Bendita sea esta tormenta
de gotas amenazantes,
que obliga a buscar un techo
que acoja a estos caminantes.
Mientras fuera todo arde,
en estas cuatro paredes
se congelan el hastío,
la tristeza y los alambres.
Dentro no existe el hambre
más grande que el de vivir,
tener palabras que impacten
y cama dónde dormir.
Y es que en este asir,
no existe Dios que alcance
estas ganas de zafarse
del muro del porvenir.
Estas danzas del sentir
ya no pueden detenerse,
y si molesta el ruido,
va a ser inútil quejarse.
Se abrió la puerta del arte,
las noches cobran sentido
desde que ahí fuera hace frío
y el Sol no puede acercarse.
Que llame al timbre el desastre,
nadie saldrá a recibirlo.
Y reiremos, escondidos,
hasta que se muera o marche.
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