​Edición limitada

​Edición limitada

Eva García

29/02/2020

Siempre he estado muy de acuerdo con la idea de que una determinada canción, o un olor, puede sumergirnos en un momento concreto, llevarnos a un lugar con un significado especial para nosotros.

A mis 27 años mi infancia huele aún a crema solar, a largas mañanas en el mar con mi familia. Los domingos tienen esencia a papas compuestas en casa de mi abuela, y por muy extraño que parezca, un libro nuevo tiene aroma a navidad.

Hace 3 años que me mudé a otra ciudad, y como todo lo nuevo, mis primeros días no fueron fáciles. Extrañaba el olor del mar, la fuerte esencia de la pinocha en el monte y el perfume que desprendía la fruta fresca que traía mi padre de nuestra huerta. Por extrañar, extrañaba hasta el olor del pronto que se usaba los domingos por la mañana en mi casa para limpiar. Todo era nuevo, y para hacer mi casa un poco más un hogar, me dedicaba a comprar velas con aromas que la armonizaran y me hicieran amar ese lugar.

Con el tiempo también lo tuve a él. Lo nuestro no fue ninguna historia fácil, y las idas y venidas estaban marcadas como fijas en nuestros calendarios. A pesar de que no tuviéramos claro que fuera a funcionar, decidimos intentarlo una vez más, pero lo cierto es que lo nuestro no tenía futuro y aunque los dos lo sabíamos, nos queríamos. O eso creíamos. Así que decidimos aferrarnos a lo poco que nos quedaba.

El día que volvió a entrar en mi casa después de tanto tiempo, yo había comprado una vela nueva que nos envolvía en mi habitación. «Olor praliné», edición limitada. Un dulce aroma a avellana que acariciaba los sentidos. Desde ese día el aroma que trasmitía esa vela le perteneció.

Cuando estábamos algún tiempo sin vernos o le echaba de menos, la encendía y sentía que me abrazaba. Era bastante dulce leer un buen libro teniendo esa fragancia que me acompañaba, y que por primera vez desde hacía mucho, me hacía sentir en casa.

Después de un tiempo lo poco a lo que podíamos aferrarnos se rompió, y con ello la idea de intentarlo y de que eso fuera realmente amor. Tardé meses en volver a encender aquella vela, porque la simple idea de olerlo me mataba. Es curioso como algo tan sencillo puede ser tan difícil. Pasó mucho tiempo, hasta que junto con todos sus recuerdos, fui aceptando y admitiendo que lo que estaba sucediendo era lo mejor. Y poco a poco, en pequeñas dosis, fui sumergiendo mi habitación en aquella descarga de avellana. No hay mejor terapia para sanar, que hacer frente a la realidad y aceptar.

Tras un tiempo la vela se apagó para siempre, y con ella cualquier posibilidad de volver a recordar ese olor. Su olor. Igual siempre lo supe. Igual compré esa vela sabiendo, que como nuestra historia, sería una edición limitada.

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