Pablito no salió con los demás al finalizar la misa. Se quedó ahí, sentado, con la mirada fija en el hermoso nacimiento italiano que las religiosas “Carmelitas Descalzas” habían puesto al lado del altar. Con sus enormes figuras de pasta que representaban a San José, la Virgen María y el Niño Dios; acompañados de varios pastores con sus ovejas, y los tres Reyes Magos con sus regalos: incienso, oro y mirra, que ofrendaban a quien es a la vez Dios, Rey y Hombre.

Mientras observaba la rica y fina escenificación, complementada con papel roca, musgo, heno y cientos de lucecitas de colores que cintilaban alegremente alrededor del portal; se acordó de la primera navidad de la que fue conciente. De cómo, al despertar ese 25 de diciembre, encontró sobre su viejo y gastado botín, un sólido caballito de palo y un red llena de canicas multicolores; y en el zapato de su hermanita Amelia, una hermosa muñeca de trapo con los ojos azul turquesa y sus rizos dorados como el sol. Recordó también que en otra Navidad, su padre los llevó a pasear por la “Alameda” y les compró una riquísima manzana cubierta de caramelo y, después de observar la llegada del tren en la estación, se sentaron en el puesto de Don Lupe a cenar unos deliciosos tamales de mole con un jarro de champurrado. ¡Qué días tan felices fueron esos, en compañía de los suyos!, ¡Ahora se encontraba solo, muy, muy solo!

Admirando la exquisitez del trabajo de los santeros venecianos, Pablito detuvo su vista en el rostro de María, tan hermosa, con su mirada plena de ternura y de amor. La Virgen era la única imagen materna que poseía. Su mamá murió cuando él tenía apenas dos años de edad. ¡Nunca tuvo una foto de ella! Y lo poco que la llegó a conocer, fue a través de las pequeñas pláticas que su padre iniciaba antes de que los ojos se le llenaran de lágrimas y lleno de tristeza soltara el llanto, al evocar el recuerdo de su amada. ¡Cuánto necesitan los hijos de una madre, sobre todo cuando están chiquitos!, ¡Cómo requieren de sus cuidados, de sus besos y caricias, de la dulzura de su voz susurrando en sus oídos una suave canción de cuna!

Esta Nochebuena, como en otras, Pablito volvía a pedir Jesús niño que se encontraba en el pesebre, que le permitiera ir con su mamá. No exigía cosas materiales ni costosas, ni mucho menos algo de lo que anunciaban en la televisión. Tal vez su petición era egoísta, ¡pero era tan grande su deseo!

¡Después de todo él se lo merecía! Todo el año se había portado muy bien: comiendo los alimentos completos y a sus horas, tomando sus medicinas, yendo a misa, acostándose temprano, ¡Hasta se había dejado bañar!…Tampoco había peleado, a pesar de que Alfonso siempre discutía con él queriendo tener la razón en todo, por ser su mayor con dos años y con “más experiencia” en la vida.

Pensó que su petición era justa, y que en esta ocasión su deseo de Navidad le sería concedido. Se quitó su sandalia derecha y la puso sobre el nacimiento. Luego cerró sus ojos, y con una gran devoción comenzó a orar: “Padre nuestro que estás en los cielos…”. El eco de su voz en el recinto vacío fue como una respuesta a sus plegarias.

En esos momentos, la hermana Julia entró en el templo, y con una expresión de fingido asombro le dijo: -Pero Pablito, ¡otra vez quedándote solo en la capilla! ¡Ven, vamos con tus compañeros a la posada! ¡Y ponte esa sandalia que te me vas a enfermar!

Mientras caminaban hacia el salón en donde ya se servía la cena, Pablito preguntó a la religiosa: -Hermana ¿Usted cree que este año el Niño Dios me de lo que le pido? ¡Me he portado muy bien!-. A lo que la madre respondió riendo: – ¡Ay Pablito! ¡Otra vez con eso! Cada año es lo mismo. ¡No se puede pedir a Dios morirse! ¡Él nos llama cuando quiere! ¡Mejor olvídalo!-.

Esa noche, cuando Pablito apoyado firmemente en su bastón, llegó a su cuarto del asilo de ancianos “Salvador Quezada Limón”, se encontraba muy feliz. Algo le decía que el Niño Dios le complacería esta vez. Su corazón latía con una extraña y sublime emoción. Tomó su medicina de las nueve, se quitó sus lentes y sus dientes postizos, se santiguó, y con una dulce sonrisa en su arrugado rostro, se quedó profundamente dormido, para no despertar jamás…

Jorge Humberto Varela Ruiz.

Estación del ferrocarril de Aguascalientes, México (mexicoenfotos.com).

Capilla del Asilo de Ancianos «Salvador Quezada Limón», Aguascalientes, México (divinavocacion.blogspot.com).

Ancianos del Asilo «Salvador Quezada Limón» en Aguascalientes, México (mx.infoaboutcompanies.com).

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