Maikel era un niño de 8 años, no tenía amigos, ni mascotas. Su familia lo abandonó en un orfanato quedando solo en la deriva de un hogar comunal, al borde de un risco. Le temían al niño por sus extraños ojos color gris, los demás niños le decían “sin alma”, todos lo marginaban quedando por completo en una soledad que nadie lo puede sacar. Llegó otoño, el mes gris, ese día llovía, alguien se le acercó debajo de aquel arbolito. Se llamaba Megan y tenía su misma edad, ella le extiende la mano con una sonrisa de la más tierna en su rostro invitándolo a jugar en la lluvia, el chiquillo aceptó tomando la mano de alguien que cambiaría por completo su perspectiva al mundo. Con el tiempo que llevaban saliendo, los dos hacían cosas de locos, desde escabullirse afuera del orfanato hasta ir a zona restringida en el mismo hogar, los dos se volvieron inseparables.
Un día, los dos se metieron en problemas por estar curioseando en lugares que no deben, Maikel encontró un libro de figuras de papel, al parecer le gustó el del barquito. Ambos intentaron hacerlo, paso a paso hasta que lo consiguieron; en este caso Megan lo logró. Maikel la felicitó aplaudiendo con una gran sinceridad forjada en una sonrisa. Pero como dicen que nada dura para siempre el día llegó, Megan fue recibida por una nueva familia siendo adoptada, Maikel fue el único que impedía todo eso.
—¡No permitiré que se la lleven! —dijo lanzando piedrecillas al vehículo de los adoptivos.
—¡Maikel, compórtate! —le gritó la hermana Rebecca. Lo terminó llevando a la “habitación de rectitud” encerrándolo, pero el mocoso era bien listo, saca un par de tablas del suelo que se encontraba junto la ventana y sale por el otro lado ensuciándose de barro.
Ya pasado un par de horas la hermana Rebecca va a sacarlo, pero por su desgracia el chico escapó a quien sabe dónde, Megan fue a buscarlo cuando se enteró que desapareció.
—¡Maikel! —exclamaba la pequeña en toda la casa. Después de recorrer todo el lugar, recordó un lugar donde exactamente puede estar; y si, él estaba ahí, en la orilla del risco, sentado, mirando el océano.
Ella lo llama, pero se tropieza ensuciando su ropa, se puso a llorar que Maikel la escucha, este se acerca y la consiente acariciando su cabeza, mostrando nuevamente su más sincera sonrisa, ella lo abraza sabiendo que no volverán a verse, ya que ella se va a vivir al otro lado del mar. En un último momento Megan le regala otro barquito de papel, puesto en ello todo su corazón, despidiéndose de él. El sol se ponía frente al risco, era un hermoso ocaso, una maravilla visual que vieron juntos por última vez, el pequeño le da un beso en la frente dejándola tonta a la inocente muchachita, el día siguiente se asomó, el momento llegó, Maikel corrió hasta la entrada del lugar a despedirse.
—¡Megan! —exclamó —¡Te prometo, que te encontraré!
Megan sonríe de tal manera que se quiebra con el llanto, mostrando el rostro más honesto en una niña tan inofensiva. Pasaron los meses y Maikel dejó de ser el mismo, la señora Margaret se preocupaba demasiado por él, no comía, no lo veía mucho en el patio jugando con los otros niños, no lo veía en clases.
Pasado ya casi dos años, la vida de Maikel se veía derrumbado mientras su alma reposaba en aquel arbolito, en sus ojos se reflejaban el color de la tristeza, un gris que no se compara con ningún otro, su cuerpo tan delgado y debilitado, atacado por los mosquitos, tan rayado por tropezones y caídas, aunque dentro de él existía una fe grande, una esperanza de que podrá verla de nuevo. Casi al amanecer de un miércoles 8 de marzo, el lugar se incendió por un mal funcionamiento de las líneas de gas, incendiando una de las colchonetas del lugar, creando una jaula infernal donde lo único que quedaría sería esperanzas por salir ileso. Maikel salió por su escondite secreto llegando al risco que siempre visitaba, débil y sin fuerzas baja por el risco, se rompe parte de su agarre lo que cae por la orilla del mar con el brazo levantado, no quería que se mojara el barco de papel. Tras ver la oportunidad del agua calmada, este se mete caminando hasta lo más profundo con el fin de soltar el barquito para que llegue a su destino.
—¡Ve! ¡Llega a ella, por favor! No quiero que me olvide…
El niño exclamó con todo su fulgor, el barquito tomó su curso directo al otro lado del mar, empezando así su travesía. Maikel sube por el risco con lo último, ya exhausto decae al suelo, el oficial Cárdenas lo escucha mientras caminaba por los alrededores inspeccionando el lugar.
—¡Eh! ¿Cómo llegaste aquí? —se preguntó. Lo encuentra casi sin aliento, lo trepa en su espalda y se lo lleva hasta los demás refugiados dándole primeros auxilios.
El barquito siguió su rumbo, sin detenerse, su único rival era el mar. Entre viento y marea continuó su viaje, enfrentando depredadores y ventiscas terribles, lluvias y rayos, el barquito nunca cambió la dirección, en él navegaba la fe del chiquillo. Aquel barquito cruzaba el inmenso y misterioso océano, luchaba contra corrientes abrumadoras y criaturas inimaginables que existen en la inédita profundidad del mar, el colorido blanco del barquito de papel comenzaba a deshacerse, un ligero amarillo se tornaba en su proa lentamente mientras el gris mar lo intentaba parar. El mar no era rival imposible de superar, mientras la esperanza del niño viaje en el barquito, todo podrá llegar bien.
Su única acompañante era la luz natural que brillaba en el horizonte, la luna que guiaba su camino entre las aguas grises que se mostraban en la inmensa oscuridad.
“Vea la luz sobre ti en la noche, la memoria parece ser consciente de este tiempo”.
El amanecer era caluroso y ardiente, el sol atacaba de manera agonizante, su calor y su quemar desteñían el color del barquito, quitando su blanco velar en un minúsculo color gris, el velero del barquito se quemaba. En su camino se encontró con criaturas inmensas, mamíferos de piel escamosa y de gran sonrisa que no se podían comparar por el azul del cielo que se reflejaba en el gris mar, eran ballenas jorobadas viajando a costas del pacifico, el temor del barquito era ser interrumpido por el respirar en sus orificios, el barquito salió ileso ante todo el aguaje continuando su viaje mientras el dulce cantar de las ballenas lo acompañó por última vez, bellas creaciones del mar.
No había nada más hermoso que el ocaso que nunca le faltó en su acompañar, la luna en ese día no se asomó, su guía era nada más que el brillar de las estrellas en una escala melódica, el barquito no se daba por vencido en llegar a su destino.
Pasado ya mucho tiempo, el barquito de papel en sus últimos suspiros de esperanzas podría ver a lo lejos la orilla de una playa asomarse, una donde desembarcar, pero la pregunta era ¿es realmente ese el lugar?
Una terrible corriente comenzó a halar el barquito, sin saber a dónde parará, la corriente era feroz, inestable para su viaje, el barquito peleaba contra ella, al final no lo logró. Aquel papelucho se sumergió a tierras desconocidas, su océano se hacía cada vez más pequeño, más estrecho, como si fuera un sendero, una rejilla muy grande se encontraba a su estribor tratando de tragarlo, un ave muy poco conocida y muy llamativa la atrapa creyendo ser un pez, la lleva a lo muy alto y lejos del mar. El barquito viajaba encima del mundo, navegaba sin rumbo, no tenía destino más ser el alimento del avechucho, el día empezó a caer, el barquito ya no le quedaba mucho, pronto caerá, pronto se convertirá en un papel inservible. Un disparo se escuchó, el pájaro lo soltó y el barquito cayó del cielo a un lugar muy incierto. Sobre ramas y hojas quedó atorado, una brisa lo golpea cayendo de lado, el barquito vuelve a un sendero líquido, un riachuelo dónde no se sabe a dónde llegará, ¿logrará llegar a su destino?
El rio terminaba desembocando en una laguna, una muchacha se bañaba en ella, era hermosa como ninguna, ojos llamativos, carita y mirada de niña, cabello largo y mojado por el riachuelo, se recoge y lo exprime ligeramente regando el resto que queda en su cabellera absorbente. Ella al sentarse en la orilla observa algo que venía a su curso, flotando en la deriva, se asomó embarcándose en la orilla de sus pies, ella lo alcanza, lo queda mirando.
—¿De dónde habrá salido? —se pregunta.
Se levanta y camina a su morada con unas chancletas muy coloridas en sus delgados pies, algo de tierra se le quedaba en ellas, al llegar los deja a un lado de la entrada, se limpia los pies con su alfombrilla de bienvenida, toma la toalla y se seca, deja el barquito sobre la mesa, se sienta en su mueble muy reconfortante y lo queda observando.
—¿Dónde he visto este barco de papel? —se vuelve a preguntar.
—«¡Te prometo que te encontraré!»
Ella recordó la voz de un niño moribundo, reaccionó y recordó algo, tomó su Smartphone y llamó a alguien.
—Nick, dile al jefe que volveré dentro de una semana, que me las descuente de mis vacaciones.
—Espera Meg… *cortó*
Ella hizo todo lo posible para salir y tomar el primer vuelo saliente para volver a su país de origen, pero había algo que la abrumaba. Solo se llevó una maleta, manejó en su auto hasta el aeropuerto, lo dejó al cuidado del lugar, se sube al avión, pero su desesperación por viajar la comenzó a molestar, pasado ya los veinte minutos despegó, ella observaba la ventana, algo recordaba.
—Espero que sigas ahí, Maikel — suspiró, apretaba su bolso de un abrazo.
Aquel barquito estaba ahí, guardado en una bolsita transparente para que no se lastime más. Un largo viaje tuvo, una larga travesía vivió, una terrible odisea interpretó, pero ahora embarcó en las manos de la persona correcta. El amanecer se veía, el avión aterrizó y ella salió en un soplo del lugar tomando el primer taxi que la lleve hasta el orfanato.
Después de un largo movimiento, el taxista de momento se detuvo, ella no lograba entender el porqué.
—Hasta aquí llego señorita —dijo acomodándose el sombrero.
—Pero, ¿por qué? —le pregunta, una cara de tristeza se asomaba entre esos ojos de princesa. El taxista se quita el sombrero.
—Hace casi doce años hubo un incidente en el orfanato que se encuentra en la cima, dicen que un incendio consumió a 37 personas que eran adultos y niñas —tomó aire, le costaba contar la tragedia —no quedó nadie, nunca hubo una mínima prueba de que fue lo que creó el incidente, solo se sabe que ahí se escuchan los gritos agonizantes de aquel incendio.
La muchacha salió del taxi, dejó pagando y caminó cuesta arriba la montaña, después de cuarenta minutos caminando ella se encuentra con una red amarilla con letras grandes «caution, don’t enter», ella cruzó por debajo de las cintas y caminó hasta llegar al sendero de la entrada, sus ojos se dilataron y mostraron tristeza con algo de horror, comenzó a correr hasta la entrada, estaba todo incinerado. No había rastro alguno de vida en el lugar, solo carbón y tierra negra. Ella cayó de rodillas al suelo, cubriendo su boca para no llamar la atención mientras el cantico de su llanto la acompañaba en la siguiente escena.
—No, no… —murmuraba entre sus manos mientras se lo negaba moviendo la cabeza. Su rostro femenino se chupaba como si limones probara, sus ojos rojizos se ponían mientras le salían las lágrimas, era un llanto que podría romper el corazón de uno. En el lapso de un momento de tristeza alguien se le acercaba con sigilo, un chico de vestimenta negra, sombrero y una insignia dorada cargando en el bolsillo izquierdo de su camisón se muestra detrás de ella.
—Señorita, le pido de favor que se levante sin hacer un movimiento innecesario, necesito que me acompañe, no debió cruzar la línea amarilla.
—L-lo siento, ya me retiraré pronto —ella voltea, lo mira detenidamente, le recordaba a alguien, pero ¿a quién?
El chico guardó su arma, le da la mano para levantarla.
—Se lo que usted siente —le dice mientras se quitaba el sombrero, —digo, saber que en este lugar fallecieron aproximadamente 37 personas no es algo que uno puede superar con el tiempo.
Ella no dijo nada sólo lo mira, era un policía de estatura alta; según su perspectiva, delgado y fornido con un chaleco antibalas, color de ojos grises, cabello largo de color negro, cargaba una Heckler & Koch USP en su lado derecho, una porra en su lado izquierdo y delante de su pantalón el juego de esposas y una linterna. Ella bajó su mirada, el policía solo la quedaba mirando.
—Déjeme quedarme un momento más, por favor —sus ojos imploraban, aquel chico se dejó tentar por esos hermosos iris café claro.
—Está bien, tienes cinco minutos —responde de manera nerviosa. Ella se volvió al piso, excavó en el suelo haciendo un hoyo pequeño con sus desnudas manos delgadas, el policía la miraba, la chica con ojitos perdidos y sollozos sacó de su bolso al protagonista de esta historia, nuestro barquito de papel decolorado y húmedo hacía presencia por última vez guardado en una bolsita plástica.
—¡Maikel! —el policía al verlo recordó una voz que le recordó su infancia.
Comenzó a recordar cosas de su infancia, en especial la de una niña dándole un barco de papel, él recordó otra escena donde se le acercaba mientras ella estaba sentada en el risco, la tomaba de un abrazo y le decía.
—¡Raw! ¡Soy el monstruo que te devorará el alma!
—¡Auxilio, me va a devorar!
—¡No te escaparás de mis brazos!
El chico se acercó, la queda mirando, ella estaba enterrando el barquito, le puso una piedrita que sacó de su bolso, el chico pone su mano sobre su hombro mientras la acompaña en el silencio. Pasó el tiempo, ella lo acompaña hasta el carro policial. Entraron, el chico al ponerse el cinturón la queda mirando.
—¿De dónde sacaste ese barquito de papel? —le pregunta, ella solo lo observa, su rostro se le hace familiar, pero no logra distinguir que es lo que lo hace creer que no lo es.
—No lo sé —dijo —apareció en mi casa.
—Ya veo.
—En realidad, ese barco de papel, me recordaba al que un amigo le regalé hace mucho, me había olvidado por completo de ello, pero veo que ya es demasiado tarde —el chico solo la escuchaba, suspiró y también se delató.
—Yo vengo aquí todos los días, estoy custodiando el lugar para que no entre nadie, trabajo en la comisaria de un pueblo que queda a unas tres horas de aquí.
—Escuché del taxista que me trajo sobre un rumor de gritos y llantos en el lugar.
—Deben ser especulaciones de la gente, hoy en día la gente se cree cada cosa.
—Si, digo, de eso vivimos, de creer en cosas.
El silencio los acompañó por unos momentos, ella sale del coche un momento, se comunicaba con alguien. Después de unos diez minutos sube al patrullero.
—¿A dónde la dejo señorita?
—Brown, Megan Brown Montersbug, por favor lléveme al aeropuerto.
Antes de ir al aeropuerto, pasaron por el hotel donde ella se alojaba, ella guarda la maleta en el portaequipaje. El chico la queda mirando con asombro, una maravillosa escena se veía entre las luces del atardecer y su esbelta figura, sus ojos grises lo delataban, el chico sonríe, enciende el coche y la lleva al aeropuerto. Mientras viajaban el oficial abre el protector de sol del coche. Le muestra una fotografía bastante interesante.
—Disculpe, ¿qué es esto?
—Consérvalo, lo encontré en aquel lugar lleno de cenizas —le dice mientras conduce. La chica sonríe con tristeza, pero fue una sonrisa honesta.
Pasado unos treinta minutos llegaron al aeropuerto, el oficial la deja en la entrada, pero de pronto la radio suena.
—¡Atento teniente Cárdenas, me recibe!
—¡Aquí Cárdenas, reporte la situación!
—¡Hay indicios de pandillas en intentos de robo por su ubicación!
—¡En estos momentos me encuentro en una situación algo apretada, envíen refuerzos cercanos al sector!
—¡Recibido!
El coloca la radio, su silencio y el cruce de sus miradas hablaban mucho.
—Megan Brown Montersbug, reportera ¿verdad?
—Si, aunque tengo dos masterados.
—Eso es bueno, digo, se ve que es inteligente.
Ambos cruzan miradas, ella se retira del coche, aquel chico estaba muy pensativo, algo le decía su cabeza, un pensamiento que le da razón a ciertas preguntas, el policía toma una decisión. Megan caminó hasta la recepción, dejó su maleta, sacó su pasaporte y siguió hasta llegar al hangar.
—¡Megan! —alguien la llamó mientras cruzaba la puerta, ella regresa, ambos se encuentran.
—Dígame oficial ¿qué ocurre?
—No me he presentado, soy Maikel, Maikel Cárdenas Sanz. Bienvenida a casa, Megan —su sonrisa de la más sincera le recordó el pasado, le recordó su promesa, el barquito de papel era el símbolo de la promesa. Ella se lanzó y lo abrazó haciendo un espectáculo en el aeropuerto.
—Maikel, te extrañaba tanto, sabía que eras tú.
—¿Enserio?
—Si, pero tenía mis dudas.
—Lo sé, hemos cambiado demasiado. Parece que fueras ingeniera.
—Lo soy, soy ingeniera agrónoma —él le felicita por cumplir su sueño, el chico le comentaba muchas cosas. Ella no tenía mucho tiempo, su vuelo salía dentro de poco.
—Te dije que te encontraría —le dijo mientras se despedían. Ella se despide, fue la última vez que se vieron en ese año.
Ella al subirse al avión, ve por la ventana a alguien con un letrero, era Maikel, decía “Te prometo que te esperaré”. Ella sonríe de tal manera que se sentía contagiosa.
—Tonto.
“Miro hacia atrás cómo el viento se va, pero vuelve. Creo que el Sol me sonríe y mi mundo se devuelve”
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