La señora menta se encontraba creciendo ente los rosales de mi abuelita, y las pequeñas flores moradas con el viento danzaban en el jardín, sin temor a ser vistas ni señaladas.
Se sintió aquella leve y refrescante brisa tranquilizadora, que movió a las bellas flores blancas, las cuales con humildad y hermosura danzan, alegrando a los espectadores de ese lugar. Al mismo instante, se oyó el feliz canto de los canarios enamorados, y del silbido de las aves sin color del cielo que se ríen siempre de los gatos y disfrutan de las nubes de algodón en la inmensidad del cielo azulado con destellos claros de la gigante estrella que a millones de km arde sin parar.
Una pequeña risa se escuchaba en ese hermoso paraje, resonaban las carcajadas de un bebé que con sus globos azules se gozaba, el sombrerito café que portaba, lo cuidaba de los rayos de las poderosa estrella que no dejaba de brillar y seguir dando luz al lugar. Los arbustos también se mofaban junto con el bebé, los globos no desistían de temblar, de chocar y de querer volar.
Las hormigas que en el pasto iban, prefirieron montar la manta en la que Paquito jugaba, siempre trabajadoras las buenas hormigas que, hallaron a las flores bugambilias reposando en la caja que acompañaba al sonriente niño.
La dulzura y la hermosa armonía del lugar, no cesaba ni escaseaba, hasta podría decir que aumentaba, las mariposas comenzaron a unirse junto con uno de los veloces y coloridos colibríes. El clima era benévolo y aún las refrescantes pero constantes tiernas brisas seguían dando el motivo para bailar a todos, al mismo tiempo crecía el goce de la tierna criatura que vivía el momento sin la preocupación o el desgasto de un ayer ni de un mañana.
La vana sorpresa al llegar, fue de un celular al sonar. Muchos whats sin contestar, e imágenes deseosas por ser vistas, como las notificaciones que no desistían de vibrar, interrumpieron lo bello del jugar. Haciendo que la madre de Paquito lo moviera de su lugar.
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