Me lanzo a la ciudad
con el día agonizando.
La persiana de la Luna
no está bajada del todo.
El autobús me recibe.
La gente empieza a llegar.
Se sienta al lado una chica,
solo muestra oscuridad.
Muchos rostros de cansancio,
pocos veo sonreír.
Tras la ventana es lo mismo.
Tantas bocas sin decir.
Bajo a la calle, cierran puertas.
Sin nada que hacer, se observa
mucho mejor el trajín
de la gente casi muerta.
Veo a esa chica triste
entiendo su dolor.
Le abrazo los ojos.
Sé que lo necesita.
Gente corre sin rumbo.
Coches pasan volando.
Las farolas se encienden,
la noche se está cerniendo.
Un chaval discute.
Nada parece calmarlo.
Una mujer no me mira.
Otra se enciende un cigarro.
Vuelvo a casa. Otro autobús.
No me mira el conductor.
Un asiento libre queda
al lado de ese señor.
La gente empieza bajarse.
Soy el último en subirme.
Paso delante de cárceles.
Noto el olor a almizcle.
Ya llego a casa.
Es de noche.
Pero la Luna no está.
La persiana sigue igual.
Esta noche,
no habrá hogar.
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