Fueron creados para funciones distintas, no obstante, su meta era la misma: llevar la delicia culinaria al paladar. Su estructura se erguía, elegante y sofisticada, un diseño en plata que consta de un mango, con una cabeza y tres dientes largos y afilados en forma de pequeños clavos. Limpiarlo era toda una proeza, pues la plata debe ser tallada con un paño especial para evitar su deterioro. Colocaron a su lado utensilio similar, de cabeza cóncava, igualmente despampanante y brilloso. Lo llamaban cuchara. Hasta ese momento, se pensaba que un tenedor era suficiente a la hora de comer, sin embargo, la cuchara facilitaba la actividad.
El tenedor hasta ese momento creyéndose único y útil, se obsesionó con su compañera de mesa que lo observaba sin mayor asombro, pues hay más utensilios de mesa que los que pudieron llegar a imaginar. Durante días esperaba con ansia el momento de limpieza para ser colocado junto a esta singular compañera que acompañaba las sopas y los postres de la casa real.
Aun con los intentos del utensilio de mesa, la cuchara parecía no ser sorprendida por los imponentes clavos de su compañero.
-No sé qué hacer para atraer su atención – se lamentaba el tenedor
-Amigo, buena suerte, una cuchara es tan independiente, ¿sabes? Con ella, puedes sorber, cortar y degustar, ella no necesita a nadie –
-Entonces estoy perdido, no tengo nada nuevo qué ofrecerle-
– Solo déjala ser y admírala – le aconsejó el cuchillo
Desde ese momento, el tenedor dejó de creerse único e indispensable. Se dedicó a admirar a la cuchara y su cóncava figura, después de todo, ¿qué es un tenedor al lado de una cuchara cuando hay pura sopa para la cena?
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