Entrar a casa de mis abuelos, y ver a esas dos personitas arrugadas de pelo blanco preparándose la comida.
Él frente al fuego, apoyado en su bastón porque ya a penas puede mantenerse de pie, moviendo el arroz incontroladamente debido al intenso parkinson de su mano.
Ella buscando y rebuscando las castañas desesperada porque no sabe donde las ha metido, puede que no aparezcan en meses o que las encuentren dentro del armario del baño o del bolsillo de algún abrigo, el lugar es un misterioso secreto guardado bajo llave por culta de su Alzheimer.
Él deja el arroz para ayudarla en la trepidante búsqueda; se desplaza lo más rápido que su cojera le permite hacia la despensa, donde, tras abrir varios cajones y mirar dentro de un par de bolsas, por fin aparecen.
¡Míralas, ahí están escondidas! Dice mi abuelo, mientras se las enseña, como si las castañas tuvieran vida y se hubieran colocado ahí por decisión propia.
Ambos se miran a los ojos y empiezan a reír.
Yo observo la escena desde el umbral de la puerta.
Salir de casa de mis abuelos, con las castañas en la mano y una buena dosis del más puro amor en el corazón.
En estos pequeños momentos se esconde el verdadero sentido del amor y de la vida.
FIN
OPINIONES Y COMENTARIOS