Relatos desde la Pandemia #5

Relatos desde la Pandemia #5

Jaquelín Porras había invertido muchos meses de su vida en amarrar virtualmente a Kurt Düssel, luego de que Carlos Alberti, el argentino con piorrea, le dio el no definitivo. “¡La concha arenosa de tu madre…!” gimió mientras lloraba a cantaros, inconsolable, frente al monitor de la tableta. Ya hasta el acentito le estaba saliendo. “¡Ponéle voluntaá, maricón de mierda!” le gritó histérica. Carlos Alberti podía tener mal aliento, pero no malos gustos y ningún bonaerense con pelo en pecho que se respete permitiría que una “come tacos”, como les decía, se pusiera en esa actitud, mucho menos en un romance de redes sociales. “¡Andáte a coger a tu hermano, mexicana pelotuda!”.
Ah, pero Kurt era otra cosa: primermundista, intersexual, poliamoroso y abierto a las experiencias subjetivas de la web; PhD en Virología Molecular por la Ruprecht-Karls-Universität Heidelberg y bailarín principal de la Universität der Künste Berlín. “Nada que ver con ese pinche machista enajenado de Messi y el Boca” se decía, cada que veía las fotos en Instagram de Kurt Düssel, donde dejaba ver sus níveos y delgados brazos enmarcados por su larga cabellera rojiza o su hermosa sonrisa con gloss, en medio de un evanescente filtro otoñal, al estilo Mila Jovovich. “Oye, pero tú no eres bisexual” le dijo Irlanda Zapata, su mejor amiga, mientras se arreglaban en los baños de la universidad. “¡Claro que sí, pendeja, tú y yo una vez nos besamos…!” exclamó Jaquelín Porras mientras se terminaba de poner una cachucha de camionero. “Estábamos pedas, no manches… Además, qué pareja mujer has tenido, andas con puro pinche vato puto….” le objetó Irlanda. “Pues por eso, entre tanto puto yo ya soy como bisexual ¿no?”. No existía ninguna falla en esa lógica, así que Irlanda asintió con la cabeza haciendo un gesto a la Robert de Niro. “Yo digo que mejor te busques un novio mexicano”, dijo al salir.
Y es que el romance vía Skype entre Jaquelín Porras y Kurt Düssel parecía genuino, sobre todo porque no se involucraron, para nada, las horripilantes y tóxicas interacciones masculinas donde hay muchas fotos con penes purpúreos o video-llamadas con requerimientos incómodos. Kurt era muy sensible y estaba fascinado con Jaquelín y su exotismo bisexual latinoamericano (falso obviamente). Cada video-llamada era una sesión de psicoterapia, arte, yoga, mindfulness, poesía sáfica y sexo tántrico. Jaquelín Porras había descubierto diez formas diferentes de orgasmo sin quitarse siquiera los calzones. Y tener a una versión intersexual de Leeloo como coach, pues la tenía fascinada.
Todo eso estuvo de maravilla y Kurt le dijo que quería viajar a México para conocerla y formalizar una Beziehungzwischen verschiedenen tirarten o relación interracial (Kurt tenía términos para todo). Y estaban en esos tratos cuando el COVID-19 apareció y en el tercermundo se volvió la importación más odiada. Jaquelín, entonces, volcó en xenofobia toda aquella admiración y amor que sentía por el pobre teutón, quien en la última video llamada tosía y lucía moribundamente febril. “Ni vengas cabrón, quédate en tu pinche rancho de vacas”. Kurt aprendió el español suficiente para entenderla y cerró su sesión. Jaquelín Porras no supo más de él, pero se gratificó con el hecho de despreciar a un alemán de tan buen pedigree. A los pocos días, y con la teoría que circulaba en redes de que los tacos de perro eran los causantes de la inmunidad nacional, Jaquelín empezó a salir con el chofer de la ruta Puebla-Cholula, en una suerte de estrategia paranoide por la supervivencia. Y obtuvo grandes beneficios: tacos, amor del chido y pasaje diario a la UDLAP. Por fin pudo ser feliz.

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