡Que te viene persiguiendo la mamá de tu mujer! -.

        La universitaria se acurruca entre mis brazos tratando de evitar el contacto con el beodo y voltea hacia mí sonriendo y algo ruborizada. Yo, al principio un poco sorprendido, le devuelvo la sonrisa mientras pienso:

        -¡Caray! ¡Pero que pegue me cargo este año! -.

        De pronto, empiezan a moverse mis intestinos y rugen con fuerza. La chica, de un paso, regresa a su lugar y me vuelve a sonreír. ¡Espero que no haya sido por el escándalo de mis tripas! – ¡Gurlp, gurlp, gurlp! -. Suena otra vez mi sistema digestivo. ¡Espero que con lo fuerte que lleva la música el chofer nadie haya escuchado nada! Ahora son “Los Temerarios” quienes suenan por todo el transporte urbano:

        ¡Que te extraño cada día más!                                                                                                                   ¡No dejo de pensar en ti mi amor!
        ¡Que te extraño cada día más!
        ¡Y hoy quiero decir la verdad!

        Si no fuera por que los intestinos no cantan, podría afirmar que mis tripas van haciendo el coro:

        ¡Te quieeero!
        ¡Te quieeero!
        ¡Te quieeero (uh, uh)!

        No debí haber desayunado tan pesado: huevo, frijoles y chorizo, ¡toda una bomba! Ahora los gases se van encajando en cada rincón de mi interior. ¡El dolor es insoportable! El desayuno busca poco a poco la salida. ¡Siento que se me va a salir un pedo! Si estuviera solo y al aire libre, como sea, lo dejo salir sin problema, pero aquí, encerrado y rodeado de gente. ¡Tengo que controlarme! Respiro profundamente y me calmo. Ya solamente faltan dos paradas para llegar a mi destino. ¡Ojalá que el chofer ya no se detenga! ¡Tengo que salir del camión con urgencia! La presión de los gases dentro de mi aumenta. ¡No creo poder detenerlo! ¡Ni modo! ¡Espero que no suene!…Para mi fortuna el flato es silencioso, para mi infortunio es extremadamente apestoso. En el estéreo se escucha cantar a Jesse & Joy:

        ¡Me soltaste!                                                                                                                                          ¡Me soltaste!                                                                                                                                    Cuando más necesitaba aferrarme…

        A cierta distancia alguien grita:

        – ¡Guácala! ¡Pero que atascados! ¡Váyanse al baño! -.

          Todos se tapan la nariz. Yo estoy rojo de la pena y creo que me van a voltear a ver. En eso la mamá levanta a su bebé y comienza a olfatear su pañal. Ese gesto desvía la atención sobre mi persona y surge un nuevo, pequeño e inocente sospechoso. La mujer de negro abre los ojos y se me queda viendo inquisitivamente. Ella no cayó en la trampa. Sabe bien que fui yo, pero no dice nada. Tengo que ir con urgencia a un baño y trato de contenerme. Comienzo a sudar profusamente. La siguiente parada es la mía. Todavía no se detiene el autobús cuando ya me solté del tubo y me giré. En cuanto se abre la puerta empujo con todas mis fuerzas para salir de la unidad, no me importa a quien me lleve por delante.

          ¡Por fin libre! Ya fuera del camión trato de cruzar la Avenida Universidad. ¡El tráfico es terrible! Volteo a ver el puente peatonal. ¡No, no es una opción! Hay que rodear mucho y subir escaleras. Decido arriesgarme a cruzar. En la primera oportunidad corro a toda velocidad. Apenas llego al camellón cuando un vehículo me pita y casi me arranca las nalgas. El conductor me grita por la ventanilla:

          – ¡Estúpido imprudente! -.

            No tengo tiempo para discutir. Entro rápidamente a la Universidad y paso por el checador. No me detengo, “hay de prioridades a prioridades” diría mi amigo Genovevo. Los baños están a cincuenta metros y corro más fuertemente. ¡Oh no! ¡Siento que se me sale! Me tengo que detener y apretar los glúteos, pero no puedo dejar de avanzar. Voy con mi paso apretadito. Controlo nuevamente mi respiración para aguantar. ¡Por fin llego! pero…¡Oh no!¡Los baños están fuera de servicio! ¿Cómo es posible? ¿Es un chiste? Corro entonces para otros baños que están como a cien metros de distancia. Me siento como el personaje de Dustin Hoffman de aquélla película de los 70’s: “Maratón de la Muerte”, corriendo por mi vida. Por fin llego. ¡Estos si están abiertos! Entro rápidamente. La presión y el dolor en mis intestinos son enormes. Pero ¡ya estoy a salvo! Doy un par de pasos y, en cuanto abro la puerta del retrete, ¡Boooooom!…

            Transporte urbano en Aguascalientes (centuria.mx).

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