Historia del bar Selene.

Historia del bar Selene.

Miguel R.

30/01/2020

En el fondo de un bar
un viejo cuenta una historia,
mientras le sirven un whisky
y mientras sirva la memoria.

El bar está ya vacío,
solo quedan ellos dos.
«Siéntate», le dice el viejo,
mientras que baila el bastón.

Cierra la botella y sienta,
junto al viejo, el camarero.
«Cuando quiera», dice éste.
Y el viejo da un beso al hielo.

«Hace un tiempo, no muy lejos,
vivía un hombre que gritaba
todas las noches al cielo,
con el alma enamorada.

Era un amor imposible,
pero el cielo le escuchaba.
Y fueron tantos sus llantos
que dió vida a lo que amaba.

Así, en una noche oscura,
sonó el timbre de su puerta.
Era ella. Su piel pálida.
Su luz. Su alma, despierta.

Sin decir mucho entró.
Él quiso invitarla a un trago.
Pero ella dijo que no.
Los dos se sentían extraños.

Aún así, surgieron palabras.
Y risas. Y hasta ella bebió.
Y salieron a celebrarlo,
antes de salir el Sol.

Recorrieron varios bares.
Impregnaron la ciudad.
Los dos gatos más canallas
no paraban de bailar.

Se sentaron en aceras.
Deslumbraron a los coches.
Conquistaron escaleras.
Se arroparon con la noche.

El cielo debía estar cerca.
La lluvia quiso ser parte.
Ese fue el primer aviso.
Pronto se les haría tarde.

La última parada fue ésta.
Este bar. Esta mesa.
Estas paredes les vieron
sucumbir a las promesas.

Aquí, se cerraba el pacto.
Aquí, ardió el paraíso.
Cuando ella tuvo que irse,
sin razones, sin sonrisas.

Lloraron ambos. Las copas
se llenaron de agua salada.
Lo último que él recuerda
es su sombra tras la ventana.

Su silueta ante la puerta.
De fondo, una madrugada
que moría con la luz
de la peor de las mañanas.

Ahora él, todas las noches,
se asoma por la ventana.
Mira al cielo, y así siente,
que le besa la mirada.

Ahora él, todos los viernes,
regresa a este bar maldito.
Desde ese día hasta hoy.
Hasta enterrar lo infinito.

Dicen que esos días llueve,
como lo hizo aquel día.
Que es ella, que quiere tocarle.
Volver a sentir la vida.

Cuando despierta el sábado,
aquel hombre vuelve a casa.
Tropezando con recuerdos.
Conviviendo con fantasmas.»

El viejo apuró su whisky.
Le entregó lo que debía.
El camarero recogió.
Salieron juntos aquel día.

Y mientras que el bar cerraba,
el cielo empezó a llover.
Miró al viejo, que sonreía.
No sabía si creer.

«Hasta la semana que viene»,
le dijo el viejo,
y se fue.

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