Vivir… bien.

Hacerlo dignamente.

Ser feliz.

Hemos sido educados para conseguir estos tres objetivos en la vida, ¿no es así? Es decir, al parecer el fin de la existencia humana radica en ello. Quizás puede parecer que sea lo evidente: ¿qué hay de malo en tener una buena vida, logrando lo que uno es y tiene en base a esfuerzos propios, sin perjucidar al resto, tratando de ser feliz en el camino y al final de éste?

Pues, lo que se olvida en este encarrilamiento del ideal individual-social es que las personas, todas y cada una de ellas, somos diferentes unas de otras. No tan distintas, pero para nada similares.

¿Cómo se le hace entender a un niño que nació en un país sudamericano bajo la tutela de una familia de clase baja, que lo importante en la vida es la meritocracia, y que está en él, y solo en el pequeño, lograr éxito en la vida?

¿Qué decir de una beba que provenga de un país como Níger, donde para el mero hecho de sobrevivir depende de conseguir, cada día, un poco de agua potable? (…ni hablar de comida)

¿De qué estamos hablando o a quien, en estos casos, cuando la vida de estas personas, sus ideades, su lugar en el mundo, su historia, está en parte determinada por circunstancias que en caso que nos afectaran, nos las veríamos cara a cara con el Diablo mismo?

La cultura es algo que se construye. El proceso de su creación y consolidación dura añares. Cientos, miles. No todo lo que sale de ella es bueno. Es una realidad. El problema, además de reconocer aquello, radica en porponer las mismas recetas para todo ser pensante.

Vivir bien, ¿qué demonios sería? ¿tener una fuente de ingresos «digna»? ¿poder darse gustos de vez en cuando? ¿viajar por el mundo? ¿o sencillamente, tener un plato de comida en la mesa cada determinada cantidad de horas? Como ven, la respesta varía conforme a quien se le formule la pregunta. Sin embargo, aclaro: no solo es una cuestión de clases sociales. De dinero. Sino de personas. Almas. Mentes. Alguien que nació en tal lugar, que tuvo/no tuvo buenos padres y hermanos, que vivió y sufrió X cosa en su niñez, que se educó en tal lugar, o quizás no se educó nunca.

Por años la sociedad determinó parámetros para los que vivieran civilizadamente en ellas. ¿Está mal? No, para nada. Lo que es equivocado es tratarnos a todos como si fuéramos «lo mismo», a ver, como a esos soldaditos de juguete, de esos verdes de los ochenta, espero sepan sobre qué les hablo (denoto mi edad jaja) Yo tengo un hermano, y les aseguro, que habiéndonos criado juntos, con solo un año de diferencia, en el mismo pueblo, bajo la misma familia, pues, es muy peor muy diferente a mí. Antes que nada, de chico nunca me faltó nada. Ni cariño, ni comida, ni un juguete. Fuimos privilegiados. Pero entre nosotros dos hay un abismo: lo dicho no en un mal sentido, pero en tantas cosas somos como el agua y el aceite. Él desea de la vida cosas que yo no, y viceversa. Para mí, la felicidad pasa por una lado, para mi hermano por otro completamente diferente.

Reitero. Hermanos varones casi similares en edad, mismas condiciones. Vidas y sueños diferentes. Entonces, ¿qué hacemos con los que quieren reducir la existencia humana a encuadres de comportamiento absolutamente reduccionistas?

Ayer, hoy y por lo supongo, en un futuro, mientras que la EMPATIA no sea materia obligatoria en la educación de cada ser humano.

Etiquetas: empatía solidaridad

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