Lucía y Alberto eran dos jóvenes totalmente opuestos. Lucía era la alegría, la frescura, la belleza resplandeciente, la intensa luz que todo lo ilumina. Era, además, una mujer con un carácter firme y decidido, segura de sí misma, pero… con un lenguaje del cuál se avergonzaría el más grosero de los carreteros. Tenía el pequeño defecto de que nunca paraba de hablar.
Alberto, por el contrario, casi nunca hablaba. Era un joven triste, sombrío, reservado y tímido. Vestía siempre de negro y aunque no era feo, él mismo se encargaba de desarreglarse, pintando sus ojos y labios con colores oscuros y utilizando piercings y argollas en lengua y orejas.
Por extrañas cosas del destino, estos dos seres tan diferentes, coincidían en un punto de intersección dentro de la eternidad del tiempo y la inmensidad del universo; eran compañeros de la carrera de Biología de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, que por encargo de su profesor Jaime Escoto Rocha, revisaban las trampas en la Estación Biológica “Agua Zarca” de la Sierra Fría.
Esa mañana era fresca y luminosa. El viento soplaba suavemente sobre sus rostros. Las hojas resecas crujían y se quebraban al paso de los andantes.
– ¡Espérame güey, que no tengo tu pinche condición!-. Le decía Lucía a Alberto, mientras jadeaba fuertemente para llevar oxígeno a sus pulmones.
-¡Cabrón! ¡Parece que vienes solo! ¡Con una chingada! ¿Cuál es tu pedo? ¿No querías que viniera contigo o qué?-. Alberto, sin prestar atención a sus palabras, solamente decía: -¡Aquí están las trampas! ¡Vamos a ver que cayó!-. Pero Lucía insistía: -¿Te caigo mal o qué pedo?-. Alberto la miró con extrañeza y enseguida esbozó una ligera sonrisa. Entonces Lucía, en un tono más suave, le dijo: –¡Ya, dejándonos de chingaderas! ¿No te da calor andar con esos pinches trapos? ¡Serás muy “dark” pero, no mames! ¡El negro absorbe un chingo el calor!-. Alberto, distraído con la conversación de Lucía abrió la trampa. Súbitamente, una cascabel salió del hoyo prendiéndose de su brazo e inyectándole su letal veneno. Él, apenas si externó un sonido de dolor, y lanzando la víbora lejos, miró a la joven como implorando su ayuda.
Sobreponiéndose a la sorpresa inicial, Lucía sacó de su bolsa una navaja y abrió la herida para tratar de extraer el veneno. Enseguida aplicó un torniquete en el antebrazo y dijo a Alberto: -¡Apóyate en mí!¡Tenemos que llegar al Centro de Salud cuanto antes!…
Ya en la camioneta Lucía conducía a toda velocidad hacia el hospital, mientras Alberto comenzaba a sufrir los efectos de la mordedura. En su delirio veía a la muerte, y le hablaba como si la conociera: -¡Amada mía, por fin llegas a mí; sorpresiva, silenciosa, sigilosa y solitaria. Sabía que no faltarías a nuestra cita!-.
-¿Con quién hablas güey?- Le decía Lucía, que ya estaba lo bastante preocupada. – ¡Ya estás desvariando! ¡No te vayas a dormir!-. Alberto seguía: -¡Oh hermosa muerte! ¡Mi compañera fiel! ¡Mi destino!-. En ese momento Lucía entendió lo que pasaba y reaccionando enérgica dijo: -¿Hermosa? ¿Qué tiene de hermosa esa pinche flaca? ¿Fiel? ¡La peor de las putas que es, con todo el mundo se mete! ¡La muerte no puede ser tu destino! ¡Tienes que vivir!-. Alberto continuaba – ¡Ven y tómame en tus brazos, cúbreme con las sombras profundas de tu manto!-. La joven gritó desesperada: -¡No mames güey! ¡No te me vayas a morir! ¡Qué no entiendes que… te amo!-. En ese momento, como un rayo que parte los cielos, una intensa luz disipó la oscuridad reinante en la mente de Alberto, quien abriendo brevemente sus párpados, antes de perder la conciencia, pudo ver como los ojos de Lucía se cubrían de lágrimas, mientras continuaba balbuceando: ¡Te amo Alberto, no te mueras!…
Al despertar, lo primero que Alberto vio a los pies de su cama, fue a Lucía, quien se había quedado todo el tiempo a su lado, para cuidarlo.
El joven le preguntó: -Lucía ¿es cierto lo que escuché en la camioneta? ¿Me amas? A lo que Lucía respondió: -¡Cómo crees güey! ¡Lo soñaste! ¡Si estás re gacho! A poco crees que…-. Lucía no pudo terminar su frase, pues sus labios fueron sellados por un profundo y apasionado beso de Alberto, que como ya habíamos dicho, era de pocas palabras. Tras un gran suspiro Lucía solamente expresó:- ¡Ya te habías tardado, güevón!-. Y continuó besándolo.
Dicen que los opuestos se atraen, como los polos de un imán. Y que no hay barrera en el mundo que el amor no pueda romper.
Jorge Humberto Varela Ruiz.

Estación Biológica Agua Zarca, de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, México. (Facebook Estación Biológica Agua Zarca, EBAZ).

Víbora de cascabel (lasexta.com).
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