Me siento culpable
de quererte tanto.
Culpable por necesitarte.
Por causas inevitables.
Por no poner freno
a ese velero imparable
que lleva a los sentimientos,
de una a otra parte.
Culpable por mirarte tanto,
tanto, que acabé quemándome.
Culpable de mi muerte.
Culpable por insensato.
Por querer salvarme.
Por guardar tu olor.
Culpable de esa flor
de la que ya te olvidaste.
«Lo confieso, soy culpable»,
me digo frente al espejo.
«Nunca podré perdonarte»,
me contesta su reflejo.
Nunca le hice daño a nadie,
salvo a mí.
Me lo merezco.
No ser perdonado nunca.
Sentir la culpa en el pecho.
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