​Un último jonrón

La vida de Pedro siempre fue difícil, a pesar de la buena fortuna de su familia; nunca tuvo suerte en el amor. Chabela lo trataba con una conmiseración muy molesta y un coqueteo arbitrario muy controversial. Lo mantenía en la friend zone porque no quería lastimarlo; lo quería cerca de su vida sin involucrarlo en ésta. Sabía que Pedro estaba loco por ella, pero saber y ser consciente de eso no cambiaba en nada sus gustos: a ella le gustaban los beisbolistas afroamericanos y su novio era el nuevo cácher dominicano de Los Pericos. Él, por otro lado, era un mexicanito más: de color y cabello indefinido, de estatura y complexión indefinida; de personalidad y carácter pusilánime. Pedro existía en esa fisura ontológica donde se depositan los peores males del mestizaje… y para terminarla de amolar, todos le decían Periquillo.

Chabela llegó de Sinaloa y enseguida se desilusionó al ver tanto chaparro, lampiño y panzón. No es que en la tierra del Chapo todos fueran suecos, pero no supuso que el centro del país fuera un escenario quimérico tan desagradable. Sin embargo, ahí encontró trabajo, el cártel no ametrallaba gente y no hacía tanto calor. No se podía quejar. Ya establecida, sin pensárselo mucho, empezó a ir a los partidos de beisbol a buscarse un «hombrón», como ella les decía, porque no pensaba andar de novia con un aborigen de la localidad, mucho menos si había sido novia del pícher de los Tomateros de Culiacán y tenía un affair en Tinder con el jardinero derecho de los Algodoneros de Guasave. Porque cabe decir que la guapura de Chabela no dejaba a nadie indiferente: piernona, chichona; altota, güerota, y todos los onas y otas que entran en los mejores pedigríes raciales del norte de México. En menos de una semana, la sinaloense era la novia del cácher titular de Los Pericos y no se perdía ninguno de los partidos. Ahí conoció al Periquillo, en la porra. Tenían en común su pasión por el Rey de los Deportes y la Liga Nacional. Platicaron largo y tendido entre entradas y bateos hasta que él la llevó a la zona VIP; le dijo que su papá, don Pedro Sarmiento, era dueño del equipo y que podía entrar gratis cuando quisiera. Ella estuvo a punto de decirle que su novio era el nuevo cácher, pero algo inexplicable se lo impidió.

Inadvertidamente, Periquillo se enamoró de esa enorme sinaloense de ojos color miel y a ella le dio ternura que ese hombrecito le invitara un hot dog. «Pásame tu teléfono, a ver si podemos vernos otro día». Ella lo miró a los ojos y sonrío: «Ternurita. Me encantaría». El pequeño corazón beisbolero del hombrecillo se aceleró. Periquillo sintió que estaba en las grandes ligas.

Toda esa semana estuvo planeando la cita: qué decir, qué hacer, cómo ir vestido, qué regalarle, a dónde llevarla. Planificación y logística, todo debía ser impecable. Por fin llegó el día y Chabela no aparecía; le mandó un whats desde el Strike 3, su Sport n Grill favorito: «Ya voy para allá, es que estaba esperando a mi novio». Periquillo se cimbró completamente cuando la vio llegar de la mano del cácher de Los Pericos. «Mira, creo que ya conoces a Jean Paul». Y como un reflejo involuntario, para protegerse del ridículo, el hombrecillo extendió nerviosamente el regalo que compró para Chabela: una gorra de los Yankees que el enorme dominicano aceptó gustoso. «Gracias tiguerito«.

Platicaron mucho y la pasaron bomba; si no hubiera sido por las horribles circunstancias, él se hubiera sentido contento de tener al cácher de Los Pericos en su mesa. En el fondo no podía odiar a Jean Paul porque lo admiraba, no en vano iba todos los domingos al estadio para verlo jugar; esto lo tenía confundido, iracundo y sometido, pero feliz. En República Dominicana les dicen maipiolo a los hombres que experimentan esto. Fue una tarde inolvidable en muchos sentidos.

-Yo me la paso viendo videos de misterio, en you tube, de Dross sobre todo. ¿Sabías que hay sucesos inexplicables para la ciencia, como el zumbido extraño que se escucha en unas partes del mundo y vuelve a todos locos? ¿O esa ciudad donde todos se quedan dormidos? Horror… Sabes qué me da miedo, el fin del mundo. Una vez vi una película donde Dios se llevaba a todos los cristianos y dejaba a los pecadores en la tierra. – dijo Chabela después de dar un trago a su vaso con Sprite.

-El rapto del Señor Jesucristo- dijo Jean Paul en un español indescifrable. – El fin de las cosas del mundo. El enorme dominicano alzó las manos, como recibiendo una señal de Dios Padre. “¿Cómo alguien que piensa que la tierra es plana puede tener novia?”, pensó Periquillo mientras sonreía como un oligofrénico.

-Ojalá y esas cosas no nos pasen. Hay mucho por qué vivir… y amar. – exclamó Chabela y miró al hombrecillo fijamente; ella suspiró. Él pensó que aún tenía oportunidad, que podía vencer a Jean Paul en su propia cancha. Se necesitan tres strikes para estar ponchado, y eso fue bola. Pedro pagó la cuenta y los acompañó hasta el estacionamiento. Jean Paul se marchó con Chabela en un tsuru y él se fue en un BMW. Se sonrió y arrancó estruendoso, para que el cácher de Los Pericos escuchara un motor bávaro de ocho cilindros. “Seguro allá ni existen” dijo para sí mismo. Periquillo se robó la base.

Con el transcurrir de las semanas, la situación se prolongó y se complicó como postemporada, en un estira y afloja que Chabela propiciaba, pero de la que se desentendía. «Me compré un brassier de los Dodgers muy bonito, ¿lo quieres ver?», «No vayas a malinterpretar nada, yo soy muy abierta con mis amigos», «Me enojé horrible con Jean Paul, es un macho, a veces quisiera conocer a alguien sensible y tierno como tú», «Te quiero Periquillo, eres mi mejor amigo». Y así, poco a poco, la vida de Pedro Sarmiento se volvió un infierno.

-Me tiene de los huevos: ni picha, ni cacha ni deja batear… – se quejó lastimero por teléfono con su mejor amigo.

-No tienes oportunidad mein freund,- le dijo Sebastián del otro lado de la línea- nunca te va a hacer caso si le gustan los negros. Estás muy pinche enclenque; es cuestión de supervivencia: Überleben. No es tu culpa, simplemente la naturaleza no quiere que se esparzan tus genes.

-Qué consuelo… Adiós…

-Pérate, no te esponjes. Oye, qué onda ¿sí vas a organizar la parrillada para ver la Serie Mundial en tu casa del club?

-No lo sé, no estoy de humor. ¿Tú quieres ir?

-Igual… No me gusta el béisbol, prefiero la Champions: el sábado juega el Bayern. Pero organiza algo, aprovecha que Chabela y el negro andan peleados; invítala, para ver cómo se comporta en tus dominios. Sé un buen anfitrión, pórtate chingón. Sé un caballero. Que vaya comparando las cosas; los dominicanos son unos pinches nacos, que vaya viendo que tú tienes clase. Eres el bateador en turno. Además, prácticamente eres el jefe de ese oscuro.

-Lo voy a pensar, ahí te aviso…

Tuuuuuuuuuuuuú

Lo pensó unos segundos. Comenzó a invitar a todos sus contactos en whats: «El sábado en mi casa del club, para ver la Serie Mundial: pantalla gigante, alberca y parrillada». Casi veinte respuestas afirmativas en cuestión de segundos, pero Chabela no contestaba. Estaba en visto. Un hueco en el estómago y de pronto un tilín: «Genial flako, psame la direxion y llego. J. P. juega en tampiko y no kería pasarme sola el fin. me puedo kedar a dormir contigo. LMAO”. Su corazón se aceleró nuevamente, el destino parecía imponerse a las leyes darwinianas. Era tiempo de abanicar.

El sábado llegaron todos con gorras y playeras de los Yankees, manoplas, bats y cervezas. Las novias llevaban banderillas, platones con carnes frías y caras de hastío. Chabela llegó con una minifalda roja, un top blanco y la gorra de Jean Paul al estilo Fred Durts. «Mira, se la tomé a Paulie, ama mucho esta gorra y no me la quería prestar». «Qué bueno que le gustó mi regalo». Comenzó la transmisión; la insufrible Serie Mundial duró lo que dura un partido de esos. Al terminar estaban todos borrachos y a nadie le importaba el marcador final. Todos los partidos son pretextos para emborracharse sin parecer alcohólicos. Es curioso que los deportes en vez de inspirar virtudes inspiren inmoralidad. Vino después el desenfreno de la parrillada y la alberca. Chabela nadaba como una sirena junto a las demás novias mientras Periquillo la veía idiotizado; ella lo jaló de las piernas ¡splash! y lo arrinconó en la piscina poniendo sus níveos y atenienses brazos encima de los frágiles y novohispanos hombros de Periquillo. Sin invitación previa empezó a aparecer gente de todos lados. Periquillo no prestó atención, estaba buscando el momento de batear sin ser bateado. De pronto: “Ven Chabela, te vamos a presentar a un hombrón”. “Voy”. Chabela dio un salto amazónico desde la alberca hasta el jardín; Pedro quiso ahogarse, pero lo saco a tiempo Sebastián. A las doce de la noche los convidados se habían quedado sin cerveza y sin dinero, así que fueron a comprar Tonayán para hacer aguas locas. La casa, en este punto, estaba llena de gente que se invitó sola; había un DJ que llevó unas bocinas y unos hippies fumaban mariguana tendidos en el suelo. La alberca estaba llena de basura y todos la usaron de mingitorio. Llegaron unos motociclistas barbudos que amedrentaron a todos con sus tatuajes y su actitud metalera; Chabela dio una vuelta por el club con el más monumental de ellos y regresó despeinada por la velocidad de la Harley Davison. Una banda de surf ya estaba conectada a la una de la madrugada y empezó la función más estrambótica que ha sucedido a la aburrida Serie Mundial.

-Ya me voy, -dijo Sebastián- ya no hay cerveza alemana y está muy pesado el ambiente. Además, mañana voy a dar una plática en el Colegio Humboldt. Por cierto, te andan comiendo el mandado. Ahí nos vemos mein freundGute nacht.

Chabela estaba en la cocina platicando con un guapo madrileño, rastudo y apestoso, que se estaba comiendo la despensa; el motociclista monumental saqueaba el refri. Periquillo ya no podía controlar la situación y se sentía muy ebrio para hacerlo. Toda la velada estuvo bebiendo para agarrar valor y besar a Chabela, pero terminó abrazado al retrete. Su cabeza daba vueltas, el ruido ensordecedor de la versión surf de El microbito retumbaba en las paredes. Creyó que en cualquier momento llegaría la policía y lo arrestarían; los del club se tomaban muy en mal esos desmanes. Se lamentó por ser un mexicanito perdedor, insignificante y mestizo. Recordó con oprobio cada vez que Chabela le dijo «Periquillo» y se vio a sí mismo como un ser minúsculo y horrible. Quería ser ese microbito, para entrar en su cuerpo, pero era una avecilla que moriría con sus genes intactos. De pronto un silencio absoluto, salvo por un leve zumbido que quedaba en el aire; supuso que la policía había terminado con la fiestecita.

Salió cauteloso del baño treinta minutos después, por miedo a ser arrestado, y vio a toda la comitiva de borrachos tirados en el suelo. Se asustó y buscó a Chabela. Estaba dormida encima del ibérico rastudo. Todos dormían. Él, al principio, estaba seguro de que todo había sido causa del alcohol barato que compraron, porque nadie queda inconsciente durante tanto tiempo sin explicación. Pasaron horas y por más que intentó no pudo despertar a nadie. Llevó a Chabela a un sillón y la acomodó lo mejor que pudo. Decidió esperar a la mañana siguiente y subió a su recámara. No pudo dormir; sólo contempló en silencio sus banderines: Los Pericos, Los Saraperos, Los Piratas; los Dodgers, Los Yankees y Los Medias Rojas. “¿Qué haré?” se preguntó mientras veía un poster de Ted Williams. Juan Paul le recordaba a Darryl Strawberry amalgamado con el Oso Judío. Teddy ‘fucking’ Williams knocks it out of the park! Pensó en cómo le partían el cráneo a ese pobre nazi en aquella película y como éste aguantó el primer madrazo; vio la luz del sol entrar por su ventana; quedó en una especie de trance incomprensible, repitiendo “Donny Donowit… Jude tragen… Strawberry” mientras el inefable zumbido le hacía eco en la cabeza. Vio el cielo oscurecerse y volver a salir el sol infinitamente. Sintió que estaba viviendo una experiencia extranormal; estaba enfermo y asqueado. Bajó, todo seguía igual, pero el reloj electrónico marcaba que era martes; al ver que ninguno de sus amigos, conocidos y colados recobró el sentido decidió salir a pedir ayuda. El club estaba desierto, ni una sola alma. Caminó hasta la salida, la verja estaba cerrada; la brincó.

Una vez fuera del club, grande fue su sorpresa cuando vio que muchas personas yacían en el suelo dormidas mientras hordas de hombres despiertos abominaban la ciudad. Era un escenario dantesco: niños llorando junto a sus madres dormidas; autos y microbuses chocados, incendiándose con gente dormida adentro; hombres violando señoritas pernoctadas y muchos, muchos, muchísimos más saqueando las tiendas sin mayor obstáculo. La enfermedad del sueño se propagó durante el fin de semana que él estuvo de fiesta. Entonces se acercó a un policía que se ponía de pie y se subía la bragueta.

-Oficial, qué es lo que pasa, porqué están todos tirados, qué sucede…

-¡Ah! ¡Uy joven!, dónde estuvo todo el fin de semana, ¡Ah! ¿En una cueva? ¡Ja!

-Por favor, dígame qué sucede.

-¡Ah! Pues la enfermedad del sueño atacó a todo el mundo. ¡Ja! Tres cuartas partes del planeta se quedó dormido sin explicación alguna, o al menos eso dicen en la radio. ¡Ja!

-¿Enfermedad del sueño? Y eso cuándo chingados pasó, qué dicen las autoridades, el gobierno…

-Tss, ¡Cha! Pues la mitad están dormidos y la otra mitad está muy ocupada chingándose a los que están dormidos… ¡Ja! ¡Uy, joven! si supiera, en menos de tres días la gente ha ajustado muchas cuentas pendientes. A poco sí estuvo en una cueva mi joven… ¡Ajam!

-No, estuve en mi casa… No recuerdo bien.

-¡Ajam! Pues yo le aconsejo que si se va chingar cosas de las tiendas lo haga de una vez, porque no se sabe cuándo van a despertar todos. Y si se va a chingar a una de las señoritas que andan regadas, hágalo también rapidito, que si se despiertan me veré en la penosa necesidad de arrestarlo por pinche violador… jajajajaja.

Él no escuchó lo último que el policía dijo, sólo corrió a casa a ver si alguien había despertado; nadie, ni siquiera Chabela. Tomó el teléfono celular y trató de contactar a familiares, amigos, quien fuera.

Tuuuú, tuuuú, tuuuú…

-¿Bueno?, ¿mamá? Gracias a Dios que tú estás bien. ¿Qué pasó?

– ¡Ay mijo, bendito sea Dios que llamas! Ya supiste, es el fin del mundo y tu papá ya no regresó del estadio, no sabemos nada de él; tu hermana se quedó dormida en la computadora, pero al menos está en la casa, no que a las señoritas que les tocó afuera las están violando. Tengo el alma en un hilo. Sólo estamos despiertos tu hermanito y yo; tú cómo estás. Decían en la radio que es una pandemia y que no hay que salir de casa.

-Así parece. Yo estoy en el club; estaba conviviendo con unos amigos y todos se desplomaron de pronto. No supe qué pasó. Me quedé encerrado todo el fin de semana esperando que despertaran, pero nada.

-Los que no nos dormimos estamos en vela desde hace días. Pero yo no recuerdo casi nada mijito, sólo un puto zumbido que aun escucho. ¿También te quedaste despierto todo el fin de semana?

-Sí, ahora que lo dices sí. Yo también escuché el zumbido… es casi imperceptible, pero puedo escucharlo todavía.

-¡Ay mijito es una enfermedad que nos mandó Dios! ¡Está en la biblia! Deberías ponerte a rezar, hijo de la chingada. ¿Ya vez? Por renegar tanto de Dios.

– Mamá no empieces. Esto seguro tiene una explicación científica.

-¡Qué científica ni que la chingada cabrón! Por pendejos como tú y tus pinches amigos esos del beisbol, los cubanos comunistas; se desató la ira del Señor. ¡Ateos hijos de su puta madre!

– Mira mamá, enciérrate y no salgas para nada. Yo voy a verte en cuanto pueda; las cosas en la calle están horribles. Voy a estar en contacto contigo por el teléfono. Yo te llamo.

– Reza el novenario mijito; te mando la bendición. Te quiero.

-Te quiero mamá. Adiós.

Tuuuú, tuuuú, tuuuú…

-¿Bueno? ¿Sebastián? Qué bueno que estás bien. Oye qué sucede en el mundo, qué es esta pinche enfermedad. ¿Tú sabes algo?

-¡Qué onda! Pues está todo de la chingada. Están a punto cortar la luz, la telefonía, el internet y todos los medios de comunicación; al menos en México. Acá están las cosas que arden. En Alemania al parecer lo han llevado muy bien.

-¿Cómo sabes? ¿Qué explicaciones hay? Debes saber algo…

-Pérate, soy ajedrecista, no científico, pero… al parecer es un desmayo encefalopático causado por acumulación de líquidos en el tejido celular. Se llama Krankheittraumlitch. Lo bueno es que el internet no se ha perdido en muchos lugares del mundo y hay información en páginas alemanas. En Berlín ya lograron aislar a los dormidos de los despiertos y se han creado centros de cuarentena. El gobierno alemán se ha establecido estupendamente.

-¿Y el gobierno que está haciendo?

-Ya te dije, están aislando a los dormidos de…

-El gobierno de México pendejo.

-¿El gobierno de México? ¡Scheiß! No mames, ¿hablas en serio? Pues qué hiciste todos estos días. Mira, te cuento rápido, que estoy con Fritz Brammnnhauër en otra línea. Al quedarse dormido el presidente con todo su gabinete, fue masacrado por muchos inconformes; les prendieron fuego a sus cuerpos en el zócalo en una especie de ceremonia prehispánica. ¡Barbarisch! El poder lo asumió Felipe Calderón de nueva cuenta, pero hace unas horas, según este portal alemán de noticias, al nuevo gobierno espurio le declaró la guerra el Cártel de Sinaloa, que se asume ahora como el verdadero paladín del pueblo mexicano y la nueva capital está en Culiacán.

-No mames, ¿eso pasó en tres días? No chingues, es peor que un apocalipsis zombi.

-Y ni se te ocurra salir, la pinche gente está desatada. Son peor que zombis; son mexicanos sin yugo ni autoridad.

-Pero Sebastián, ahí ¿no dicen nada de una cura, algo que se pueda hacer? Debe haber información… algo.

-No.

-¿Ya nos cargó la chingada, así sin más?

-Sí.

-¡Dios mío, no, por qué! Dime algo alentador, no seas cabrón pinche Sebastián.

-Pues el doctor Mattias Von Stauffemberg, sostiene una hipótesis: sólo es un estado pasajero y las personas despertarán en cualquier momento. En Alemania ya despertaron las primeras decenas de personas.

-¿En serio?

-Sí, y son ahora los despiertos quienes comienzan a desfallecer. Al parecer las cosas pueden revertirse, mi estimado.

– No mames, el mundo se va a convertir en un maldito infierno cuando los dormidos despierten y los demás duerman.

-Sip. Pero no Alemania.

– ¿Tú has estado despierto también todos estos días?

-Sí, y no me preocupo. Me encerré bien y tengo provisiones, hice un plan estilo alem…- de pronto un ruido estrepitoso de fondo- Espera, no mames, entraron a mi casa… ¡Yeaarrgghh!

Lo último que escuchó de su amigo Sebastián fueron gritos y el esbozo de una pelea. Tuuuuuuuuuuuuuuuuuú. Después colgó. Se apresuró a trabar las puertas e hizo una trinchera con los motociclistas. Se sentó en la sala, con un bat de los Yankees como su única defensa; contempló a sus amigos y a los extraños tirados en el suelo. Los motociclistas, la banda de surf y el español rastafari que se estaba comiendo su despensa. Pensó en lo afortunados que eran; al menos estuvieron a salvo en su casa mientras el mundo ardía en llamas. Vio los banderines de los Yankees tirados en el suelo, y pensó en lo estúpido que era el béisbol. Pensó en el destino desconocido de su papá, en el final de Los Pericos y la suerte incierta de Jean Paul. En el Dios iracundo de su madre, en las botellas tiradas de Tonayán y en su amigo Sebastián; en el presidente, tan afín al beisbol, ardiendo en una ofrenda a Huitzilopochtli; en el Chapo encerrado en Estados Unidos y en las películas de Tarantino. En la resistencia de los nazis a los madrazos y la extraña relación del nacionalsocialismo con Puebla. Pensó, entonces, en los alemanes creando una metodología contra el fin del sistema de cosas. Las cosas del mundo, como dijo Jean Paul. Miles de reflexiones sobre la vida, la muerte; el azar y la existencia pasaron zumbando por su cabeza como balas de una metralla. Si este era el fin del mundo, su vida había sido un desperdicio. “¿Cómo pude perder mi tiempo con el béisbol?”, «¿Por qué chingaos se llaman Los Pericos?». Y fue en ese momento cuando vio a la hermosa Chabela tendida en el sofá, con la minifalda levantada y las pantaletas a la vista; él supo que la vida era muy corta. Ella dormía y él estaba despierto. El amor que ella siempre le había negado sería cobrado gracias a la fuerza imparable de la naturaleza; algo que iba más allá del bien y del mal y por tanto era, a su juicio, moralmente correcto. Dormir o estar despierto era una cuestión de supervivencia; el más fuerte sobre el débil: la raza superior. «¿Quién es el enclenque ahora?».

La pelota volaba por los aires. No más friendzone, no más «me compré un brassier nuevo»; no más «Periquillo». Era el momento de tomar lo suyo por derecho darwiniano, así que se acercó a Chabela y le quitó las pantaletas. Primera base. Sus ojos desorbitados contemplaron imberbes ese pubis aterciopelado, de labios rosas que sonreían verticales. Segunda base. Se vio a sí mismo como un cerdo, como ese policía de la calle que le causó tanto asco, pero no le importó. Tercera base. El mundo llegaba a su fin; sólo quedaba el sucio amor de la supervivencia: coger y venirse. ¡Carrera! ¡Los Periquillos ganan la Pinche Serie Mundial!

-¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Periquillo! ¿Qué estás haciendo cabrón? – rugió Chabela al despertar. Él, por su parte, asustado, sólo sintió unas inmensas ganas de dormir.

Artículos Indeterminados 2015-2018

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