Desde el fondo del pozo se vislumbra
tenue la luz de una vela. Y nado
hacia ella. Ahuyenta las espesas tinieblas
que anquilosan mis piernas y rompen mi esternón.
La luz es fiebre, frenesí, fasto.
La bola en el estómago, el pavor de la entraña.
Pronto, en el vértigo siento la garra
sólida de la araña y mis testículos
recogiéndose al cuerpo.
Encima mío inmóvil absorbe
hasta la última gota de humedad.
La araña inversa succiona el veneno,
la tiniebla. Vacío de dolor,
de mí mismo, dirijo muy resecos
los ojos a la muerte.
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