¡TAMPOCO FUE MI CULPA!

¡TAMPOCO FUE MI CULPA!

Rocxybepach

30/09/2019

Pasaba todos los días por enfrente de mi casa, casi siempre a la misma hora como si fuera una cita. En un principio no entendía hacia donde se dirigía con tanta prisa, como si una novia celosa esperara por él.

Era un chico apuesto, tipo atleta, bien vestido, educado, amante de los caballos como su padre y sus hermanos y cursaba noveno grado en el colegio donde yo estudiaba.

Nunca fue mi amigo, sin embargo, su vida marcó la mía. Recuerdo cuando éramos niños, él, su madre y sus hermanos, llegaron al barrio donde yo vivía, huyendo de su padrastro, según decía ella la maltrataba, así que decidió dejarlo. Vivieron solo por un par de meses allí y se mudaron a otro sector. También recuerdo que alguna vez en la adolescencia, él, junto a otros amigos pelearon conmigo y mis amigas en el colegio, ya que aunque estudiábamos en la misma escuela, las jornadas eran diferentes, pues yo ya estaba en bachillerato, pero él seguía en la primaria, aunque éramos de la misma edad.

Pasó el tiempo y nos hicimos jóvenes, 17 años para ser exactos. Yo después de clases almorzaba y solía sentarme a hacer las tareas debajo de un gran árbol de almendros que había en mi casa. Allí me daban las cinco de la tarde, cuando justo tan puntual pasaba él, con su rostro ansioso y algo pálido como si anhelara satisfacer una necesidad. Me miraba, agachaba la cabeza y seguía su camino. Siempre hacía lo mismo, como si recordara aquella pelea de adolescentes que tuvimos o como si supiera que yo ya sabía hacía donde iba él…

No transcurría más de una hora, cuando regresaba caminando más calmado y menos ansioso, pero con los ojos rojos y los sentidos fuera de sí. Esta vez no me miraba.

Así transcurrió su rutina por varios meses, pero un día ya no pasó, una semana no pasó, un mes no pasó… Entonces, mi mamá me contó que su madre se lo había llevado a un lugar en la ciudad. ¡Me alegré por él! Sabía que era lo mejor.

Pasado tres meses, lo volví a ver, más apuesto que de costumbre y con buen semblante. ¡Era una pena que otra vez fuera directo a cumplir su cita como antes! Y eso me entristeció el corazón. Al preguntarle a mi mamá, quién era amiga de su madre, me dijo que Jader se había escapado del lugar de donde lo tenían en la ciudad.

Durante el siguiente mes continuaba pasando día tras día…

Era un día cualquiera de septiembre, pero esa tarde no pasó por enfrente de mi casa como solía hacerlo, ¡y me extrañé! Al llegar la noche, mi madre con tristeza y una profunda reflexión sobre la vida y las decisiones que se toman, me contó la tragedia, Jader, había fallecido la mañana de ese día.

Se me arrugó el corazón, ¡No lo podía creer! Solo un día antes lo había visto pasar tan joven y lleno de vida a cumplir su cita con el monstruo que le estaba desgraciando su existencia. Sí, aquella novia que lo esperaba tan celosamente, por la que él siempre se veía ansioso y con prisa, era el mal llamado droga, sus constantes visitas tenían un motivo adictivo, necesitaba su dosis diaria.

Después de reaccionar le pregunté a mi madre como sucedió; me dijo que Jader esa mañana consumió su dosis acostumbrada, tomó la moto de su madre sin permiso, y a toda velocidad se fue por la carretera principal del pueblo, luego, en una gran curva perdió el control y minutos después en una ambulancia rumbo a la ciudad; murió en los brazos de su madre.

Por años lamenté mucho el no haber hecho nada para ayudar a Jader, llevaba tanto tiempo siendo testigo de su adicción, y no moví un dedo para intentar rescatarlo de las garras de ese peligroso y silencioso mal, tal vez por temor o porque no sabía cómo hacerlo. Aunque para alivio de mi conciencia, más tarde entendí, que cada uno es responsable de sus propias decisiones, así como de aceptar o rechazar la ayuda que se le brinda, y aunque no hubiera sido la mía; su madre se la brindó. Pues ella lo había internado en la ciudad en el centro de rehabilitación de donde huyó.

No lo culpo, sé que su muerte no fue su culpa, era muy joven y se dejó llevar por las curiosidades que ofrece este podrido mundo, esas mismas que hacen que salgan a flote los vacíos que tienen aquellos corazones de mentes débiles sedientas de una falsa experiencia.

Desde entonces, he pasado los últimos años tratando de explicarle a mi conciencia que su muerte, ¡Tampoco fue mi culpa!

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