UNA PROTESTA. UNA BALA. UNA MUERTE.
Una protesta.
La claridad de una tarde vespertina, de un día de julio no tan diferente de los demás, parecía al principio, aquella protesta poder amparar, sin mayor novedad.
Unas piedras y muchos improperios hacia aquellos de verde, al parecer la protagonizaban.
Para algunos no se trataba más que de una acción legitima. Para otros en cambio, hacia una violencia últimamente fanatizada degeneraba.
En todo caso, en principio, solo de una protesta más se trataba.
Una bala.
La misma fue la única respuesta de aquel uniformado, para con un manifestante, por pensar en lo que creía.
Una bala disparada a quema ropa, la principal defensa de un cuerpo altamente desprestigiado, que según el gobierno de entonces (un gobierno de hecho, pero no de derecho), encaraba un inusual «asedio insurreccional».
Dicho «asedio» encerraba más de una ironía, aunque esto no lo viese, el general de lentes con espejuelos imperfectos, que entonces ocupaba el ministro del interior.
Pues no era difícil de constatar que de un lado, en el peor de los casos, podría haber poca lucidez o desmedido furor; mientras en el otro abundaban las armas, los aviones, los tanques y algunas consignas de vieja data: donde la divisa se suponía que debía ser, la persecución del honor.
Una muerte.
La misma quedo registrada ante las cámaras, para vergüenza de quienes la hubieron de provocar.
Una mirada fría y extraviada, pareció ser la contraparte recibida, por atreverse alguien a un derecho reivindicar.
Una muerte: algunos dirán que solo se trata de una muerte más.
Respecto a este doloroso suceso, las justificaciones del poder no tardaran en venir.
Los argumentos verdaderos, extraviados hace un tiempo, no podrán oportunamente aparecer.
Algún fanático posible es que queriendo o sin querer, aquella muerte pase a reivindicar, como una inevitable necesidad.
Lo que a día de hoy si es claro, es que la mayoría aun no secuestrada, por los pensares y procederes de aquel grupito de la cúpula, no podremos sinceramente dejarla de lamentar.
RUFO
Él no era otra cosa que un muchachito más:
todavía un mocoso que en edad escolar tenía que estar.
Un niño. Tan solo un niño normal es lo que era Rufo:
un niño de esos que para acá o para allá, debían ir junto a la celosa compañía de Mama.
Ya que de las calles y sus bondades, en estos tiempos ella como muchas más, obligada había sido sin mayores alternativas, a paulatinamente de sus espacios desconfiar.
La razón de esto último seguramente había de estar, en que las circunstancias últimas de su tierra, desde hacía algún tiempo, en demasía aludían a la anormalidad.
La cual parece que al final término haciendo posible, que ese día tuviera lugar; así como también que sin tanto esfuerzo, los acontecimientos del mismo, todavía forzosamente sea posible y pese a nuestro dolor, proceder con claridad meridiana a recordar.
Ese infausto día que de nuestra memoria, no se debería borrar jamás. El pequeño Rufo no estaba frente a un balón de futbol, o con algunos amigos en algún patio escolar.
Lo anterior es de las pocas cosas que respecto a su caso, oí decir al principio, a los representantes de los entes que se suponía y sigue suponiendo; han de administrar responsablemente sus facultades, como debería esperarse de cualquier pública autoridad.
Pero lo que no les oí decir nunca, porque para ello no tuvieron la más consecuente voluntad, fue el revelar a donde fue a parar el oficial, que con toda alevosía su arma reglamentaria, a la cara de Rufo se atrevió a disparar.
***
Rufo iba a una protesta, no sabía lo que en ella iba a pasar. Nuevamente iba de la mano de su mama.
Pues sucedía y acontecía, como todavía hoy en los andes, los ardientes llanos, o las distantes ciudades que más urbanizadas están, todavía sucede y acontece igual:
era ya inaguantable por muchos, las penurias que ocasionaba la recurrente falta de gas, agua o electricidad; pese incluso a estar al día, con la factura de todos esos servicios, que un gobierno ilegitimo ofrece desmedidamente mal.
El derecho de Rufo y su Mama, así como el de todos los vecinos que los habían de acompañar, era el de al menos, tener la posibilidad de por su situación protestar.
Es verdad que se exponían un poco y trancaban el paso de una calle, a donde tarde o temprano obligatoriamente, algún acto de presencia tenía que hacer, cualquier movilizada autoridad.
Pero con ello al menos expresaban una situación, que sinceramente desafiaba el maquillaje sin final, que un gobierno ilegitimo empeñadamente intenta dibujar, como su inamovible verdad oficial.
Pues habría de parecerles suficiente ese empeño de no mirar, y así no encarar una más que preocupante situación social.
Para que después, sucediera lo que termino por pasar.
***
Aquel hecho en donde el policía nefasto, aparición destacada habría de lograr.
No por llamar al orden o al entendimiento, como la placa que lo identificaba, debería hacer recomendar.
Sino por atreverse a disparar un perdigón a la cara inocente, de un niño que como muchos, había de pasarla mal, en medio de un entorno de continuada y desmedida precariedad.
Acto seguido, vino la caída al suelo de Rufo, que al principio parecía de ninguna forma reaccionar.
Las incontenibles lágrimas de su mama, cuyas voces solo suplicas por su niño podían exteriorizar.
El repudio entero de un país, al que en una cárcel parecieran querer encerar, todos aquellos que en el poder, tan cómodos y sin remordimiento alguno, se muestran sin parar.
Y la todavía vigente ceguera de un niño, que aún puede respirar; gracias a la falta de puntería de un criminal:
lo cual vino a ser el factor clave; para que con su vida ese día triste, por fortuna no hubiese podido terminar, como muchos de los que presenciaron la escena, anticipadamente bien habían podido sospechar.
***
Rufo todavía está junto a su Mama.
Ella le sigue dedicando unos cariños, que como es más que comprensible, no renunciara esmeradamente a obsequiar.
Cierto es que aun su pequeño no la puede ver, pero por fortuna, grandemente todavía de cerca la puede amar.
También es verdad que en más de una forma su caso está rodeado de no poca impunidad.
De esto y otras cosas mas, no he visto a la fecha una palabra manifestar, a un improvisado como parcializado fiscal general.
Quizás porque con ello casi terminaría por evidenciar, como en un país desorientado, que todavía resiste más de un infortunio sin par; los derechos más elementales si se violan, incluso durante la vigencia de cualquier soleada claridad.
Pese a que desde el poder supremo y pretendidamente absoluto, se insista en negar esto, que los hechos que acontecen se empeñan en evidenciar:
y aunque al señor que está en una privilegiada como terrenal silla, estas cosas en las entrevistas, no le gusta que se las vengan ni solapadamente a mencionar.
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