Hoy pasaba por la plaza,
y me dió por recordar
la historia que me contaron
en ese mismo lugar.
Eran un niño, una niña
y las ganas de jugar,
los dueños de esta historia.
Suya es toda la verdad.
Poco después de conocerse,
de compartirse las sillas,
bailaban en la escalera
más alta, sin barandilla.
Desde arriba, conocieron
de la muerte y del reloj.
Asustados, no quisieron
dejar nunca de ser dos.
Guardaban silencio
por no despertar al tiempo,
pero éste, siempre atento,
nunca comete un error.
Por tal osadía,
por tremendo desafío,
cayó su implacable ira
sobre el cielo de su amor.
Y cayeron a una tierra
dónde juntos no hay cabida.
Se encontraban sin salida
en distinto callejón.
Olvidaron esas nubes.
Se perdieron sus alturas.
Vivieron con vista al suelo.
No recordaban jugar.
Algunos dicen que les vieron
cruzarse alguna vez.
Que no se reconocieron.
La infancia les agotó.
Yo hoy recuerdo aquellas tardes.
Sé dónde está su escalera.
Aún quedan trozos de ella
perdidos en aquel parque.
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